VACUNARSE O NO VACUNARSE

30.11.2025

Las vacunas son un tema de gran importancia y debate en la sociedad actual. Existen diversas opiniones sobre su efectividad y necesidad, lo que ha generado un diálogo activo entre ciudadanos, profesionales de la salud y autoridades. Sobre este tema nuestro Movimiento Alternativa no pretende crear un sitio de debate ni de pensamientos absolutos, como siempre, dejamos a nuestros lectores tomar posición sobre el artículo que publicamos a continuación.

DE ANTIVACUNAS Y CONSPIRANOICOS

CUANDO LA DESCALIFICACIÓN SUSTITUYE AL DEBATE Y EL PERIODISMO RENUNCIA A INFORMAR

El debate público sobre las vacunas COVID entre 2020 y 2023 no solo estuvo marcado por urgencias sanitarias; estuvo corroído por una cultura sistemática de descalificación y censura.


Por Juan A. Frey

Médicos y científicos críticos dejaron de ser interlocutores legítimos para convertirse en enemigos de la narrativa oficial. Preguntar se volvió un acto sospechoso, disentir fue criminalizado, y la evidencia científica fue secuestrada subordinándose a un relato oficial que no toleraba matices ni cuestionamientos.

El reciente evento en el Anexo A del Congreso Nacional, donde expertos plantearon dudas sobre protocolos, datos de seguridad y procedimientos regulatorios, es un ejemplo claro de esta dinámica. Página12 redujo el encuentro a un espectáculo de "mitos y miedo":

"El evento se anunció bajo la consigna: '¿Qué contienen realmente las vacunas COVID-19?'. La idea de un debate serio duró poco. Apenas comenzó, el Anexo A del Congreso se volvió un lugar donde activistas antivacunas y expositores sin respaldo repitieron viejos mitos. No hubo datos ni intercambio real, solo frases que buscaban generar miedo, teorías conspirativas y anécdotas sacadas de redes sociales".

Incluso señalaron a una de las expositoras:

"Entre las oradoras figuraba Chinda Brandolino, médica conocida por difundir teorías falsas sobre vacunas y salud pública. Su nombre entre los expositores marcó el tono del encuentro".

Este tipo de descalificación no es crítica; es lapidación mediática. Médicos que exigían acceso a datos, revisión independiente y mayor transparencia fueron automáticamente etiquetados como "antivacunas" o "conspiranoicos", aun cuando sus planteos se limitaban a exigir rigor científico. El mensaje fue claro; cuestionar es peligroso, preguntar es inmoral, disentir es criminal.

El ámbito digital no fue menos cómplice. Las plataformas más influyentes del mundo participaron activamente en la censura. Meta, Google y YouTube implementaron restricciones, eliminación de contenidos, desmonetización de canales y manipulación de algoritmos para priorizar la información oficial. No se trató de un error aislado, sino de un mecanismo sistemático de control de la información. Esto incluyó análisis de datos, debates científicos críticos, cuestionamientos regulatorios e incluso humor y sátira. La pluralidad de voces fue reemplazada por un consenso artificial que simulaba unanimidad.

En agosto de 2024, Mark Zuckerberg admitió que la Casa Blanca presionó a Meta para censurar contenidos relacionados con COVID-19. Según su declaración:
"Creo que la presión del gobierno estuvo mal, y lamento que no hayamos sido más francos al respecto".

Si incluso los líderes de estas plataformas reconocen la presión política, queda claro que la supresión de la disidencia fue deliberada y organizada. Google y YouTube actuaron de manera similar, eliminando videos, ocultando información crítica y manipulando algoritmos de búsqueda. La democracia digital, que prometía pluralidad y acceso libre a información, se transformó en un instrumento de control narrativo.

Los medios tradicionales tampoco fueron inocentes. Página12 y otros grandes diarios omitieron hechos esenciales: la OMS modificó la definición de "pandemia" en 2009, estableciendo que la fase 6 respondía a la dispersión geográfica, no a la gravedad clínica. Se ignoró que los confinamientos masivos de personas sanas desencadenaron una crisis económica global de enormes proporciones, afectando empleo, educación, salud mental y estabilidad social. La narrativa oficial buscó invisibilizar estas consecuencias, reduciendo cualquier debate a una lucha entre "expertos" y "negacionistas".

Hoy, además, se ventila el "cuco" del COVID en Formosa, resurgiendo temores sobre restricciones y medidas sanitarias; se observa la reaparición del sarampión, una enfermedad que muchos creían controlada; y aproximadamente un 50% de la población ya manifiesta rechazo a vacunarse. Estos hechos no son anecdóticos, reflejan el impacto de años de manipulación informativa, desconfianza y erosión de la autoridad científica.

El resultado es un ecosistema mediático y digital donde la duda legítima se trata como una amenaza, donde la crítica científica se confunde con desinformación y donde el periodismo renuncia a investigar para reproducir un relato oficial. Silenciar voces no protege la salud; erosiona la confianza pública, la integridad científica y la democracia misma.

El desafío es reconstruir un espacio público donde la pregunta sea bienvenida, donde los datos se analicen con rigor, donde las decisiones se expliquen y donde la ciudadanía tenga acceso a información completa y transparente. La ciencia y la democracia se fortalecen con debate, no con censura; con cuestionamientos, no con etiquetas.

Lo más importante; este asunto no se reduce a una mezquina discusión política entre kirchneristas o mileístas, ni a la defensa de intereses partidarios. Trasciende lo ideológico. Está en juego la integridad del debate científico, la confianza pública en las instituciones de salud y el derecho ciudadano a la información. Silenciar disidentes, estigmatizar preguntas y condenar la duda razonable, no es un asunto de banderías políticas, es una amenaza a la democracia misma y a la capacidad de la sociedad de decidir con conocimiento y libertad entendiendo los nuevos paradigmas Geopolíticos que se ciernen sobre la Humanidad.

Finalmente, ¿por qué murieron los afectados? ¿Por un virus, por una bacteria o por los protocolos de abordaje sugeridos por la OMS? ¿Por qué tanto misterio respecto a la confidencialidad y las exigencias de los laboratorios que etiquetaron las vacunas? ¿Tienen efectos secundarios? ¿Cuáles, cuántos y por qué? Preguntas que aún no tienen respuesta oficial, y quizás nunca las tengamos, esté quien esté sentado en el sillón de la Casa Rosada.