BLINDAJES, ACUERDOS Y RESCATES: LA MISMA PROMESA, EL MISMO FRACASO

23.09.2025

Por Alejandro Olmos Gaona

En su obra "La vida de la razón", escrita en 1905, el filósofo español George Santayana, escribía que " aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". Esta cita viene a cuento debido a todos los mensajes exitistas de funcionarios, periodistas, economistas, y opinadores de diverso pelaje que celebran lo que va a aportar el Fondo de Estabilización del Tesoro de los Estados Unidos (Exchange Stabilization Fund, ESF) para terminar con los problemas derivados de la constante escapada del dólar, y llevando tranquilidad a los "mercados". 

A ello se suma el apoyo dado por el presidente Trump a Milei en la ONU, y su respaldo para su próxima presidencia. Dejando los delirios trumpistas que hoy no se privó de denostar a Europa, abominar del reconocimiento del estado palestino, y hablar de los estúpidos que creen en el cambio climático, las realidades que vivimos los argentinos, distan sideralmente de ciertos apoyos formales. Digo formales porque todavía no se sabe cuanto dinero está dispuesto a otorgar el Tesoro norteamericano, ni cuales serán las condiciones exigidas, ya que la filantropía no garantiza a ese gobierno, y si sus intereses geopolíticos y económicos.

En distintos momentos de la historia argentina se instaló la idea de que el auxilio financiero externo podía resolver los problemas estructurales del país. Gobiernos de distinto signo político apelaron a esa ilusión, presentando los préstamos y apoyos internacionales como puntos de inflexión que abrirían un futuro de estabilidad y crecimiento. Sin embargo, la realidad demostró una y otra vez que esas expectativas eran más una construcción política y discursiva que un camino efectivo hacia el desarrollo.

En diciembre del año 2000, Fernando de la Rúa buscó transmitir optimismo cuando anunció el blindaje financiero acordado con el Fondo Monetario Internacional: Así dijo: 

"El mundo ha sabido ver las virtudes de un gobierno serio y de un país con futuro. A veces las cosas se ven mejor a la distancia que de cerca, porque los problemas cotidianos nos agobian y enceguecen, pero yo debo ver más allá porque soy el Presidente. Y les digo que tenemos muchos motivos para celebrar. He anunciado un blindaje que nos saca del riesgo y crea una plataforma extraordinaria para el crecimiento".

El resultado de aquel auxilio fue exactamente el contrario: el deterioro social y económico se aceleró, y apenas un año más tarde el país ingresaba en la crisis más profunda de su historia contemporánea.Años después, en 2018, Mauricio Macri, después que sus amigos del sistema financiero le cerraron las puertas, repitió con entusiasmo el mismo esquema al presentar el acuerdo con el Fondo, convencido de que esa asistencia internacional constituía una oportunidad histórica: 

"Esto que se ha logrado, que es algo inédito en nuestra historia en términos de apoyo mundial, en cantidad de dinero y en la flexibilidad y el acompañamiento del plan, es una oportunidad para que la Argentina consolide un camino de crecimiento y desarrollo. El acuerdo que hemos obtenido es histórico para la Argentina y para la historia del Fondo. Nunca dio un apoyo como el que le ha dado a los argentinos, a todos nosotros. Creyó en lo que estamos haciendo, en el profesionalismo de la gente que le fue a explicar. Este acuerdo es la base para potenciar todo lo que estamos haciendo desde hace dos años".

Esa "base" se derrumbó rápidamente: la recesión se profundizó, el endeudamiento se disparó y la confianza que se anunciaba como el nuevo motor del crecimiento jamás se tradujo en mejoras para la sociedad.

Hoy, en 2025, la narrativa se repite con un nuevo protagonista: el auxilio del Tesoro de los Estados Unidos. Una vez más, se plantea que la asistencia externa puede estabilizar la economía, reducir el riesgo país y calmar a los mercados. Pero, al igual que en el pasado, se omite que la realidad social va por otro carril: el consumo se retrae, el desempleo crece, las pymes desaparecen y la vida cotidiana de millones de personas se deteriora.

El divorcio entre los discursos que festejan la confianza de los mercados y la experiencia concreta de la población no es un fenómeno menor. Expresa la persistencia de un modelo en el que la economía se mide por indicadores financieros, mientras los problemas estructurales —productividad, empleo, desigualdad, pobreza— quedan subordinados o invisibilizados.

La historia reciente demuestra que estos rescates no resolvieron las crisis, sino que, en muchos casos, las profundizaron. Más que soluciones, funcionaron como parches que prolongaron la fragilidad y multiplicaron la dependencia. Con una deuda pública impagable de 460.000 millones de dólares, 14.000 millones de dólares de intereses a pagar en el 2026, el futuro es más que sombrío.

Es hora, entonces, de romper con ese espejismo histórico. Ningún salvataje externo podrá sustituir un proyecto nacional de desarrollo que coloque en el centro a la producción, el trabajo y la dignidad de la gente común. Mientras esa convicción no se asuma, la Argentina seguirá repitiendo la misma ilusión con idéntico desenlace: el alivio fugaz de los mercados y la persistencia del sufrimiento social.