SOBRE EL PELIGRO DE ESCRIBIR
"Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamente."
CLARICE LISPECTOR

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Por Alejandro Olmos Gaona
Existe un tipo de miedo que no nace del cuerpo, sino del espíritu: el miedo de escribir la verdad en la que uno cree. No es por el temor a equivocarse, sino a incomodar, a romper la armonía falsa que el poder y la cobardía colectiva construyen para sostener sus mentiras. Escribir —cuando se lo hace con honestidad— implica abrir una herida en el discurso oficial, romper el pacto de silencio que protege a los que mandan, a los que manipulan, a los que viven de la mentira. Es deshacer viejas y venerables historias sostenidas en el tiempo, solo por algunas autoridades que se copiaron unas a otras, y romper con los mitos y los fetiches que hoy son como una mantra que muchos cultivan, y que tienen un enorme poder adictivo.
Escribir, entonces, se convierte en un acto de peligro. Cada palabra verdadera cuestiona intereses, desenmascara apariencias, y puede tener consecuencias. Mostrar lo que se oculta o lo que otros callan supone riesgos, descalificaciones, nos sumerge en terrenos resbaladizos donde tenemos que enfrentarnos con falacias sólidas que se repiten como verdades irrefutables y es difícil atreverse a cuestionarlas. Lo supieron muchos otros antes que nosotros.
Lo supo Emilio Zola cuando acusó a Presidente de Francia y al Estado Mayor de ese país de encarcelar a un inocente. Lo supo también George Orwell cuando advirtió que en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario. Lo supo ese feroz libelista que fue León Bloy al poner en evidencia a literatos convencionales, admirados por la alta burguesía francesa. En nuestro país Enrique Loncan, puso al desnudo los negocios de diplomáticos como Eduardo Martinez de Hoz, y nombramientos ilegales hechos por el Embajador Cárcano, y Rodolfo Walsh cuando mostró los asesinatos de José León Suarez. Así podría seguir con cantidades de ejemplos de aquellos que pagaron un alto precio por decir la verdad, y descubrir lo que se trataba de ocultar.
La historia está llena de periodistas silenciados, escritores censurados, pensadores perseguidos. Cuando podría ser muy peligroso refutarlos, la conspiración del silencio siempre fue muy efectiva para invisibilizarlos, condenándolos a la oscuridad y a la marginación.
También están los otros: los que prefirieron callar, adaptarse, sobrevivir en la comodidad. Transitar la frivolidad, despreocuparse, quedándose en un silencio cómplice para no arriesgarse a pensar críticamente y denunciar todo aquello falso y aparencial. Ya nos decía don Miguel de Unamuno:
"abrigo la fe de que todos, absolutamente todos los males que creemos son la causa de nuestras miserias, el egoísmo, el deseo de prepotencia, el ansia de gloria, el desprecio hacia los demás, todos desparecerían si fuéramos veraces"
El poder teme a la palabra porque sabe que una verdad escrita puede atravesar los muros, sobrevivir a la censura, y seguir hablando cuando las voces han sido acalladas. Por eso tantas veces se busca domesticar al escritor, amedrentar al periodista, ridiculizar al que piensa distinto. No se le teme al papel, sino a la conciencia que lo habita. El poder de la palabra puede derrumbar cimientos muy solidos y también mostrar aquello que es solo pura apariencia. Pero el miedo no es sólo externo. Está también dentro del que escribe. Porque escribir con verdad es exponerse, dejar la máscara, asumir una soledad radical. El vacío del que habla Lispector es ese lugar donde ya no sirven las fórmulas, donde no hay certezas ni amparos. Es el espacio del riesgo, de la duda, de la intuición que guía hacia lo oculto. Y allí, en ese abismo, uno descubre que escribir no es un gesto ornamental, sino una forma de existir con sentido. En sus reflexiones sobre la noche oscura del alma, San Juan de la Cruz, mostró esos abismos donde nos encontramos con uno mismo y dudamos como seguir.
El escritor que escribe para halagar, para congraciarse o para repetir lo que todos dicen, no corre peligro. El que escribe para desentrañar lo que está oculto, sí. Porque se mete en territorios prohibidos, desnuda lo que el poder quiere mantener en penumbras, identifica a todos aquellos que cultivan el ocultamiento y la mentira.
En sociedades donde el miedo se disfraza de prudencia, donde la cobardía se llama "neutralidad" y el silencio se justifica como "objetividad", escribir desde la verdad es una forma de rebelión ética. No se trata de heroísmo, sino de coherencia. Quien escribe para decir lo que ve, sin cálculo ni complacencia, está cumpliendo con la tarea más elemental del pensamiento: impedir que la mentira se naturalice. Es por eso que la escritura auténtica siempre incomoda. Muestra lo que muchos prefieren no ver, pone en evidencia la hipocresía, y nos recuerda que la libertad no se mendiga: se ejerce. Y cada vez que alguien escribe con verdad, aunque lo haga desde el más profundo vacío, vuelve a demostrar que las palabras todavía pueden ser un territorio de dignidad en medio del miedo. Y tenemos que afrontar ese miedo asumiendo todos los riesgos, aunque nos cueste y seguir adelante en el camino hacia aquella verdad en la que creemos.
