El costo del rescate de Donald Trump a Javier Milei: entre la humillación y el sometimiento

27.09.2025

La reciente confirmación de un apoyo financiero condicionado al resultado de las elecciones de octubre no se trata de un gesto de amistad ni de cooperación bilateral, sino de un claro mensaje de subordinación: el destino económico del país queda atado a los intereses de una potencia extranjera, que se reserva el derecho de definir la viabilidad de un gobierno en función de sus propios cálculos geopolíticos.


Por Alejandro Omos Gaona

En 1815, el Genera. Alvear le expresó a Lord Strangford el deseo de que "Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés". Y 120 años después, el vicepresidente Julio A. Roca confesaba que "La República Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico". Han pasado los años y parece que no aprendimos nada, y aunque a partir de la dictadura militar distintos gobiernos abdicaron de la soberanía argentina en contratos que se firmaron con grupos financieros e inversores extranjeros, nunca hubo una expresión tan clara de sometimiento y humillación como la que se vio esta semana, cuando, ante el fracaso de su política económica, el presidente Javier Milei fue desesperado a humillarse ante el gobierno norteamericano para pedir una ayuda del Tesoro que le permitiera seguir indemne hasta las elecciones de octubre, aunque para ello debiera someterse a inadmisibles exigencias y permitir la intromisión de ese gobierno en la política interna del país.

La reciente confirmación de un apoyo financiero condicionado al resultado de las elecciones de octubre no se trata de un gesto de amistad ni de cooperación bilateral, sino de un claro mensaje de subordinación: el destino económico del país queda atado a los intereses de una potencia extranjera, que se reserva el derecho de definir la viabilidad de un gobierno en función de sus propios cálculos geopolíticos.

Ante el evidente fracaso de la política económica oficial, la escalada del dólar, el cierre masivo de pymes, la baja del consumo y los índices crecientes de desempleo, un endeudamiento público que crece sin solución de continuidad, Milei ha optado por recurrir a Estados Unidos como última tabla de salvación para sostener un proyecto en crisis. No hay plan productivo, ni medidas que protejan a los más vulnerables, ni una estrategia que aborde la desigualdad social: todo se reduce a mendigar respaldo externo para ganar algo de oxígeno político.

En este escenario, resulta central recordar que el actual ministro de Economía, Luis "Toto" Caputo, fue el principal artífice del endeudamiento récord durante el gobierno de Mauricio Macri. Primero, como secretario de Finanzas, llevó adelante la toma de deuda más acelerada de la historia argentina en los mercados internacionales. Luego, como presidente del Banco Central, impulsó políticas que multiplicaron la vulnerabilidad financiera del país, hasta que su gestión se volvió insostenible y fue desplazado en septiembre de 2018 bajo la presión directa del FMI, que exigía un cambio de rumbo para seguir desembolsando fondos.

Ese mismo Fondo Monetario Internacional, que apenas unos meses atrás reconoció incumplimientos de la Argentina en el marco del programa vigente, hoy continúa brindando apoyo político a Milei y a Caputo. La explicación es simple: su mayor accionista, Estados Unidos, impone el sostenimiento de un plan económico inviable con el único objetivo de mantener alineado al gobierno argentino. No importa que las metas no se cumplan ni que los resultados sociales sean devastadores: lo que pesa es la decisión de Washington de garantizar respaldo a un modelo que favorece sus intereses estratégicos.

Lo más preocupante es que parte de la prensa y algunos economistas han festejado la "tranquilidad cambiaria" que trajo este apoyo norteamericano. Se repite el mismo libreto que vimos con el "blindaje" de Fernando de la Rúa en el 2000 y con el stand-by del FMI en 2018 durante el gobierno de Macri. En ambos casos, los discursos oficiales y mediáticos celebraron un alivio pasajero, mientras la crisis estructural se profundizaba. Hoy la historia amenaza con repetirse: la dependencia externa nunca resolvió los problemas de fondo y, por el contrario, siempre agravó la fragilidad económica y social.

A esto se suma una política exterior alineada sin reservas con Washington. Milei ha optado por involucrar a la Argentina en la posición estadounidense respecto de la guerra en Gaza, negándose a condenar los crímenes contra la población civil. Se trata de un alineamiento automático que contradice la tradición histórica de una diplomacia argentina más independiente y sensible al respeto de los derechos humanos.

