LA FRAGMENTACIÓN COMO ENEMIGO

El resultado electoral del último domingo dejó en evidencia una de las mayores crisis estructurales del peronismo en las últimas décadas.
Por Juan A. Frey
La falta de unidad, la dispersión de liderazgos y una preocupante desconexión con las demandas de su electorado, fundamentaron la derrota en varias provincias que no fue simplemente una cuestión numérica, sino el síntoma de una decadencia política que ya viene gestándose desde hace tiempo.
La frase de la Marcha Peronista, "Todos unidos triunfaremos", parece haber quedado en el olvido, sustituida por un escenario en el que las diferencias internas y las luchas de poder han desdibujado su capacidad de acción. En vez de una estrategia coherente y unificada, el peronismo en muchas provincias se presentó dividido, con múltiples listas que fragmentaron su base electoral y permitieron el avance de sus adversarios. El caso de Salta es paradigmático: el espacio pasó de un sólido 37,4% a un insignificante 7,4%, producto de la falta de consenso interno y la incapacidad de ofrecer una alternativa convincente.
Esta crisis no es meramente circunstancial, sino el resultado de una dirigencia que parece más preocupada por la supervivencia personal que por la proyección del movimiento como una opción política seria. Los acuerdos inconsistentes, la ausencia de liderazgos claros y el desgaste de una narrativa anclada en el pasado han hecho que el peronismo pierda fuerza en territorios donde históricamente supo construir hegemonía.
El análisis comparativo sugiere que, sumando todas las listas peronistas, el espacio habría superado a La Libertad Avanza en varias provincias. Sin embargo, esta hipótesis no puede ocultar la realidad: una fuerza política que depende de cálculos matemáticos en lugar de una propuesta sólida está condenada al fracaso. No se trata solo de sumar votos dispersos, sino de recuperar una identidad doctrinaria capaz de convocar y entusiasmar a una base electoral que, cada vez más, busca nuevas opciones.
Si el peronismo aspira a revertir este proceso, deberá realizar una autocrítica muy profunda y abandonar la comodidad de sus viejas fórmulas. El mundo ha cambiado, los votantes han cambiado, y aferrarse a los discursos anacrónicos solo acelera su deterioro. El desafío no es menor; redefinir su rumbo, reconstruir su liderazgo y, sobre todo, recuperar la unidad que alguna vez fue su mayor fortaleza. Sin ello, la caída que comenzó en estas elecciones difícilmente encontrará un punto de inflexión.
El peronismo ha basado gran parte de su discurso en la reivindicación de sus logros históricos, pero esa narrativa, sin una actualización que la vuelva atractiva y coherente, ha dejado de ser un factor movilizador. Las nuevas generaciones, afectadas por la crisis económica y la falta de expectativas, buscan respuestas concretas y soluciones pragmáticas, mientras que el peronismo se ha quedado aferrado a los símbolos y a las consignas que, si bien tienen valor histórico, no bastan para construir un proyecto político viable en el contexto actual.
Esta desconexión con el electorado quedó evidenciada en los resultados de las últimas elecciones. Esta situación es producto no solo de los errores de campaña, sino de una pérdida de identidad que ha dejado al movimiento sin una narrativa capaz de interpretar las demandas de la ciudadanía. En lugar de trabajar en una renovación programática capaz de responder a los nuevos desafíos políticos, sociales y económicos, muchos referentes peronistas han optado por asegurarse su lugar dentro de la estructura partidaria, evitando enfrentamientos internos, pero sin ofrecer soluciones reales. Esta actitud ha generado acuerdos inconsistentes y alianzas oportunistas que, lejos de fortalecer al movimiento, han contribuido a su fragmentación.
Este fenómeno no es nuevo, pero en los últimos años se ha profundizado hasta convertirse en una de las principales causas de la pérdida de votos. La dirigencia peronista, atrapada en cálculos electorales del corto plazo, ha descuidado la construcción de un modelo político que convenza y entusiasme al elector.
Si el peronismo no logra abandonar esta lógica de supervivencia y construir una alternativa coherente, su crisis no será solo electoral, sino existencial, visto el cuadro de este serio diagnóstico terminal.
