Ricardo Carral, el guardián silencioso del mar que limpia costas y despierta conciencia
En el marco del Mes del Océano, un café frente al océano en Puerto Madryn fue el escenario de una charla íntima, profunda y movilizadora. Allí, Ricardo Carral —nadador, buzo, deportista y activista ambiental— compartió su historia y su incansable lucha por un océano limpio. Su relato no dejó indiferente a nadie.

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En agosto, Carral y su compañera Lorena cumplirán 17 años de compromiso ininterrumpido limpiando las playas y calles de la ciudad. Todo comenzó en el agua, cuando, durante una de sus habituales travesías a nado, se cruzó con un ballenato de ballena franca austral que tenía un trozo de nylon atorado en una callosidad. Como pudo, se lo retiró. Aquel encuentro, tan fortuito como simbólico, fue el disparador de una misión que no se detuvo nunca más.

Desde entonces, juntos han recolectado más de 70.000 kilos de residuos. Solo en 2024 levantaron 15.600 kilos, equivalente al peso de 32 automóviles, y en lo que va del 2025, ya superan los 8.300 kilos. Colillas de cigarrillo, botellas plásticas, cucharitas, palitos de helado, bolsas y envoltorios son parte del inventario de basura que documenta cuidadosamente.
Pero la recolección no es un fin en sí mismo. Carral busca vincular el deporte con la conciencia ambiental, corriendo o nadando mientras limpia, demostrando que la salud personal y el respeto por el entorno natural pueden ir de la mano. Durante su exposición, Carral no solo ofreció datos, sino también una mirada crítica y propositiva.
"Si el 10% de la población actuara, el mundo podría cambiar", sostuvo, convencido de que el cambio real nace del compromiso colectivo.
También habló sobre la riqueza natural de la región —ballenas francas, gaviotas, pingüinos, lobos marinos y aves migratorias como los flamencos— y el impacto negativo que el accionar humano provoca en estos ecosistemas.
En particular, expresó su preocupación por Puerto Pirámides y el Golfo Nuevo, áreas oficialmente reconocidas como protegidas, pero que —según su parecer— solo llevan ese nombre: "Si no fuera por el trabajo que hacemos con Lorena, la situación sería aún peor". Esta contradicción con organismos que las declaran como tales, como la UNESCO, le genera ruido y cuestionamientos personales, ya que no ve acciones concretas de resguardo.
Uno de sus gestos más visibles para generar conciencia ha sido colocar bolsas recolectadas en los semáforos de la avenida principal, una acción simbólica que ha despertado incomodidad en algunos vecinos, más preocupados por la imagen urbana que por el fondo del problema. Aun así, continúa con ese tipo de intervenciones porque sabe que el cambio se construye visibilizando.

Además, impulsa junto a otros ciudadanos un proyecto de ley que propone que todas las escuelas del país dediquen una hora semanal a la educación sobre el mar: su cuidado, su valor y su preservación. Su lema, sencillo y potente, guía su causa:
"Ciudad limpia, playa limpia, océano sano", y trabaja para que este mensaje forme parte del paisaje urbano.
Carral también señaló que en Puerto Madryn falta cultura de reciclado y sentido de pertenencia, y que la solución no se limita a lo institucional: "No se puede reclamar a los políticos lo que nosotros no hacemos", afirmó. Para él, el cambio real pasa por informar, educar, gestionar los residuos correctamente, fortalecer valores, incentivar el reciclaje y, sobre todo, despertar conciencia colectiva.
Cree firmemente que las nuevas generaciones serán protagonistas del cambio. "Son los chicos los que más se interesan, los que me saludan cuando me ven juntando basura. Ellos tienen otra mirada. El mundo va a cambiar gracias a ellos", aseguró con esperanza.
En un contexto donde muchas veces se espera que el cambio venga desde arriba, Ricardo Carral eligió comenzar desde abajo, desde la arena, desde la orilla. Y en ese gesto cotidiano, silencioso y poderoso, se está gestando una nueva forma de habitar el mundo.
Para cerrar, leyó una carta escrita por él, que resume con crudeza y belleza el corazón de su causa:
"Lo que estamos haciendo aquí no es más que un esfuerzo de amor, un esfuerzo de vida.
No es cuestión del partido político en que uno está: hombres, mujeres, blancos, negros, cristianos, judíos, americanos, europeos o asiáticos… es un problema que incumbe a todo el que respire.
La amenaza que pesa sobre nuestro océano, el Atlántico y los cinco océanos, puede ser desbaratada con éxito, pero solo si actuamos. Estamos en peligro solamente si no hacemos nada.
Sin duda no es un crimen intentar hacer algo y no tener éxito. El crimen es no intentarlo siquiera.
En última instancia, los cuidados y atención que nuestros cinco océanos necesitan tan desesperadamente no van a provenir del compromiso de una nación con otra, sino del compromiso de los seres humanos con la Tierra.
No hay un solo país o individuo sobre el planeta cuyo bienestar no dependa de los recursos biológicos."
Al finalizar la charla, nos acercamos a saludarlo y conocerlo. Fue entonces cuando, en una conversación sencilla pero profunda, Carral compartió algo que nos quedó grabado: decía —aunque advertía que lo sentía de forma romántica— que Dios, o como cada uno lo quiera llamar, es el mar. Que el océano es energía pura, que respira, que da y devuelve, y que nosotros también somos parte del ecosistema.
Escucharlo decirlo no fue solo inspirador. Fue una invitación. A mirar el mar, a pensarlo, a cuidarlo. Y a empezar a cambiar, desde adentro.
Facundo Pérez
Mariana Suzán