DE IZQUIERDAS Y DERECHAS
CON LA EVIDENTE PRIVATIZACIÓN DE LA GESTIÓN, ADMINISTRACIÓN Y EJECUCIÓN DE LOS PODERES DEL ESTADO, RESULTA MUY DIFÍCIL ESTABLECER CON CIERTA CLARIDAD LAS VERDADERAS DIFERENCIAS PARTIDARIAS O EL FUNDAMENTO DE SUS PARÁMETROS IDEOLÓGICOS A LA HORA DE BUSCARLOS.
Por Juan A. Frey

Este fenómeno no es exclusivo de Argentina, sino que se observa en diversas democracias contemporáneas, donde los intereses corporativos y financieros han desplazado a las agendas populares. (*) Según estudios recientes, más del 70% de las decisiones políticas en países desarrollados están influenciadas por lobbies empresariales, lo que refuerza la percepción de una democracia secuestrada.
La nueva corriente de cancelación del Estado-nación como estructura de transformación política y económica ha dejado de ser un instrumento efectivo para el beneficio de la sociedad, convirtiéndose en un mero formalismo burocrático de poca importancia. Este proceso, impulsado por la globalización neoliberal, ha debilitado las capacidades soberanas de los Estados, dejando a las naciones en una posición de vulnerabilidad frente a organismos supranacionales como el FMI o el Banco Mundial. Estos organismos, a menudo criticados por su falta de transparencia y su doble discurso, imponen políticas de ajuste estructural que han profundizado la desigualdad en países de América Latina.
Ya no interesan los referentes políticos ni los apellidos que ocupen los cargos públicos, cuando ellos están atados a decisiones que van más allá de su propio alcance. No importa cuáles sean las teorías o planteamientos económicos, cuanto deberán ser aprobados por organismos supranacionales que generalmente hacen todo lo contrario de lo que pregonan y exigen. Por ejemplo, mientras el FMI promueve la austeridad fiscal, sus propios informes han reconocido que estas políticas han tenido efectos devastadores en términos de pobreza y desempleo.
En consecuencia, el desactualizado mecanismo de la grieta partidaria o de los extremos ideológicos ha encontrado una síntesis muy peligrosa que el grueso de la sociedad todavía no ha percibido con total claridad a la hora de considerar sus derechos democráticos, cayendo en la trampa del unipolarismo ideológico y conceptual. Este unipolarismo, liderado por potencias occidentales, ha generado un nuevo tipo de colonialismo económico y cultural que perpetúa la dependencia de los países periféricos.
Las viejas discusiones entre peronistas y radicales, o la exacerbación de los puntos cardinales de izquierdas y derechas, tampoco tienen demasiada importancia, excepto a los efectos electorales para aquellos que aspiren al gobierno con el único objeto de cumplir órdenes de más arriba. Es así que toda la clase política argentina, además de estar viciada de corrupción y falta de representatividad, sigue jugando al gato y al ratón sin resolver nada, comprometiendo el patrimonio cultural, económico y territorial de nuestro país. Según Transparencia Internacional, Argentina ocupa el puesto 94 en el índice de percepción de la corrupción, lo que evidencia la magnitud del problema.
Finalmente, ha llegado la calesita de las elecciones inconclusas, sin ganadores ni perdedores definitivos, ante la ausencia de ofertas válidas que puedan construir una base sólida de apoyo para poder gobernar. Son siempre los mismos reciclados, maquillados y estirados que se quedaron vacíos de toda legitimidad. Este fenómeno no es exclusivo de Argentina; en muchas democracias modernas, la falta de renovación política ha llevado a un desencanto generalizado con las instituciones.
La gravedad del momento actual desde el punto de vista institucional pone a la Argentina como a un barco en el medio del océano y al garete, donde la tripulación saquea las provisiones, el capitán está de fiesta y sus oficiales están ocupados en desmantelar la sala de máquinas y el palo mayor, el timonel, ausente sin aviso, y los pasajeros sin destino, envueltos en el debate de las izquierdas y derechas para definir al futuro capitán. Esta metáfora refleja no solo la crisis argentina, sino también una crisis global de liderazgo y gobernanza.
Interesante metáfora como para comenzar a tomar conciencia del rol que le cabe a los pasajeros en esta hora decisiva; si seguir discutiendo sobre los colores del ropaje del nuevo timonel, o ir todos juntos al puente de mando y finalmente hacerse cargo de la ruta de navegación. En esta hora de la historia, no quedan demasiadas posibilidades de especulación teórico-académica. La guerra globalista por un supergobierno mundial ha dividido las aguas en el ámbito de Palestina y Ucrania, donde se define el verdadero concepto de autodeterminación, libertad y democracia; y comprende a países desarrollados como subdesarrollados según las definiciones del siglo pasado.
El sistema parasitario de la deuda externa o de los supuestos geopolíticos de Bretton Woods fracasaron y ya están desactualizados. Han dividido a Oriente con Occidente en un capricho occidental por mantener sus privilegios en base a las guerras y a la sistemática violación de los Derechos Humanos. Según datos de la ONU, (*) los conflictos armados actuales han desplazado a más de 100 millones de personas, lo que subraya la urgencia de un verdadero y nuevo orden mundial más equitativo y justo.
Definitivamente, el pueblo hispanoparlante tendrá que definir la síntesis de una cosmovisión geopolítica, económica y cultural en este nuevo mundo, si no quiere ser fagocitado por una caterva de delirantes que pretende imponer, su nuevo orden neomalthusiano y arrastrar a Medio Oriente hacia una guerra termonuclear que nos afectaría a todos. La construcción de esta cosmovisión requiere un esfuerzo colectivo que trascienda las fronteras nacionales y promueva una indispensable y pacífica multipolaridad como filosofía de convivencia.
