¿UN APOCALIPSIS EN CONSTRUCCIÓN?

El reciente ataque injustificado perpetrado por Israel, en sintonía con la acción ofensiva de Estados Unidos, no solo ha encendido todas las alarmas en la esfera internacional, sino que ha delineado con nitidez el contorno de una nueva y peligrosa arquitectura global. Este escenario, más que una mera sucesión de eventos violentos, representa el avance de una lógica sistémica que amenaza con precipitar al mundo hacia una era de inestabilidad crónica.
Por Juan A. Frey
A simple vista, estos hechos podrían interpretarse como expresiones puntuales de disuasión estratégica o defensa nacional. Sin embargo, un análisis más riguroso revela un patrón profundamente inquietante: la consolidación de un modelo geopolítico regido por lógicas oscuras y liderado por actores que operan más allá del alcance de los mecanismos institucionales tradicionales. Ya no se trata solamente de Estados-nación en conflicto, sino de una red de intereses transnacionales particularmente financieros que emplea la guerra como herramienta para sostener su dominación económica en momentos de fractura estructural.
Israel, Estados Unidos y también el Reino Unido, como vieja metrópolis imperial con vasta experiencia en manipular escenarios de poder regional, conforman una tríada estratégica al servicio de agendas que no responden al interés colectivo global. La participación británica en el entramado geopolítico actual ya sea mediante apoyo político, inteligencia militar, venta de armamento o blindaje diplomático no debe subestimarse. Londres, muchas veces con perfil bajo y lenguaje diplomático sofisticado, actúa como un engranaje clave en la maquinaria que garantiza la continuidad de un orden cada vez más disfuncional. Su rol, lejos de ser neutral, reafirma la persistencia de una lógica neocolonial camuflada bajo la retórica de la gobernabilidad internacional.
En este contexto, la decisión de Donald Trump de respaldar sin reservas a Israel en su ofensiva contra Irán no solo ha generado divisiones internas en su propio partido, sino que ha sido calificada por diversos analistas como una equivocación política de gran magnitud. Su apoyo explícito ha tensado aún más el equilibrio regional y ha puesto en entredicho su promesa de evitar nuevas "guerras eternas". Incluso figuras influyentes dentro del movimiento que lo respalda han manifestado su rechazo a esta intervención, advirtiendo que podría arrastrar a Estados Unidos a un conflicto de consecuencias imprevisibles.
Además, la realidad militar sobre el terreno revela que Israel enfrenta serias limitaciones logísticas y estratégicas. Según fuentes diplomáticas, el país solo podría sostener una guerra abierta contra Irán durante un periodo muy limitado alrededor de doce días antes de agotar sus capacidades defensivas clave, como los interceptores antimisiles y los recursos económicos necesarios para mantener su infraestructura operativa. Esta vulnerabilidad, lejos de disuadir la ofensiva, parece haber acelerado decisiones temerarias que podrían haber desencadenado una catástrofe regional de grandes proporciones.
Los llamados "delirios hegemónicos" no son meras excentricidades ideológicas, sino síntomas de una crisis de legitimidad del poder financiero, que recurre a la violencia como último recurso para evitar su colapso. Es una supervivencia que no se construye sobre el diálogo, sino sobre las ruinas del entendimiento multilateral.
Este panorama, de tinte abiertamente apocalíptico, no emerge como una anomalía, sino como resultado inevitable de un sistema de acumulación que ha mercantilizado incluso el conflicto. Para ciertos sectores del complejo militar-industrial y las finanzas especulativas, la paz no representa una meta deseable, sino una amenaza directa a la rentabilidad. Por eso, el conflicto se vuelve permanente, funcional y utilitario; un combustible que alimenta mercados, estabiliza monedas y silencia disidencias. La humanidad queda así atrapada en una lógica sacrificial, rehén de decisiones tomadas en círculos cerrados guiados por modelos predictivos y algoritmos financieros, a kilómetros de cualquier principio ético o visión humanitaria.
Frente a este estado de cosas, el ciudadano global asiste a una peligrosa banalización del poder destructivo. La narrativa dominante minimiza, justifica o directamente invisibiliza los efectos devastadores de estas acciones, naturalizando la violencia bajo el ropaje de la seguridad, la estabilidad o la defensa del "mundo libre".
Pero más allá del velo retórico, lo que se impone es la imposibilidad de distinguir si estamos frente a una prolongación del proyecto imperial clásico o ante el colapso irreversible de un paradigma civilizatorio agotado.
La crítica, en este marco, ya no es sólo un ejercicio de observación informada; es un acto de resistencia ante la manipulación del sentido común. Porque cuestionar no solo es necesario, sino urgente. Frente a un horizonte donde la inercia del poder amenaza con convertir el desastre en rutina, pensar críticamente se convierte en el primer paso para recuperar algún control sobre el destino compartido.
Así nosotros, como espectadores globales, nos vemos obligados a descifrar si estamos frente a simples demostraciones de poder o ante el preludio de una transformación histórica cuyo costo si no se detiene esta maquinaria podría ser catastrófico.

Referencias:
- Demócratas divididos sobre guerra Israel-Irán mientras Trump anuncia intervención - LA NACION