"LA VENTANA DE OVERTON Y LA EROSIÓN SOCIAL"

24.09.2025

DESDE LA POLÍTICA HASTA LA CIENCIA

Vivimos en una era en la que todo es discutible, todo es moldeable y nada parece tener un límite absoluto. La llamada "sociedad de la tolerancia" tan celebrada por su apertura y su rechazo a los dogmas se enfrenta a una paradoja profunda; en su afán por aceptar todas las voces, está dejando de escuchar la suya propia. 


Por Juan A Frey

El artículo de (*) Evgueni Gorzhaltsán, aunque provocador hasta el extremo al utilizar el ejemplo del canibalismo, pone sobre la mesa una realidad innegable; la manipulación sistemática de la opinión pública mediante la estrategia conocida como la "ventana de Overton".

Gorzhaltsán no intenta decirnos que el canibalismo será legalizado literalmente. Esa es una exageración estratégica, una metáfora llevada al extremo para mostrar cómo, en efecto, lo impensable puede volverse ley en cuestión de tiempo si se siguen ciertos pasos con precisión quirúrgica. Lo inquietante es que muchos de los procesos que describe, normalización mediática, eufemismos manipuladores, ridiculización del disidente y politización final, ya han ocurrido, y continúan ocurriendo en múltiples áreas de la vida pública.

El problema no es la tolerancia, es su uso como trinchera ideológica.

La tolerancia auténtica es un valor noble. Permitir la existencia de diferencias, aceptar al otro, dialogar con quien piensa distinto, todo eso constituye el corazón mismo de una sociedad democrática. Sin embargo, la tolerancia mal entendida se convierte en una herramienta para desarmar moralmente a una sociedad. Bajo la bandera de la "inclusión", se están desmontando sistemas éticos que sostuvieron civilizaciones por siglos. Y el precio de esa deconstrucción acelerada podría ser la aniquilación del discernimiento.

Hoy, plantear que algunas cosas son simplemente malas, indefendibles o antinaturales, te convierte en un intolerante. El relativismo moral, que florece en la cultura actual, ya no es una postura filosófica sino un mecanismo de control social. Lo inaceptable se vuelve "controvertido"; lo controvertido, "tolerable"; y lo tolerable, "progresista". El que no se sube al tren es señalado, marginado, "cancelado".

La estrategia de la ventana de Overton no es solo un fenómeno teórico. Es una observación empírica del poder de los medios, de las élites intelectuales y de las tecnologías de comunicación de masas. Temas que hace apenas una década eran considerados marginales, aberrantes o inadecuados para el debate público, hoy son puntos centrales en las agendas políticas, educativas y culturales. Y no por una evolución natural del pensamiento colectivo, sino por una transformación artificial impulsada desde arriba.

El proceso que describe Gorzhaltsán tiene una precisión escalofriante; primero se introduce el tema con barniz académico, se lo vincula a derechos humanos, se lo humaniza, se lo estetiza, se lo mediatiza y, finalmente, se legisla. Todo esto sin un verdadero debate público. Lo que ocurre es una sustitución del diálogo por la imposición emocional, donde gana el que grita más fuerte, no el que argumenta mejor.

Quizás lo más inquietante del concepto de Overton no es su existencia, sino su dirección. ¿Quién decide qué se mueve dentro de esa ventana? ¿Quién tiene la capacidad de dirigir el péndulo de la moral colectiva? En teoría, debería ser el pueblo, en una democracia sana. En la práctica, lo hacen conglomerados mediáticos, ONGs con intereses ideológicos, lobbies políticos y sectores académicos comprometidos con narrativas específicas.

Es evidente que existen fenómenos sociales que sí debieron ser visibilizados, cuestionados y superados (discriminaciones históricas, estructuras de poder abusivas, etc.). Pero eso no justifica que el proceso de reforma social sea secuestrado por una ingeniería de opinión que no da lugar al disenso ni al tiempo necesario para la maduración colectiva de ideas complejas.

La humanidad ha sobrevivido gracias a la existencia de tabúes. No todos los tabúes son irracionales; algunos son líneas rojas construidas sobre siglos de experiencia. Cuando todo puede ser objeto de normalización, nada es sagrado, y la cultura se convierte en un campo abierto para experimentos de ingeniería social sin control ni rendición de cuentas.

(*) Gorzhaltsán advierte con crudeza que este camino puede llevarnos a la deshumanización, no por prohibir la libertad de expresión, sino por prostituirla. Si todo puede ser defendido, entonces nada tiene valor por sí mismo. Si todo se puede justificar, entonces nada merece ser protegido.

La crítica al uso de la ventana de Overton no debe convertirse en un rechazo al pensamiento libre, pero sí debe servir como un llamado urgente a la responsabilidad cultural. La sociedad no puede seguir permitiendo que las transformaciones profundas del tejido ético colectivo se den sin reflexión, sin límites y sin consecuencias.

No se trata de volver a modelos rígidos del pasado, sino de recuperar el sentido común, esa herramienta olvidada que permite distinguir entre lo que puede y no puede ser negociado, entre lo que puede discutirse y lo que debe sostenerse como pilar de la dignidad humana.

Porque, en definitiva, si todo puede ser permitido, también puede ser destruido. Y si la libertad no se equilibra con la verdad, se convierte en una herramienta más del poder.

"No todo lo que se puede pensar debe ser aceptado. No todo lo que se puede discutir merece convertirse en ley. Y no toda tolerancia es virtud."

Que esta advertencia nos sirva de espejo antes de que la próxima ventana se abra, y el abismo nos parezca simplemente un paso más hacia adelante.