UNA POLÍTICA DE FICCIÓN Y UNA DEMOCRACIA EN RIESGO

Argentina se ha convertido en el país donde la realidad supera la ficción
Esta vez, el telón de fondo no es una novela de espías, sino la mismísima Casa Rosada, epicentro del escándalo que sacude al gobierno de Javier Milei.
Por Juan A Frey
Y como si la trama no fuera lo suficientemente densa, aparece un elenco internacional inesperado; Rusia, Venezuela, y un canal llamado "Carnaval". ¿Quién escribe este guion?
La difusión de audios atribuidos a Karina Milei, figura central del oficialismo y hermana del presidente, desató una tormenta política con ribetes de thriller. Lo que comenzó como una filtración incómoda escaló rápidamente hacia una denuncia penal, medida cautelar y acusaciones de espionaje internacional. Desde el Gobierno, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, no dudó en hablar de "inteligencia paralela" y hasta de "ataques extranjeros" orientados a desestabilizar al Ejecutivo.
El problema, sin embargo, no radica solo en la ilegalidad de las grabaciones. La cuestión de fondo es por qué se elige mirar hacia Moscú y Caracas antes que hacia adentro. Sería más lógico, más institucional y más democrático, abordar primero el contenido de los audios, evaluar sus implicancias y luego investigar su origen. En cambio, el Gobierno opta por el camino inverso; judicializar el hecho, silenciar a los medios, y construir una narrativa de victimización externa que apunta más a proteger su imagen que a transparentar los hechos.
La estrategia del oficialismo parece responder a un manual de crisis que ya conocemos; negar, desvía y acusar. No hay ninguna prueba seria que vincule a Rusia o Venezuela con esta supuesta operación. Sin embargo, ya están sentados en el banquillo mediático. Se criminaliza la filtración, se persigue su difusión, pero se evita cuidadosamente hablar del contenido, que sugiere irregularidades muy graves en organismos del Estado.
Esto no solo erosiona la institucionalidad, sino que pone en evidencia una peligrosa tendencia; transformar a la democracia en un espectáculo donde la transparencia es opcional y la culpa siempre ajena. En este contexto, la decisión de prohibir celulares en las reuniones de gabinete o de acusar a periodistas de "mafiosos" revela una lógica autoritaria que preocupa.
La política argentina, cada vez más fragmentada y volátil, no necesita enemigos externos para tambalear. El enemigo está adentro, en la improvisación, en el personalismo y en la falta de respeto por las reglas básicas de la democracia. La verdad institucional, en este clima, se vuelve una víctima más del show.
Hoy, más que nunca, necesitamos menos guionistas y más estadistas. Porque cuando la política se parece a una serie de suspenso, lo que está en juego no es solo la credibilidad de un gobierno, sino la salud de toda una República. Y si todo esto termina en Netflix, será porque la política real, la que debería resolver los problemas, fue cancelada por falta de audiencia, o de coraje.
