LA RETÓRICA DE LA LIBERTAD Y EL SILENCIOSO DESMANTELAMIENTO DE DERECHOS

En el marco de una empalagosa semántica positivista, el presidente Javier Milei continúa avanzando con su reforma laboral, envuelta en palabras altisonantes como "modernización", "eficiencia", "dinamismo" o "libertad".
Por Juan A. Frey
Esta retórica, cuidadosamente construida, no solo busca legitimar el rumbo adoptado, sino también anestesiar el debate público. En lugar de hablar de conflictos de intereses, relaciones de poder o derechos vulnerados, se nos presenta una visión tecnocrática, desideologizada y aparentemente incuestionable del "progreso".
Sin embargo, tras esa envoltura brillante se esconde una operación quirúrgica; el desmantelamiento sistemático de derechos laborales conquistados a lo largo de décadas de lucha sindical, social y política. Lo que se proclama como un salto hacia el futuro, no es más que un regreso a fórmulas neoliberales del pasado que ya han fracasado en reiteradas oportunidades.
Dentro del paquete de cambios impulsados por el oficialismo que incluye 17 reformas laborales presentadas como parte de una supuesta transformación estructural se apunta, entre otros aspectos, a flexibilizar la contratación laboral, reducir las indemnizaciones por despido, ampliar el período de prueba, limitar la responsabilidad solidaria entre empresas, debilitar la capacidad de acción de los sindicatos, erosionar la negociación colectiva y estimular regímenes de contratación más precarios, como el monotributo. Todo esto ocurre en un contexto de creciente desempleo encubierto, informalidad laboral, pérdida del poder adquisitivo y un proceso inflacionario que castiga sobre todo a los sectores asalariados.
El discurso oficial insiste en que estas medidas traerán inversión, dinamismo económico y reducción del desempleo. Se trata de una narrativa que se repite como un mantra desde la década del 90, cargada de promesas que nunca se materializaron.
De hecho, la evidencia histórica y empírica sugiere todo lo contrario; los procesos de flexibilización laboral en América Latina han derivado, en su mayoría, en mayor precarización, no en mayor empleo ni en mejoras en la productividad.
Lo que se vende como un aggiornamento del mercado de trabajo, es en realidad un retroceso en las condiciones mínimas de protección para los trabajadores.
El lenguaje elegido no es casual; se apela a una estética de la eficiencia y la "normalización", cuando en verdad se está estableciendo un nuevo marco de desigualdad laboral legalizada. Es decir, se construye una retórica de la libertad para justificar nuevas formas de subordinación.
Milei, fiel a su estilo discursivo, endulza sus reformas con referencias al "orden natural del mercado", al "darwinismo económico" y a una supuesta racionalidad indiscutible que todo lo explica. La semántica positivista cumple aquí una función ideológica clave; invisibilizar el conflicto social, neutralizar la política como espacio de disputa y naturalizar la desigualdad como si fuera una ley física inalterable. Así, lo que debería debatirse en términos éticos, sociales y políticos se presenta como un imperativo técnico, carente de ideología, casi como una operación matemática.
La paradoja es evidente, mientras se habla de "liberación del mercado laboral", lo que se impone es una nueva forma de dependencia, donde la libertad solo está garantizada para los empleadores, mientras los trabajadores ven cada vez más limitada su capacidad de negociación y su margen de elección. En esta "modernización", el trabajo deja de ser un derecho protegido por el Estado para convertirse en un simple contrato mercantil regulado por las fuerzas asimétricas del mercado.
El problema no es solo lo que se dice, sino cómo se dice. En tiempos donde el lenguaje tiene un peso político central, la retórica oficial funciona como un dispositivo de poder, convierte políticas regresivas en fórmulas aparentemente técnicas y necesarias, y desactiva cualquier disenso tildándolo de irracional o "antimercado". La forma también es de fondo.
En definitiva, el ropaje técnico y positivista no alcanza para esconder lo que es, en esencia, un retroceso profundo en materia de derechos laborales. Si no se desenmascara esta semántica vacía que maquilla lo ideológico como técnico, y lo regresivo como moderno, corremos el riesgo de normalizar un modelo de país donde el empleo digno se convierte en un privilegio para pocos, y no en un derecho básico para todos.
No alcanza con los diagnósticos ni con los discursos defensivos, es necesario construir una resistencia activa, organizada y unitaria que recupere el valor del trabajo como pilar del tejido social. Los sindicatos no solo deben defender conquistas pasadas, sino también disputar el sentido del presente y del futuro.
Frente a una ofensiva que busca individualizar al trabajador y debilitar su capacidad de acción colectiva, la organización gremial vuelve a ser el único dique real frente al avance del capital desregulado.
La reforma laboral no es una cuestión técnica, es un proyecto de país. Y por eso, no se responde con tecnocracia, sino con política, con conciencia de clase y con lucha organizada.
En un contexto de ajuste, inflación y recorte de derechos, la defensa del trabajo digno no puede ceder ante el chantaje del mercado ni al encantamiento del discurso libertario. El movimiento sindical tiene la responsabilidad histórica de sostener, una vez más, las bases de una sociedad más justa, solidaria y democrática.
Porque el trabajo no es una mercancía. Porque sin derechos laborales no hay ciudadanía plena, y porque sin organización colectiva, no hay libertad posible.

