EL PUEBLO CASTIGA, MILEI DESAFÍA
ENTRE LA DERROTA Y LA SOBERBIA

La democracia se manifiesta, entre otras formas, a través del voto. Este domingo, los argentinos hablaron con contundencia, en la provincia de Buenos Aires el oficialismo recibió un severo castigo en las urnas.
Por Juan A Frey
Lo ocurrido no admite interpretaciones ambiguas, fue un mensaje rotundo, una advertencia firme al gobierno de Javier Milei. No se trató de una elección más, sino de una expresión colectiva del descontento frente a una gestión que, en menos de un año, ha generado una profunda fractura entre las promesas de cambio y la realidad cotidiana. El voto no fue solo una herramienta institucional, sino una forma de resistencia ciudadana frente a un modelo que muchos perciben como excluyente, insensible y desconectado de las urgencias sociales.
Sin embargo, el presidente optó por responder con altivez, reafirmando un rumbo económico que, lejos de aliviar, ha intensificado el malestar social y la incertidumbre. En lugar de asumir la derrota como una oportunidad para la introspección, Milei decidió redoblar la apuesta. Ratificó su "plan motosierra", celebró lo que considera una depuración de la "casta política" y desestimó el resultado electoral con una narrativa que solo convence a sus seguidores más fanáticos. Responsabilizó a más de cuatro décadas de peronismo por su revés, como si el presente no fuera también parte de su gestión. Aseguró, sin vacilaciones, que no habrá cambios de rumbo, sino una profundización del mismo. A una autocrítica tibia y superficial le siguieron nuevas amenazas; continuar con el ajuste, avanzar sin concesiones y acentuar el enfrentamiento con todo aquello que no se pliegue a su visión.
Es inviable construir gobernabilidad desde una lógica de confrontación constante. Milei no ejerce el poder en un sistema presidencialista consolidado, sino en un país atravesado por la fragmentación política, la crisis económica y el hartazgo ciudadano. En lugar de abrir canales de diálogo, eligió estrechar aún más su círculo de confianza y recrudecer los ataques, esta vez no solo contra la oposición tradicional, sino también contra aliados circunstanciales.
¿Dónde quedó la república dialoguista prometida desde los balcones libertarios? ¿Dónde está el espíritu republicano que prometía respetar las instituciones, los disensos y la pluralidad?
El ajuste tiene consecuencias reales, humanas y tangibles. Los indicadores macroeconómicos pueden entusiasmar a los mercados, pero no resuelven la angustia de quienes no logran llenar el changuito en el supermercado. Las políticas de equilibrio fiscal, restricción monetaria y desregulación, defendidas como dogma, seguirán su curso, según anunció el propio presidente. "No se retrocede", repite, como si la obstinación fuera sinónimo de convicción. El relato de que "todo va bien" mientras la sociedad padece recuerda demasiado a épocas que la Argentina ya ha condenado. El riesgo no es solo el deterioro económico, sino el agotamiento social. Y en ese escenario, la legitimidad no se sostiene con teorías conspirativas, sino con resultados concretos y empatía ante el sufrimiento colectivo.
La derrota del oficialismo no fue producto de una conspiración ni de una "campaña sucia". Fue una reacción democrática frente a una gestión insensible, más enfocada en la provocación y el espectáculo que en mejorar la calidad de vida. El rechazo no provino de "la casta", sino de millones de argentinos que votaron desde el bolsillo, con la dignidad herida y con la esperanza de que aún sea posible otro camino. Milei, sin embargo, respondió afirmando que su gobierno sacó de la pobreza a más de doce millones de personas, una cifra que contrasta con la realidad cotidiana de quienes siguen sintiendo el ajuste en carne propia. La distancia entre el discurso oficial y la experiencia concreta de la ciudadanía se vuelve cada vez más insostenible.
Ahora bien, sería un error interpretar esta elección como una resurrección definitiva del kirchnerismo. Lo sucedido en Buenos Aires refleja más un voto castigo que una reivindicación del pasado reciente. El mensaje no fue "vuelve el kirchnerismo", sino "basta de este presente".
De cara a las elecciones de octubre, ningún espacio político puede cantar victoria anticipada; el voto sigue siendo volátil, exigente y profundamente desencantado. La ciudadanía no está buscando volver atrás, sino avanzar hacia un modelo que combine responsabilidad fiscal con sensibilidad social, firmeza con diálogo, transformación con inclusión.
Es momento de que el presidente comprenda que gobernar no es imponer, sino escuchar; no es arrasar, sino construir consensos. El diálogo no es debilidad, sino la esencia misma de la política democrática. Persistir en el ajuste sin sensibilidad, en la confrontación sin límites y en la arrogancia sin aprendizaje no solo pone en riesgo su gobierno, sino también la ya frágil institucionalidad argentina. La historia reciente de América Latina está llena de ejemplos de líderes que confundieron legitimidad electoral con licencia para el autoritarismo. La Argentina no necesita otro capítulo de esa historia.
La autocrítica no se proclama, se practica.
Y la humildad no se improvisa, se demuestra. Ante una derrota tan clara, la
única respuesta republicana posible es el repliegue reflexivo y la apertura a
un diálogo genuino. Todo lo demás es obstinación disfrazada de firmeza. Y en
tiempos de crisis, la firmeza sin escucha no es liderazgo, es aislamiento.
