África en el mundo multipolar: ¿liberación o (nueva) dependencia?

14.11.2025

A medida que África se distancia de las antiguas potencias coloniales y amplía sus alianzas, surgen nuevas oportunidades, pero también los conocidos riesgos de intercambio desigual y la consiguiente dependencia, y se postergan las necesarias reformas institucionales. 

Durante décadas, la postura de África en política exterior ha sido moldeada por la fuerza gravitatoria de la influencia occidental. Tras la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos y sus aliados occidentales dominaron la política mundial. Los países africanos alinearon en gran medida sus prioridades en materia de política exterior, comercio, diplomacia y seguridad con las de Europa y Estados Unidos, con lo que continuó la dependencia poscolonial, a menudo disfrazada idiomáticamente como alianza para el desarrollo.

Ese orden se está desvaneciendo. Lentamente, de forma despareja y a veces torpe, África está recalibrando su lugar en un panorama global que cambia rápidamente.

La ilusión de que Occidente ostentaba el monopolio del conocimiento para el desarrollo, alentada tras el fin de la Guerra Fría, se desmoronó hace tiempo bajo el peso de promesas incumplidas y cambios en la realidad global, lo que se dio paso a un orden mucho más fluido y pragmático. En toda África, los Estados están diversificando sus alianzas; la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, el firme regreso de Rusia en los ámbitos militar y diplomático, la discreta pero notoria penetración de capitales del Golfo Pérsico en la infraestructura y las finanzas africanas, y la creciente presencia de la India, Turquía y Brasil son algunos ejemplos de estas transformaciones.

Dentro del continente, también se observa un cambio palpable hacia soluciones enfocadas en las realidades internas, en lo que quizás sea un sólido y largamente esperado experimento con vías alternativas de desarrollo. Marcos regionales como la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA, por sus siglas en inglés) y la Agenda 2063 de la Unión Africana representan intentos de convertir la independencia política en soberanía económica.

Sin embargo, un peligro conocido acecha bajo la superficie de esta aparente diversificación estratégica. Los nuevos socios de África pueden hablar de cooperación Sur-Sur y beneficio mutuo, pero sus métodos siguen impregnados de la misma lógica extractiva que caracterizó las épocas previas de dominio occidental. ¿Puede surgir una soberanía genuina dentro de un sistema global que sigue regido por la misma lógica capitalista que alguna vez justificó la dependencia?

El problema no radica en la diversificación en sí, sino en que no hay una ruptura radical con la ortodoxia económica que continúa midiendo el progreso según criterios de rentabilidad y no de redistribución. Si bien los gobiernos africanos pueden, en el corto plazo, beneficiarse de las rivalidades globales, el experimento con la multipolaridad, aunque necesario, corre el riesgo de convertirse en una repetición del progreso definido desde afuera, si no se basa en un desarrollo redistributivo y centrado en las personas.

Reevaluar las alianzas

Esta recalibración de la política exterior se evidencia en todo el continente, en la forma en que los países africanos transitan la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. Los Estados están aprendiendo a convertir esta competencia en una ventaja, con lo que obtienen mejores condiciones en proyectos de infraestructura, reestructuraciones de deuda y transferencia de tecnología al contraponer las ambiciones de una potencia a las de la otra.

El equilibrio de Kenia entre la financiación china proveniente de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y la cooperación con Washington en materia de seguridad refleja este nuevo pragmatismo; también la decisión tomada por Angola de diversificar sus alianzas petroleras, alejándose de los acreedores chinos y acercándose a inversores del Golfo y occidentales.

La reciente ampliación de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica), que ahora incluyen a Egipto y Etiopía, refleja esta misma búsqueda de maniobrabilidad: un esfuerzo por participar en plataformas multilaterales que prometen reformar, o al menos atenuar, las asimetrías del sistema financiero global. Si bien estas siguen siendo imperfectas y, a veces, políticamente inconsistentes, reflejan un creciente deseo de un orden mundial en el que África no quede por siempre al margen de la toma de decisiones.

En esta recalibración, la diplomacia económica se ha convertido en otro de los instrumentos de las naciones africanas. Los líderes del continente han reconocido que la combinación de sus mercados –más de 1.400 millones de personas y una enorme abundancia de recursos naturales– les otorga poder de negociación si se utiliza estratégicamente. En la práctica, esto se ha traducido en una mayor firmeza a la hora de negociar préstamos para infraestructura, acuerdos comerciales y proyectos energéticos. Zambia, Ghana e incluso Nigeria han utilizado, de diversas maneras, la competencia global para renegociar deudas y atraer carteras de inversión más diversificadas. De forma similar, los países del norte de África se han posicionado como socios energéticos de Europa, al tiempo que cortejan a fondos soberanos del Golfo y a inversores chinos.

