La canonización de Charlie Kirk y la victimización de la extrema derecha

04.10.2025

Tras su asesinato, Charlie Kirk dejó de ser un agitador ultraconservador para convertirse en héroe y mártir. La narrativa de la extrema derecha global lo transforma en símbolo de persecución mientras silencia a quienes fueron blanco de su violencia.

Por Lilie Chouliaraki 

El horrible asesinato de Charlie Kirk en la Utah Valley University, el 10 de septiembre de 2025, no solo conmocionó a los círculos conservadores y de extrema derecha, sino también a los espacios liberales y progresistas de todo el mundo. Y con razón. Fue, en términos humanos, una tragedia; en términos políticos, un desastre; y en términos morales, indefendible. La violencia política nunca es la respuesta. Y el asesinato de Kirk es inaceptable.

Sin embargo, lo que plantea interrogantes es lo que sucedió después. En cuestión de horas, Donald Trump declaró en las redes sociales que Kirk era «grande» e incluso «legendario» y, en su funeral, el vicepresidente J.D. Vance lo calificó como un «héroe» de Estados Unidos y como un «mártir de la fe cristiana». Días después, el activista de derecha británico Tommy Robinson utilizó el asesinato de Charlie Kirk para movilizar el apoyo a su mitin en Londres, al que denominó «el mayor festival de la libertad de expresión del Reino Unido». Durante la marcha «Unite the Kingdom» [Unir al Reino], los manifestantes levantaron pancartas con imágenes de Charlie Kirk y carteles con palabras de adoración hacia él. Las emisoras conservadoras repitieron las imágenes borrosas del tiroteo acompañadas de música patriótica.

En ese breve lapso, Kirk pasó de ser el propagandista que había sido en vida a ser un héroe caído, un mártir conservador cuya muerte se reinterpretó como prueba de la «cultura de la cancelación» y la «persecución woke» que, según afirman muchos de los que están de su lado, silencian las voces conservadoras. Así es como funciona la inversión de la victimización. Transforma a las figuras de autoridad en símbolos de agravio y reescribe la historia de quién detenta el poder y quién sufre a causa de él.

Cómo los que tienen más poder afirman ser silenciados

El legado de Kirk en la vida pública no fue el de un disidente marginal silenciado por la «ortodoxia» progresista. Era una voz destacada que ejercía la violencia simbólica, un hombre con la autoridad política y el alcance en las redes sociales para utilizar una retórica que apuntaba a las mujeres, los migrantes, las comunidades queer y las personas de color; prosperó en una cultura de antagonismo y celebró las armas como instrumentos de libertad, con la ironía, por supuesto, de que el propio Kirk fuera víctima de la misma violencia armada que había defendido con tanta fuerza. Sus discursos difundieron una ética de agresión y sus argumentos naturalizaron las jerarquías supremacistas de dominación como «sentido común». En cuanto al aborto, su postura era contundente. «El aborto es un asesinato y debería ser ilegal», declaró, incluso en los casos de violación infantil. Cuando se le preguntó qué haría si su hija de diez años fuera violada y quedara embarazada, su respuesta fue: «La respuesta es sí, se daría a luz al bebé».

Kirk no fue silenciado en vida. Disfrutaba de una amplia plataforma para difundir sus ideas y ejercía su enorme influencia para vilipendiar a quienes ya se encontraban marginados. Fue el artífice de lo que he denominado, siguiendo mi argumento en Wronged (Columbia University Press, 2024), una política simbólica de la crueldad: actos de expresión que desplazan el dolor de los vulnerables hacia quienes los violentan con el fin de continuar su violencia y legitimar su dominación. Y, sin embargo, tras su muerte, las violentas palabras de Kirk están siendo reinterpretadas como si fueran las verdades de un conservador honesto que practica la tradición democrática de la deliberación abierta y plural.

Esta inversión es importante. Blanquea el historial de Kirk y borra el daño de su política. Peor aún, enmarca su asesinato en una narrativa más amplia, según la cual los conservadores son las «verdaderas víctimas» de una izquierda intolerante. En esta historia, su muerte no es una advertencia sobre los riesgos de la radicalización política, sino una prueba de que la libertad de expresión está siendo atacada. El peligro de tal inversión se hace más evidente cuando lo situamos en el contexto más amplio del auge de la política nacionalista y autoritaria en todo Occidente.

