El juez del fin de Europa

06.12.2025

Europa se muestra débil ante el avance hegémonico de los Estados Unidos, lo cual pone en riesgo al resto del planeta.

Por Yanis Varounakis*

Admitamos por un momento la fantasiosa hipótesis de que a Europa le interesan sus valores. Imaginemos una Europa donde los principios tan generosamente inscritos en las banderas del proyecto europeo (el Estado de Derecho, la dignidad del individuo, el compromiso con la autonomía estratégica) sean algo más que una filigrana retórica para dar grandes discursos en Bruselas.

En esta Europa paralela, la historia que surge de las páginas que publicó Le Monde en relación con el juez Nicolas Guillou, magistrado francés de la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya, sería el escándalo político del siglo. Sería uno de esos asuntos que derriban gobiernos y reavivan una orgullosa conciencia europea.

Pero no habitamos esa Europa. En la Europa real, a nadie importó el calvario de Guillou; esto es un síntoma de la caída de nuestro continente en un estado de vasallaje indiscutido.

Resumidos a su esencia, los hechos del caso son desconcertantes más allá de toda medida.

Tenemos ante nosotros a un ciudadano francés. Un magistrado de cierto renombre, miembro de una Corte que la diplomacia europea creó con grandes esfuerzos para dejar atrás un pasado en el que los criminales de guerra podían escudarse tras sus gobiernos. En el ejercicio de las funciones que juró cumplir, siguiendo meticulosamente los procedimientos de la institución a la que pertenece, este juez autorizó órdenes de arresto contra el primer ministro y el ex ministro de defensa de Israel por presuntos crímenes de guerra en Gaza. En respuesta, el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump sancionó a Guillou.

Las sanciones impuestas son una masterclass en vaciamiento de la soberanía europea. Convierten a Guillou en una «no persona», no sólo en Estados Unidos, sino también en su propio país, el corazón mismo de Europa. Tiene vedado el acceso al ámbito digital global (WhatsApp, todas las aplicaciones de Google y redes sociales como Facebook e Instagram). Incluso su cuenta bancaria francesa ha quedado casi inutilizada, con la prohibición de cualquier pago que requiera la cooperación de Visa, Mastercard, American Express y el sistema de mensajería interbancaria SWIFT (supuestamente europeo). Por si esto no bastara, cuando hace poco intentó reservar una habitación de hotel en Francia, Expedia canceló la reserva unas horas después.

El éxito de Trump en «inundar la zona» con conductas escandalosas no debe distraernos de la importancia de estos acontecimientos. El gobierno estadounidense ha decidido sancionar (o en esencia, despersonalizar) a un juez europeo por desempeñar sus funciones oficiales en Europa en el contexto de una institución que fue establecida con gran costo y esfuerzo por los representantes electos de Europa.

La verdadera tragedia no es la prepotencia de Trump: está en la naturaleza de los hegemones hostigar a quienes los importunan. La verdadera tragedia, o quizás farsa, está en la reacción de Europa. ¿Respondieron nuestros gobiernos con una condena unificada y atronadora? ¿Activaron medidas de represalia y crearon de inmediato canales financieros y digitales europeos para proteger a sus ciudadanos y jueces del hostigamiento extraterritorial? Por desgracia, la respuesta fue un espectáculo tragicómico de total y completa aquiescencia.

Los bancos europeos, acobardados por la mirada severa de un funcionario del Tesoro estadounidense en Washington, se apresuraron a cerrar las cuentas de Guillou. Empresas europeas (cuyos departamentos de cumplimiento normativo actúan como extensiones de las autoridades estadounidenses) se niegan a prestarle servicios. En tanto, dos instituciones europeas (la Comisión y el Consejo) miran para otro lado, fingen estar preocupadas y murmuran perogrulladas sobre las «complejidades» de las relaciones transatlánticas. No sólo no protegen a Guillou, sino que aplican activamente sanciones estadounidenses contra un ciudadano europeo.

En una semana en la que la dirigencia europea protestó a viva voz por el hecho de que Estados Unidos la haya marginado de la elaboración de un acuerdo de paz para Ucrania, su silencio sobre el tratamiento dispensado a Guillou terminó de normalizar la erosión de su autoridad. En la perspectiva de Trump, cambiaron el desafiante y complicado proyecto de la soberanía por la cómoda decadencia de un protectorado estadounidense. ¿De qué otra manera podía esperar el presidente francés Emmanuel Macron que Trump interprete su decisión de tratar el asesinato económico de un juez francés en suelo francés como un desafortunado fallo técnico o un pequeño error burocrático? ¿De veras creyeron él y el canciller alemán Friedrich Merz que sacrificar a sus ciudadanos ante Trump les ganaría un asiento en la mesa donde se negocian cuestiones de importancia existencial para Europa como Ucrania y Palestina?

No, la pesadilla kafkiana de Guillou no debería sorprendernos. Lo que debería escandalizarnos es el silencio que la rodea. Deberían indignarnos no sólo las acciones de Estados Unidos, sino también la inacción de Europa. El caso de Guillou es una cruda metáfora de Europa: una unión de Estadosnación que ayudó a crear un tribunal internacional para defender sus valores y ahora permite a una potencia extranjera castigar a uno de sus jueces por hacerlo y luego la ayuda a aplicar el castigo. Es una unión que perdió el rumbo, el alma y la determinación, y convierte a los europeos en aquiescentes extras en el teatro de nuestra propia disminución.

Cuando en unos años, casi todos digan que se opusieron a los crímenes de guerra israelíes en Gaza, el mundo recordará con afecto al juez Guillou. Pero también recordará a los principales políticos de Europa no sólo por su cobardía, sino por no prestar atención al simple hecho de que quienes no defienden sus valores se vuelven irrelevantes.

Traducción: Esteban Flamini

* Yanis Varoufakis, ex ministro de finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de Economía en la Universidad de Atenas.