La nueva economía y la “banalidad del mal”

07.06.2025

Uno de los aspectos en los que insisten los aparatos comunicacionales del oficialismo y el paraoficialismo es que a la economía le va bien, que el problema del gobierno son las formas, no su contenido. 

Por Claudio Scaletta

Los elementos objetivos en los que fundan la afirmación de la presunta bonanza son principalmente dos. El primero y a la cabeza es la baja tendencial de la inflación luego de los picos inducidos con la devaluación de inicio del programa. El segundo es que tras la apertura parcial del cepo para personas humanas el dólar no se disparó. Estos dos elementos le permiten al gobierno construir un discurso de ficción de estabilidad. "Ficción", porque se trata de una estabilidad absolutamente precaria en tanto depende del endeudamiento externo persistente, lo que supone un sendero a costos financieros cada vez más altos, como los insólitos 30 puntos de la última colocación de 1000 millones de dólares a pagar en pesos. La súper tasa, que no se consigue en ningún lugar del planeta, fue vendida por los aparatos comunicacionales oficialistas como un gran logro patriótico, aunque la palabra Patria se haya vuelto mala palabra. Una vez más se confirma hasta el paroxismo la constante histórica: los gobiernos de derecha endeudan, los nacional populares refinancian y pagan. Su destino es siempre gobernar sin dólares, el peor de los mundos.

En cuanto a la baja tendencial de la inflación su precariedad se basa en mantener la cotización ficticia del dólar alimentada por el endeudamiento, lo que da lugar, por partida doble, al déficit creciente de la cuenta corriente del balance de pagos y a la progresiva destrucción de la producción interna de transables, que pasan a competir con los importados

El balance preliminar de estos dos aspectos "tan luminosos" de la nueva economía, baja inflación y salida parcial del cepo, es que la engañifa funciona porque nadie se pregunta cómo se afrontarán tantos pasivos. De nuevo, la regla parece ser actuar como si el futuro no existiese o imaginando una lluvia de ingresos futuros absolutamente disociados de cualquier proyección real. Una de las características de la economía ortodoxa, y el mileísmo es una caricatura de la ortodoxia, es que se desentiende del momento de la producción. Toda la teoría se basa en el momento de la circulación. La producción es, en todo caso, un asunto de privados.

Mientras todo esto sucede en la economía real, en paralelo se avanza en la destrucción del aparato de Estado. Nobleza obliga, nada que "el topo" no haya largamente avisado. En la mira de estos días están el Conicet, el INTA, el INTI, es decir el desarme del sistema de ciencia y técnica, el que cualquier economía capitalista considera pieza clave para el desarrollo. Queda claro que el problema no era terminar con la falazmente propagandizada investigación sobre el "ano de Batman", sino con el sistema mismo. Y, de paso, junto con estas instituciones de investigación y desarrollo, se desfinancian también sus semilleros, las universidades nacionales.

Otro objetivo en la mira es la salud pública. Se cortan fondos hasta a los hospitales que atienden a niños con cáncer, según el gobierno otro refugio de burócratas. Sus médicos, que trabajan bajo regímenes insalubres de explotación laboral, es decir nada parecido a 44 horas semanales, tienen que explicar por qué, con un piso de 10 años de formación, deberían tener ingresos superiores a la canasta de pobreza. A la vez se desfinancia también la atención de la discapacidad. Se deben responder preguntas tales como por qué una persona con discapacidad debe tener algún tipo de subsidio o ventaja financiada por el Estado cuando el problema sería solamente intrafamiliar.

Quienes votaron a Milei furiosos porque los turnos en el hospital público se demoraban o porque no conseguían la plaza deseada en la escuela pública, probablemente no deseaban la desaparición de los hospitales o el desfinanciamiento educativo. Seguramente los más aspiracionales entre los meritócratas no se sentirán contentos con la destrucción de uno de los principales bastones para el potencial ascenso social, la universidad pública y gratuita. Una conclusión preliminar es que cuando el PIB per cápita se estanca ininterrumpidamente por más de una década, la democracia se debilita y la sociedad se degrada.

En paralelo la obra pública nacional dejó de existir, incluso la que ya estaba en marcha y a punto de finalización. Aquí el comportamiento es similar al del endeudamiento. Todos se comportan como si el futuro no existiese. Nadie se pregunta qué sucederá cuando se profundice el deterioro de la infraestructura vial y de logística en general. Los propios productores agropecuarios, siempre tan enemigos de lo público, se contarán entre los primeros en padecer el deterioro de la infraestructura de transporte.

Y cuando se llegue al final del camino, cuando educación, salud, ciencia y técnica, infraestructura y capacidades estatales de gestión se hayan destruido o reducido a un mínimo, ya será tarde para dar la vuelta. La derecha política lo sabe muy bien, lo que se rompe muy fácil en el Estado a través de una simple decisión, cuesta muchos años y recursos económicos reconstruir. En este sentido el Estado es como una empresa, lleva tiempo volver a formar los recursos humanos que se pierden, volver a hacer funcionar procesos y recuperar infraestructuras. Romper siempre es más fácil, reconstruir demanda sostener voluntad, tiempo y recursos. Pero lo grave del presente en relación a las experiencias "neoliberales" precedentes, es que hasta ahora no habían sido puestas en cuestión las que se consideraban funciones básicas del Estado. Salud, educación, infraestructura y aparato administrativo se tenían por funciones básicas. La peor intervención había sido hasta ahora el pasaje de las dos primeras de Nación a provincias. El objetivo del presente es que sólo queden como una opción de segunda para los más pobres.

Algunos describen a este conjunto de situaciones como formas de "crueldad". Es un error, se trata de puro ideologismo anti Estado, de una visión de organización de la sociedad en la que cualquier forma de justicia social es un robo a quienes no la necesitan. Quienes le niegan tratamientos a enfermos graves o terminales, quienes le retacean medicación e ingresos jubilados, quienes no envían alimentos a comedores comunitarios, quienes buscan reducir a un mínimum minimorum la provisión pública de salud y educación, solo creen que están organizando una sociedad más eficiente. En términos de Hannah Arendt, podría decirse que se trata de las formas contemporáneas de "la banalidad del mal". Cualquier forma de solidaridad debe ocurrir por fuera del Estado: que se mueran los viejos, que se arreglen los desvalidos, que se embromen los discapacitados y que expulsen extramuros a quienes osen dormir en el banco de una plaza.

Fuente:

https://recursoshumanostdf.ar/contenido/41321/la-nueva-economia-y-la-banalidad-del-mal