En ningún otro ámbito resulta más evidente el giro pragmático de África que en el de la seguridad. A medida que disminuye la confianza en las intervenciones lideradas por Occidente, muchos gobiernos están reevaluando dónde –y con quién– establecen sus alianzas defensivas. El colapso de la Operación Barkhane de Francia en 2022 -organizada para combatir al extremismo islamista- y la retirada de las misiones de mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Mali y República Democrática del Congo dejaron un vacío que actores no occidentales han llenado rápidamente.

Rusia, mediante despliegues al estilo Wagner en Mali, República Centroafricana y Sudán, ha ofrecido una combinación de asistencia militar y respaldo político que resulta atractiva para regímenes que buscan autonomía respecto de la tutela occidental. Turquía, ahora un actor importante en el sector de la defensa, ha exportado drones y capacitación a Etiopía, Libia y Somalia, utilizando su industria de defensa para consolidar lazos diplomáticos y económicos más amplios. Mientras tanto, países del Golfo como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita financian discretamente operaciones de contrainsurgencia y proyectos de infraestructura en el Sahel y el Cuerno de África, combinando seguridad e inversión en un paquete estratégico integral.

Sin embargo, a pesar de sus promesas, la nueva realidad multipolar no está exenta de peligros. La fragmentación de las alianzas y la competencia entre esferas de influencia podrían debilitar la cohesión continental. Los mecanismos de paz y seguridad de la Unión Africana, ya sobreexigidos, corren el riesgo de quedar relegados por acuerdos bilaterales ad hoc que priorizan los beneficios de corto plazo sobre una estabilidad más sostenible. La competencia por el poder global podría convertir a África en un escenario de guerras proxy, tal como se observa en el Cuerno de África, donde la importancia geopolítica del Mar Rojo ha atraído intereses contrapuestos de Estados Unidos, China, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Turquía. Otro nivel de estos riesgos reside en la opacidad de muchos de estos acuerdos, el uso de mercenarios en conflictos internos y la ausencia de mecanismos regionales de rendición de cuentas, factores que amenazan con agravar la inestabilidad en lugar de resolverla. Como se ha visto en Mali y República Centroafricana, la dependencia de empresas militares privadas puede generar ventajas en materia de seguridad inmediata, pero a costa de una reforma institucional a largo plazo.

El desafío, por lo tanto, no reside en la diversificación en sí, sino en su dirección. La cuestión no es simplemente quiénes son los socios de África, sino cómo se estructuran estas relaciones y a quién benefician. La participación de África en un mundo multipolar no debe guiarse por un oportunismo transaccional sino por principios que protejan la soberanía, impulsen la integración regional y promuevan el desarrollo colectivo. Esto exige que la Unión Africana y los bloques regionales coordinen con mayor firmeza en los foros internacionales sus esfuerzos en materia de intereses continentales, como la financiación climática, el alivio de la deuda, la gobernanza tecnológica y la cooperación en seguridad.

Sin transparencia, reforma institucional y coordinación continental, la diversificación económica que conlleva la multipolaridad corre el riesgo de transformarse en una nueva dependencia. África deberá definir su soberanía económica desmantelando las jerarquías globales que aún definen su valor mediante la extracción de recursos y el progreso mediante el endeudamiento. Iniciativas como la AfCFTA y la agenda de reformas de la Unión Africana muestran los inicios de esta visión.

La promesa de la multipolaridad conlleva tanto liberación como riesgos. La liberación proviene de romper la ilusión de que el poder emana únicamente de Occidente; el riesgo radica en confundir la abundancia de pretendientes con una soberanía genuina. La verdadera capacidad de acción estratégica exige más que ponderar a un pretendiente comparándolo con otro. Requiere una visión continental compartida, anclada en la transparencia, la rendición de cuentas y una gobernanza centrada en las personas.

La multipolaridad no es un punto final, es una encrucijada. Lo que haga África de aquí en más determinará si esta nueva era marca una ruptura real con la dependencia posterior a la Guerra Fría o si, simplemente, es el capítulo más reciente de una vieja historia.

Fuente:

https://nuso.org/articulo/africa-multipolaridad-dependencia/