La vaciedad del discurso presidencial en la ONU terminó de confirmar este rumbo. Con un recinto semivacío, Milei expuso frases dogmáticas y lugares comunes, sin atraer el interés de la comunidad internacional. Mientras tanto, al presidente de Brasil, Lula da Silva, se le prestó especial atención y sus intervenciones marcaron agenda. El contraste no pudo ser más evidente: Argentina, bajo Milei, se muestra aislada y subordinada, sin capacidad de liderazgo ni de plantear una visión propia en el escenario global.

Este escenario no es nuevo en América Latina. Desde la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos y el FMI han utilizado el endeudamiento como mecanismo de disciplinamiento político y económico en la región. En Chile, Brasil y otras dictaduras del Cono Sur, el apoyo financiero externo fue clave para consolidar gobiernos afines a Washington, mientras se imponían reformas neoliberales que destruyeron derechos laborales y acentuaron la desigualdad. La deuda, lejos de ser un instrumento de desarrollo, funcionó como una herramienta de control, condicionando la soberanía y los márgenes de decisión de los países latinoamericanos.

El sometimiento a Estados Unidos no es solo un error de política exterior: es la prolongación de un modelo económico que ya ha demostrado sus límites. Como en los años del blindaje y del stand-by, el espejismo del apoyo externo puede dar unos meses de calma, pero terminará profundizando la crisis si no se construye una política de Estado que priorice la producción nacional, el empleo y la protección de los más vulnerables.

Como señaló Immanuel Wallerstein, "la riqueza de unos se produce al costo de la pobreza de otros", y a pesar de las enrevesadas explicaciones de los economistas que intentan justificar la pobreza a través de ficciones que nada tienen que ver con la realidad, la enorme transferencia de recursos al sistema financiero que supone el endeudamiento tiene como contrapartida menor inversión en salud, educación, ciencia y tecnología, vivienda, como lo demuestran los presupuestos del Estado desde hace años. El respaldo financiero que hoy Estados Unidos otorga a Milei, además de volver a endeudarnos, no es neutral ni desinteresado: busca mantener a la Argentina en una posición periférica y dependiente, funcional a los intereses del centro del sistema mundial.

Si algo enseñaron las tragedias del 2001 y del 2018 es que hipotecar la soberanía para conseguir dólares prestados solo abre la puerta a un colapso mayor. El gobierno de Milei, de la mano de Caputo y sostenido artificialmente por el FMI y por Estados Unidos, parece encaminarse a repetir esos errores: confiar en el salvataje externo mientras la economía real se hunde. Y cuando la ilusión se desvanezca, el costo lo volverán a pagar los trabajadores, los pequeños empresarios y los sectores más postergados de la sociedad argentina.

La alternativa real no está en la sumisión ni en el endeudamiento perpetuo, sino en recuperar la soberanía económica. Esto implica fortalecer el mercado interno, impulsar la industria nacional, sostener el consumo popular como motor del crecimiento y diseñar una política de Estado que coloque en el centro a los sectores más vulnerables. Solo con un proyecto autónomo y solidario, la Argentina podrá evitar repetir los mismos fracasos históricos y construir un futuro distinto al de la dependencia y el sometimiento.

La alternativa real no está en la sumisión ni en el endeudamiento perpetuo, sino en recuperar la soberanía económica. Eso exige un rumbo claro y políticas concretas:

1. Controlar la fuga de capitales, porque ningún país puede sostenerse si los dólares que ingresan se escapan sin regulación hacia la especulación financiera.
2. Reformar el sistema tributario con criterios de progresividad, para que quienes más tienen aporten más y se alivie la carga sobre trabajadores y pymes.
3. Impulsar el crédito productivo y proteger a las pequeñas y medianas empresas, que son las verdaderas generadoras de empleo.
4. Fortalecer el mercado interno y el consumo popular, porque sin demanda no hay inversión ni crecimiento sustentable.
5. Definir una política industrial de largo plazo que promueva valor agregado en origen y reduzca la dependencia de exportar materias primas sin procesar.
6. Recuperar una diplomacia autónoma, capaz de tejer alianzas diversas sin someterse a los dictados de ninguna potencia.

Solo con un proyecto de estas características, que coloque en el centro a los trabajadores, a los pequeños empresarios y a los sectores más vulnerables, la Argentina podrá evitar repetir los fracasos del blindaje del 2001, del stand-by del 2018 y del sometimiento actual. Un país soberano no se construye con recetas dictadas desde Washington, sino con decisiones propias, pensadas para el bienestar de su pueblo.