Contrariamente al mito de la «tiranía woke», no es la izquierda radical la que domina la escena cultural y política. En la política, los negocios y la tecnología, es claramente la extrema derecha la que está en auge. Desde Estados Unidos e Israel hasta Rusia y la India, la política de extrema derecha no está silenciada. Está en el poder.

Mientras tanto, son los ya vulnerables quienes se enfrentan a la persecución: los migrantes son deportados, las organizaciones no gubernamentales y los colectivos comunitarios son intimidados, las voces críticas de los medios de comunicación son silenciadas y los académicos críticos son castigados con recortes de financiación o amenazas a su carrera bajo la acusación de «antisemitismo» cada vez que se atreven a criticar a Israel. Es una política de la crueldad que muestra con claridad dónde reside el poder.

Es alrededor de esta política como deben entenderse la popularidad de Kirk y la mitología construida alrededor de su muerte. Su discurso resonó porque aprovechó una economía afectiva que ya estaba configurando gran parte de la vida social en torno de la glorificación del machismo endurecido; la celebración de la gran tecnología sin importar el costo humano; la normalización de la crisis climática como precio del «progreso». Esta es una visión del mundo impregnada de fantasías masculinistas de invencibilidad y desdén por la vulnerabilidad, el altruismo o la solidaridad.

La mitificación de un nuevo mártir

La puesta en escena del funeral de Kirk consolidó esta mitología que presenta a la extrema derecha como víctima y vencedora; un cuerpo político herido por la tragedia, pero aún poderoso, que se une en su reivindicación de autoridad moral y promete más violencia política. Trump lo elogió por hacer «un trabajo tremendo», y a Vance, por su postura ejemplar al enseñar a la nación «a ponerse de pie para defender a Estados Unidos» en lugar de «morir de rodillas». Las pantallas de televisión se llenaron de banderas, himnos y solemnes promesas de que el «sacrificio» de Kirk no sería en vano. El servicio funerario se convirtió menos en un acto de duelo que en un acto político: un momento para transformar el dolor en un arma con el fin de promover un discurso amenazante de victimismo conservador. En la lógica de la victimización inversa, quienes disfrutan del dominio se convierten en mártires, mientras que los marginados son presentados como perpetradores.

Rechazar esta inversión no minimiza el horror del asesinato de Kirk. La violencia es indefendible, y su asesinato debe condenarse como la trágica pérdida de una vida. Pero el duelo no debe degenerar en la creación de mitos. Cuando lo hace, legitima precisamente las estructuras de dominación que la retórica de Kirk ayudó a promover. Normaliza la exclusión, la jerarquía y la crueldad envolviéndolas en el aura del sacrificio. En Wronged, describo cómo este tipo de instrumentalización de la victimización por parte de la extrema derecha funciona como una apuesta por el poder y sostengo que esta estrategia no solo distorsiona la realidad, sino que también busca reconfigurar la simpatía pública alejándola de los oprimidos y dirigiéndola hacia sus opresores.

La canonización póstuma de Kirk es un caso de manual. Es una puesta en escena que restablece en el centro el dolor blanco, masculino y conservador, mientras silencia las injusticias estructurales sufridas por otros. Es una política que, bajo la apariencia del duelo, profundiza los daños del patriarcado, el racismo y la exclusión. Y este no es un fenómeno limitado a Estados Unidos ni una peculiaridad de la política estadounidense. Kirk ya se ha convertido en una figura totémica para la extrema derecha a escala internacional, y su imagen ha traspasado fronteras como punto de encuentro para las fuerzas reaccionarias, como lo demostró la reciente marcha por la «libertad de expresión» organizada por Tommy Robinson.

La tarea, entonces, es resistir la seducción del martirio e insistir en narrar este momento con veracidad. No vivimos bajo la tiranía de la izquierda. Vivimos en el auge de una derecha radical. Los silenciados no son los comentaristas conservadores con plataformas globales, sino quienes son repetidamente blanco de sus palabras. El funeral de Kirk buscó inscribirlo como una leyenda en la conciencia colectiva. Pero las leyendas no son necesariamente inocentes: también pueden ser armas. Y si permitimos que este mito del martirio quede sin cuestionar, corremos el riesgo de malinterpretar las verdaderas relaciones de violencia en nuestro mundo. O, peor aún, de convertirnos en cómplices de su perpetuación.

Fuente:

https://nuso.org/articulo/charlie-kirk-extrema-derecha-asesinato-martirio-victimismo/