LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA Y UN DESCUBRIMIENTO RECIENTE

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Siempre me interesó esto de ejercer el pensamiento crítico, y no estar sometido a dogmas, a criterios sectarios, a prejuicios ideológicos, que siempre enturbian cualquier análisis. Es posible equivocarse, siempre que lo haga de buena fe y no porque esté inficionado de cargas subjetivas que pretendan acomodar los hechos o el análisis de los mismos.
Por Alejandro Olmos gaona
Una de las dificultades que se pueden observar en los estudios históricos y genealógicos, con las excepciones del caso, tiene que ver con esa propensión al elogio de los personajes tratados, a desnaturalizar contextos, a deslumbrarse por algún personaje, a cultivar la hagiografía, silenciando u ocultando todo aquello que pudiera ensombrecer una época, lo actuado por hombres destacados, y como funcionaba la sociedad en ciertos momentos de la historia.
Cuando hablo de los elogios y la desnaturalización de los contextos, lo puedo ver no solo en los años más recientes, sino fundamentalmente cuando se trata lo ocurrido durante los más siglos XVII y XVIII, donde aparecen encomenderos, vecinos fundadores, pobladores que son desprovistos de toda connotación negativa, y solo se elogia la función que desempeñaron y se caracterizan cargos y canonjías que hayan tenido. En algunos casos muy conocidos, en publicaciones hechas sobre personajes fundadores de ciudades como Ramírez de Velasco, Argañaraz de Murguía y otros se ha llegado hasta el disparate de hablar de los criterios morales y la rectitud de los hombres de aquellos siglos, como si no fueran hombres de carne y hueso con virtudes y defectos, y en algunos casos con muchos más de estos últimos.
Esto viene a cuento por las visiones maniqueas que se manejan respecto a lo que fue la conquista española y las acciones de la monarquía hasta la independencia definitiva del continente en 1824, donde no se ejerce el pensamiento crítico y de puede llegar a distorsionar el pasado, sobre la base de criterios apriorísticos, cuando no marcadamente ideológicos.
Existe una "leyenda negra", que William Maltby describió en un excelente libro, mostrando como se había originado en Inglaterra, para denigrar todo lo que tuviera que ver con las acciones de la monarquía española, leyenda que tuvo la fortuna de prosperar durante décadas, y que solo fue enfrentada por historiadores rigurosos, que no consintieron tal deformación de lo que en realidad había pasado.
Pero como resulta común que ocurra, a esa leyenda la sustituyó la "leyenda rosa", que va de la época de la conquista hasta poco antes de la independencia, donde se ha enfatizado que fue una época maravillosa, donde las leyes de indias eran respetadas y protegían a los naturales, donde la cultura se expandía, y en la que el proceso civilizatorio no tuvo equivalentes. En uno de los tantos casos que conozco un notable investigador cordobés se atrevió a hablar de la benevolencia de los encomenderos, mostrando un único caso, para justificar todo un sistema. Y en los años recientes un buen amigo Marcelo Gullo, se ha dado a la tarea de rescatar todo lo hecho por España durante la época de la colonia, enfatizando solo los aspectos positivos que los tuvo, y tratando por todos los medios de silenciar los aspectos negativos, los horrores vividos por los naturales, las enormes diferencias que existían entre españoles y criollos, y la gigantesca riqueza mineral extraída y llevada a Europa, para acrecentar las arcas de la monarquía. Así podría seguir con ejemplos que han dado lugar a mucha literatura, que tuve que leer cuando publiqué mi libro sobre la Biblioteca Jesuitica de Asunción, hace ya algunos años.
Al absurdo chavista de denostar todo lo hecho de Colón para acá, se contrapuso, el elogio desmesurado y acrítico de lo hecho por España. El maniqueísmo histórico resucitado como en las mejores épocas, ya que de acuerdo a uno u otro autor todo era blanco o negro, no había grises, ni luces ni sombras. En un caso los indígenas habían sido crueles, sanguinarios y no había otra forma de civilizarlos que a través de castigos que llegaban hasta el exterminio, en el otro caso seres que Vivian en el respeto a la naturaleza, habían desarrollado una civilización mejor que la europea, y ejercían la justicia. Les faltó decir a algunos que eran un ejemplo de respeto a la vida humana, ya que hablar de derechos hubiera resultado excesivo.
