La caída de Bolsonaro

La condena del ex-presidente a 27 años de cárcel ha transformado el tablero político brasileño. Con elecciones dentro de un año, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha sacado pecho ante las presiones de Donald Trump en favor de su «amigo» Bolsonaro y se beneficia, por el momento, de las debilidades de los posibles candidatos de la derecha.
Por Forrest Hylton
Por primera vez, Brasil es elogiado internacionalmente, incluso en Estados Unidos, por la fuerza de sus instituciones democráticas. La condena del ex-presidente Jair Bolsonaro y de un grupo de generales por parte de la Corte Suprema ha puesto el foco en la justicia brasileña. El 11 de septiembre pasado, la máxima instancia judicial declaró culpables al ex-presidente Jair Bolsonaro y a sus cómplices en las Fuerzas Armadas de conspirar para matar al presidente Luiz Inácio Lula da Silva y derrocar a su gobierno democráticamente electo cuando se preparaba la investidura.
Bolsonaro fue condenado a 27 años. Dos ex-ministros de Defensa, los generales Walter Braga Netto y Paulo Sérgio Nogueira de Oliveira, fueron sentenciados a 26 y 19 años respectivamente. El general Augusto Heleno, ex-jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, a 21; el ex-jefe de Inteligencia, Alexandre Ramagem, y un ex-jefe de la Marina, el almirante Almir Garnier Santos, a 24; el ex-ministro de Justicia Anderson Torres, a 16. El secretario e intermediario de Bolsonaro, el teniente coronel Mauro Cid, recibió dos años de prisión domiciliaria.
El veredicto fue histórico con mayúsculas: a diferencia de Argentina y Uruguay, hasta ahora en Brasil no hubo ningún ajuste de cuentas con la dictadura; no hubo una Comisión de la Verdad hasta 2014.
Para la generación que vivió el golpe de 1964 –cuya historia Bolsonaro y su gobierno militar intentaron reescribir– y luego vio a los militares quedar impunes durante la transición a la democracia constitucional en 1986, con la impunidad incorporada en la Constitución de 1988, había llegado el momento de celebrar. Las generaciones más jóvenes se unieron. Saltaron corchos de champán en mi edificio en Salvador de Bahía. La pareja de conserjes sonreía el viernes por la mañana mientras regaba los escalones de entrada del edificio, celebrando que Bolsonaro y los militares brasileños -y también Donald Trump- hubieran recibido su merecido en la Corte Suprema de Brasil.
El viernes por la noche, mucha gente salió a festejar en las calles, bares y plazas cantando y bailando, y se vio una euforia fuera de lo común. El sábado por la noche, ya avanzado el show, Ifá, una banda local influenciada por el cantante nigeriano Fela Kuti, se tomó un momento para elogiar las condenas y exigir que los conspiradores vayan a la cárcel en lugar de disfrutar del arresto domiciliario (a diferencia del ex-presidente colombiano Álvaro Uribe o la ex-presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, Bolsonaro presenta riesgo de fuga). La multitud enloqueció. El domingo, en el faro de Barra, parecía Carnaval, con multitudes dirigiéndose a presenciar diferentes representaciones bajo el inclemente sol de la tarde, y entrada la noche muchos seguían en las calles.
Los pescadores del Porto da Barra estaban de acuerdo en que el veredicto fue histórico y celebraron todo el fin de semana. Llevan semanas denunciando los ataques de Trump. Algunos bahianos cargados con sombrillas y sillas camino a la playa me dijeron que la facción criminal organizada más grande de Brasil finalmente había caído; ellos también hablaban de la necesidad de poner a Trump en su lugar.
Aunque es diputado federal, Eduardo Bolsonaro lleva meses en Estados Unidos haciendo lobby en nombre de su padre; con cierto éxito, como lo evidencian los aranceles de 50% que Estados Unidos ha impuesto a las importaciones brasileñas y los ataques -y sanciones- contra el juez de la Corte Suprema Alexandre de Moraes, a quien Trump acusa de perseguir a su «amigo» Jair Bolsonaro. El secretario de Estado, Marco Rubio, calificó el juicio como una «caza de brujas» y dijo que Estados Unidos «respondería en consecuencia»: afirmó que pronto tomarán nuevas medidas, y tal vez suban los aranceles de nuevo.
