NUEVA AFRENTA A NUESTRA SOBERANÍA

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Por Alejandro Olmos Gaona
Como si algo faltara para caracterizar lo que pasa en nuestro país, donde a través de manifestaciones exitistas se pretende convencer sobre el mejor gobierno de la historia (Milei dixit), manipulando índices, comprando a encuestadores, y retribuyendo generosamente a un ejército de obsecuentes fundamentalistas, que ayer en esa suerte de aquelarre que fue el acto de Córdoba, parecían con sus gritos y consignas un conjunto de dementes, ahora se suma la pretensión de un sujeto: Peter Lamelas, que ayer en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los EE.UU. indicó cuales van a ser sus tareas cuando llegue como embajador a Buenos Aires.
Las palabras de ayer constituyen una grave intromisión en los asuntos internos de nuestro país y un ataque directo a la soberanía nacional. Sus expresiones, cargadas de un tono intervencionista, evocan los peores momentos de la historia de las relaciones entre Argentina y Estados Unidos, recordando la nefasta actuación del embajador Spruille Braden en 1946.
Lamelas ha manifestado su intención de recorrer las provincias argentinas con el objetivo de dialogar; con los gobernadores y vigilar; que no establezcan acuerdos con países como China, sugiriendo que dichas relaciones podrían derivar en prácticas de corrupción. Es decir que para este personaje todo lo que tenga que ver con China es corrupto, y no se explica como EE.UU. reciba tantos productos manufacturados de ese país además de otras relaciones conocidas. Claro que para Lamelas esto solo está permitido entre grandes potencias y no en países semicoloniales como el nuestro Su inadmisible postura no solo desconoce la autonomía de las provincias consagrada en la Constitución Nacional, sino que también pretende condicionar las decisiones soberanas de las autoridades locales, arrogándose un rol de supervisor que resulta inaceptable en un país independiente. Además, sus comentarios sobre el presidente Javier Milei, a quien elogió y prometió respaldar en las elecciones legislativas, y su intromisión en el proceso judicial contra la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, al afirmar que trabajará para que reciba la justicia que merece, cruzan un límite intolerable en la diplomacia internacional.
Estas actitudes nos hacen acordar directamente a los acontecimientos de 1946, cuando el entonces embajador estadounidense Spruille Braden se involucró activamente en la política interna argentina, haciendo campaña abierta contra el general Perón, que se había presentado en las elecciones presidenciales. Braden, al igual que Lamelas hoy, buscó influir en las decisiones soberanas del pueblo argentino, publicando el infame Libro Azul que acusaba a Perón de simpatías con el nazismo. Su injerencia fue tan burda que generó una reacción popular masiva, cristalizada en el lema Braden o Perón, que fortaleció la candidatura de Perón y consolidó su victoria electoral. La intervención de Braden no solo fracasó, sino que galvanizó el sentimiento nacionalista y antiimperialista del pueblo argentino, dejando un precedente claro de rechazo a las intromisiones extranjeras.
Es la vieja costumbre la de algunos funcionarios norteamericanos de creer, que siempre pueden hacer lo que se les dé la gana, y atropellar a todo aquel que se le oponga, aun siendo un país soberano Las palabras de Lamelas, al igual que las de Braden hace casi ocho décadas, reflejan una visión neocolonial que considera a América Latina como el patio trasero de Estados Unidos, donde sus representantes se sienten con derecho a dictar políticas, presionar instituciones y condicionar procesos democráticos. Este tipo de diplomacia, lejos de fomentar la cooperación entre naciones, socava los principios de no injerencia y respeto mutuo consagrados en el derecho internacional. Las declaraciones de Lamelas no son un exabrupto aislado, ni el producto de una encendida retórica circunstancial sino una muestra del resurgimiento de la Doctrina Monroe, que históricamente ha justificado la intervención de los EE.UU. en cualquier país que podía afectar sus políticas imperialistas.
Además, al referirse de la manera que lo hizo a su próximo trabajo, puso en evidencia como nos consideran en su país, y las atribuciones que pretende tomarse este diplomático, al que el gobierno debería no hacer lugar a que se instale en nuestro país como embajador. Difícilmente lo haga, porque sabemos que el vasallaje de Milei a EE.UU. es total e incondicional. Pero las fuerzas políticas representadas en el Congreso de la Nación, si todavía les queda algo de dignidad deberían rechazar la afrenta que es para la Nación que este sujeto ejerza su función en nuestro país.