La ilusión mayoritaria y la crisis de la representación política
Milei es la expresión local de un proyecto global que busca reinstalar el neoliberalismo más ortodoxo bajo una envoltura antisistema. La pregunta de fondo no es quién ganó, sino qué perdió la democracia.

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Por Alejandro Olmos Gaona
Más allá de los exitismos, es importante analizar la realidad de los números, y mirarlos detenidamente, sin pasión y sin relato, para desmontar muchas ficciones políticas. También cabe tener en cuenta el fracaso contundente del kirchnerismo, cuyo pasado de corruptelas diversas, falta de propuestas, y la existencia de figuras harto conocidas que no aportaron nada. En estas circunstancias, no hay criterios exactos que reflejen realidades incontestables, sino cada uno piensa a través de lo que va observando, con algunos datos y referencias, y sin quedar entrampado en esas visiones sesgadas de a favor o en contra, y tratar de reflexionar equilibradamente.
De los 36.477.204 ciudadanos habilitados para votar, 12 millones decidieron no hacerlo. Esa ausencia masiva —una tercera parte del padrón— no puede ser vista como un simple desinterés, sino como un síntoma profundo de desconexión entre la sociedad y la política. Los 24 millones que sí participaron expresaron, a su manera, una voluntad de cambio, pero dentro de ese universo, apenas 10.015.800 eligieron a Javier Milei, es decir, menos de un tercio de los argentinos.
Aparte de esas frialdades numerarias, hay consecuencias que son evidentes: Milei gobierna con la legitimidad institucional del voto, pero sin un respaldo social mayoritario. Así como su llegada al poder fue más el producto de una coyuntura de hartazgo, que el resultado de una adhesión ideológica sólida, su triunfo encierra una paradoja: el de un presidente que representa, en los hechos, más un voto de repudio que un voto de convicción. En este caso al votante no le importó el caso $LIBRA, lo fallido de Espert, las represiones a los jubilados, lo ocurrido con el Garrahan, la desfinanciación a la salud o a las universidades. Una enorme mayoría que repudia al kirchnerismo se hizo presente, para lograr que esta fuerza política no volviera a tener influencia alguna.
Si observamos el otro lado de esta ecuación, se puede ver el fracaso indiscutible del kirchnerismo, que perdió no solo las elecciones, sino su capacidad de interpelar emocional y políticamente a amplios sectores sociales. Lo que alguna vez se presentó como un proyecto de inclusión y justicia social terminó degradado por formas autoritarias, un relato agotado y una corrupción que dejó huellas profundas. En lugar de renovar su propuesta, el kirchnerismo se replegó en la autodefensa y en una lógica de poder cerrada sobre sí misma, desconectada de las urgencias reales del pueblo al que decía representar.
La descomposición del campo político tradicional abrió el espacio para el ascenso de Milei.
No fue tanto el mérito del libertario, sino la incapacidad de los otros.
Cuando los discursos se vacían y las promesas se repiten sin credibilidad, el descreimiento se transforma en combustible de la ruptura. El electorado, cansado de los abusos, de la mediocridad y de la impunidad, optó por un salto al vacío antes que por la continuidad del fracaso.