Eduardo Bolsonaro tiene miedo de volver a casa y le preguntó a su padre si él iría preso también. Su hermano Carlos Bolsonaro está bajo investigación por la Procuraduría General. Más de 40.000 partidarios de Bolsonaro abarrotaron la avenida Paulista en San Pablo con una gigantesca bandera estadounidense la semana anterior a la sentencia, pero esas protestas estuvieron lejos de poder cambiar la suerte judicial del ex-presidente.
Hasta que Trump comenzó a atacar a Brasil y a su Poder Judicial, Lula da Silva se hundía en las encuestas. A pesar del desempleo en niveles históricamente bajos y de avances significativos en la lucha contra la desigualdad, esta tendencia decreciente se verificaba también entre su propia base, compuesta sobre todo por quienes ganan hasta dos salarios mínimos, especialmente en el norte del país -con el nordeste como bastión emblemático–. Ahora, gracias a Trump, el presidente brasileño tiene una clara ventaja de cara a las elecciones de 2026.
El juez Alexandre de Moraes, una figura controvertida, se ha transformado en una superestrella. Sin embargo, la jueza Cármen Lúcia le robó la escena con su justificación de la sentencia plasmada en un escrito de 400 páginas, condensada en una exposición de dos horas en las que exhibió un razonamiento legal impecable. (En contraste con el juez Luiz Fux, quien tardó 12 horas en argumentar, de manera espuria, que la Corte no era competente para juzgar el caso). «Este caso penal», dijo la magistrada Lúcia, «es un encuentro entre Brasil y su pasado, su presente y su futuro». Pero debemos recordar que, en abril de 2018, tanto Lúcia como Moraes votaron en contra del pedido de habeas corpus preventivo de Lula da Silva, que fue preso dos días después. De esa forma, pavimentaron el camino para la llegada de Bolsonaro al poder.
Dados los ataques de Trump, que difícilmente cesen, la estrategia de Lula de enfrentarlo es ampliamente percibida como una defensa del propio Brasil. La soberanía nacional, o la falta de ella, está en juego de forma manifiesta. Sin Bolsonaro en liza, la extrema derecha no tiene candidatos creíbles: la ex-primera dama Michelle Bolsonaro, manchada por un escándalo de contrabando (una ayudante fue sorprendida por la Aduana al regresar de Arabia Saudita con joyas no declaradas por valor de más de tres millones de dólares), y el gobernador de San Pablo, Tarcísio de Freitas, tienen un atractivo limitado en el plano nacional.
Freitas ha estado en Brasilia tratando de conseguir apoyo para una ley de amnistía, con la esperanza de posicionarse como el líder que puede recomponer lo irreparable de cara a 2026. Su apuesta es que el Centrão –el ultrapragmático bloque de partidos no alineados en el Congreso que existe para repartir la torta, cual aves de rapiña– establezca un quid pro quo mediante el cual se tome como rehenes los proyectos de desarrollo de Lula hasta que se conceda la amnistía a Bolsonaro y los generales. Aunque hoy es difícil hacer pronósticos certeros, el consenso entre políticos, periodistas y académicos en Brasilia es que la apuesta de Freitas no tiene grandes probabilidades de éxito.
Si bien Brasil es legalmente un régimen presidencialista, el Congreso tiene un poder extraordinario para bloquear las iniciativas del Ejecutivo a través de su control del gasto público. Pero el Centrão gana más haciendo negocios sin Bolsonaro que intentando resucitarlo políticamente. Hasta ahora, no parece que resistir los llamados a la amnistía vaya a tener consecuencias negativas para los políticos del Centrão en las urnas. Aunque un proyecto de ley de amnistía avanza en la Cámara, sus posibilidades en el Senado parecen más reducidas.
Es improbable que Trump reduzca por el momento la presión, pero sus medidas han fallado el blanco. Mientras los aranceles sigan en vigor, Brasil venderá más de su petróleo, soja, carne de res, oro, esmeraldas, cacao, maderas duras, café y jugo de naranja a Japón, Corea del Sur, China, Rusia, India y la Unión Europea. Incluso si los aranceles se derogaran en el futuro, Brasil quizás nunca vuelva a depender de los mercados estadounidenses en la misma medida. Y si el apoyo interno a Lula se mantiene en los niveles actuales (lo que es obviamente incierto), incluso podría ganar las elecciones presidenciales del próximo año en la primera vuelta; un potencial efecto búmeran de las estrategias combinadas del bolsonarismo y sus aliados en Estados Unidos.
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