En ambos casos el pensamiento crítico quedó sepultado, porque solo se trataba de defender posturas ideológicas, y no hacer historia en serio, que debo reconocerlo muchos la hicieron alejándose de tales simplificaciones. También hubo quienes justificaron la inquisición, sobre la base de su ferviente hispanofilia, sin entender que fue una institución que frenó el desarrollo científico y cultural español, especialmente a partir del siglo XVI, más allá de las crueldades en la forma que ejercía su cometido, y que Claudio Sanchez Albornoz estudiara con detenimiento. Uno de los defectos de los cultores de ambas leyendas -la negra y la rosa- es que solo se manejan con bibliografía y su particular interpretación de los hechos, ya que no frecuentan los archivos, tarea muy trabajosa, pero fundamental para hacer historia en serio, y no solo ensayos interpretativos para justificar una u otra postura.
Hay muchos ejemplos de la barbarie con la que procedía la corona, y que sus precarios apologistas ocultan. La ejecución del caudillo José de Antequera y Castro en Lima en 1731 es un ejemplo de ello, como otros que podría citar. Los actos de notoria barbarie con la que se procedía con los indígenas que no se sometían, y cuando lo hacían eran obligados a trabajar hasta el exterminio. Y al respecto siempre recuerdo los testimonios existentes en el Archivo General de la Nación, cuando se produjo la expulsión de los jesuitas, y el llanto de los guaraníes en las misiones y aún en el Colegio de Asunción, al ver a los padres encadenados por orden de las autoridades virreinales. Es que esos religiosos fueron los únicos que los defendieron del trato salvaje de los funcionarios y encomenderos.
Pero más allá de esa parte de nuestra historia, que hay que estudiar sin los prejuicios habituales hoy quiero rescatar algo que leí hace varias semanas, y que es el resultado de una notable investigación hecha recientemente relacionada con el hijo de José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru II, que, a la corta edad de 13 años, vio como había sido despedazado el cuerpo de su padre, después que le cortaran la lengua y lo sometieran a todo tipo de tropelías, por haberse atrevido a enfrentar a la corona.
El 17 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas del Cusco, a Túpac Amaru II quisieron descuartizarlo vivo atando sus extremidades a cuatro caballos, mientras su hijo presenciaba la dramática escena. Fernando Túpac Amaru Bastidas fue obligado a ver el asesinato de sus padres, de su hermano mayor y algunos de sus tíos. A su madre, Micaela Bastidas, una prócer de raíces indígenas y africanas, quisieron cortarle la lengua y luego colocarle un collar de hierro para destrozarle la nuca, pero como su cuello eran tan delgado la remataron a garrotazos y patadas, como surge de investigaciones que acabo de leer. Así procedía la justicia colonial.
Aunque el niño nada tenía que ver con las acciones de su padre, lo encerraron en las mazmorras del castillo real San Felipe y después de haber decidido desterrarlo al África, resolvieron que se fuera a España. Se ve que se quería cortar de cuajo, con el menor asomo de rebeldía al sangriento ejercicio del poder que se llevaba a cabo en el Perú.
Las versiones sobre este personaje eran contradictorias, casi nada se sabía, los mitos hicieron lo suyo, y su vida pasó silenciada, porque era mejor que nada se conociera sobre su destino, hasta que recientes investigaciones pudieron demostrar lo que fue su vida, la crueldad con la que se procedió con él y los vejámenes que sufrió.
Como no me gusta vestirme con plumas ajenas, voy a transcribir parte de la nota que he leído de Renzo Gómez Vega desde Lima, donde cuenta la travesía de este pobre indígena a quienes las autoridades del Virreinato y después de la monarquía sometieron a condiciones de vida, que hicieron que muriera muy joven.
"A mediados de 2022, Viola Varotto, integrante de la editorial Isole, visitó el Archivo General de Indias de Sevilla. Hacía un par de años que sabía de la existencia del hijo menor de Túpac Amaru por unas acuarelas de la artista peruana Daniela Ortiz, y por un tiempo creyó que podía escribir una tesis alrededor de su figura, pero desistió. "Por la educación colonial que recibimos, los europeos pensamos que somos dueños de la historia y siempre tenemos algo interesante que decir. No quise caer en el mismo error", explica esta sarda que vive en Perú desde hace muchos años.
Hurgando en Internet, encontró una ponencia de la Biblioteca Nacional del Perú donde se mencionaba que presumiblemente el Archivo General de Indias de Sevilla guardaba cartas escritas por Fernando Túpac Amaru a finales del siglo XVIII. Cuando hizo la solicitud le dijeron que quizá se había confundido porque los documentos no estaban en el radar de ningún sistema de archivos. Fue su terquedad la que los hizo aparecer al cabo de una semana. Se trataba de dos legajos con muchísimos documentos, entre ellos los dieciséis manuscritos, que extrañamente estaban fuera de catálogo.
Varotto se trajo a Lima las cartas escaneadas. Junto con su compañera de la editorial Ivonne Sheen, armaron un grupo de lectura para obtener miradas distintas sobre el hallazgo. Cada invitada podía pasarle la voz a alguien más al que no necesariamente conocían. El colectivo quedó conformado por las artistas visuales Rosaura de la Cruz y Ana Barandiarán, la historiadora Cecilia Méndez, la educadora Rosaly Benites, la lingüista Verónica Ferrari, la activista Jackeline Sosa, la curadora de arte Lizet Díaz, el especialista en archivística Eduardo Pérez Rosales y, finalmente, el artista multidisciplinario Javi Vargas.
Durante meses cada uno de ellos se enfrentó al dolor de quien estuvo cautivo durante casi las dos terceras partes de su vida. Leer las cartas escritas por de Fernando Túpac Amaru fue despertar un clamor del silencio. El lamento ilustrado de un prisionero cuyo delito básicamente había sido ser hijo de dos rebeldes que inquietaron Hispanoamérica. Esos sentidos esfuerzos acaban de ver la luz en Las cartas de Fernando Túpac Amaru y otros documentos (1782-1798).
En septiembre de 1787, desde el castillo de Santa Catalina en Cádiz, el cautivo le escribió a Carlos III: "A Vuestra Majestad humildemente pide y suplica que, en atención a los motivos y causas deducidas, se digne de tenerle piedad y conmiseración a un vasallo rendido y sumiso que implora su real clemencia con los más vivos sentimientos de dolor. Siento que su soberana bondad se ha de mover a compasión al ver padecer a un inocente tanto tiempo un prolongado martirio sin otro delito que haber nacido".
Fernando Túpac Amaru no cesó en implorar humanidad. Y lo hizo sin renunciar a su apellido ni renegar de sus padres. En reiteradas ocasiones suplicó cuidados para su salud, así como recibir los ritos católicos y manifestó sus deseos de trabajar. Estudió aritmética, gramática y filosofía en el colegio de los padres escolapios de Getafe y Lavapiés. Y aseguraba estar preparado para ocupar un puesto como contador o archivero de rentas provinciales de la corte. En julio de 1792, a sus 23 años, le pidió al Rey de España, Carlos IV: "Se digne por un efecto de su real clemencia hacerle la gracia singular de destinarle a alguna oficina que ayude al desempeño de su lealtad innata".
La historiadora Cecilia Méndez comenta que si en ninguna de las cartas Fernando Túpac Amaru se atreve a desafiar al rey es porque era plenamente consciente de que su sobrevivencia dependía cuán obediente fuera.
El 30 de agosto de 1798, Fernando Túpac Amaru falleció con apenas 30 años en el barrio de Lavapiés, en Madrid. Según los manuscritos padecía de una "melancolía hipocondriaca". Ni los baños termales habían surtido efecto. Nunca se le permitió regresar al Cusco ni gozar de un resquicio de libertad. Diez años atrás de que se lo llevara la parca escribió: "[…] el no haber podido en todo este tiempo disfrutar de ningún acto de religión como oír misa, confesar, y comulgar; con cuyo pasto espiritual se fortalece el alma para recibir de Dios sus soberanos auxilios y morir en paz, que es lo que el suplicante pretende en los pocos días que le pueden quedar de vida, según ya se haya cansada y sin fuerzas su débil naturaleza, como encerrado en este castillo en un estrecho y húmedo encierro, tan dilatado tiempo, y sin haber visto jamás el sol ni respirado otro aire".
El hijo del cacique murió en la pobreza extrema. Si bien recibía nueve mil reales anuales para su manutención, no se le exoneró de los impuestos y terminó endeudándose a causa de su resquebrajada salud. Una de las integrantes del grupo de trabajo, Jackeline Sosa, halló su partida de defunción en el archivo de la parroquia de San Sebastián en Madrid. Formaba parte del libro de difuntos pobres. Un anexo que también está incluido en el libro. "Intentó vivir dignamente hasta el último instante",
Este es uno de los tantos ejemplos de una
época difícil, llena de contradicciones, nutrida de personajes codiciosos, para
los cuales el concepto que tenían de la vida de los naturales era menos que
nada, y donde en la mayoría de los casos eran explotados hasta el agotamiento.
La única defensa posible fue ejercida por sacerdotes que tenían plena
conciencia del mensaje evangélico, y los jesuitas son un claro ejemplo de
acciones destinadas a evitar crueldades que resultaban comunes en la época, y
que absurdamente algunos tratan de silenciar.