Los ideales y el sufrimiento

30.10.2025


Por Sebastián Plut

En una nota de la semana pasada me pregunté si los pueblos reaccionan por el nivel de padecimiento y/o por sus ideales. Sostuve que si la reacción sólo surge por la magnitud del sufrimiento y prescinde de los ideales, las alarmas siempre suenan tarde. A la luz de los resultados de las elecciones del domingo 26 de octubre creo que conviene profundizar en esta hipótesis.

El resultado de las elecciones sorprendió a todos, pues se esperaba un triunfo del peronismo, y las dudas giraban en torno a qué tan grande sería la diferencia entre el ganador y LLA. De hecho, el gobierno nacional se contentaba con una diferencia no mayor a 5 puntos. Quizá, lo más enigmático sea el resultado en la provincia de Buenos Aires, ya que hace poco más de un mes hubo un resultado significativamente diferente.

¿Qué pasó entonces?

Agreguemos que esta vez no fueron solo las encuestas las que desacertaron en sus predicciones, sino que todos, o casi todos, libertarios y opositores, teníamos una presunción diferente.

Aunque la autocrítica con el diario del lunes tenga alguna validez, creo que debemos ir más allá de las explicaciones que surjan de aquélla, pues cuando sucede lo que nadie esperaba no debemos quedarnos con las razones que se repiten ante cada derrota. Es por eso, entonces, que quiero retomar la hipótesis que mencioné al inicio.

Si la situación económica exhibe un deterioro mayúsculo, si el autoritarismo del gobierno se evidencia en cada uno de sus actos y palabras, y si sabemos de las denuncias por las coimas del 3 por ciento, por la estafa de $LIBRA y por el financiamiento narco de Espert, ¿cómo es que el gobierno obtuvo ese resultado?

Cuando sostuve que la reacción de un pueblo llega tarde si prescinde de los ideales y sólo surge por la magnitud de su sufrimiento, no tuve en cuenta lo que, entonces, ocurre antes de dicha reacción.

Esto es, si los ideales no se anudan al padecimiento asistimos a un clivaje entre unos y otro, de modo que millones de sujetos conviven con el dolor sin poder situarlo en el terreno de las injusticias. Hay, pues, una fractura que impide significar la opresión como tal. Posiblemente, por ello escuchamos a tantos ciudadanos decir que aun cuando la están pasando mal económicamente, votarían por Milei.

En efecto, si el sujeto no logra enlazar su sufrimiento en un nexo causal con una política que produce esa situación dolorosa, estamos ante un quiebre, una vez más, entre el malestar vivido y los ideales.

Pero hay algo más que podemos extraer de un terreno diverso, inofensivo. Recuerdo lo que cuentan algunas personas a las que no les gusta el fútbol. Relatan que al ver un partido, si un equipo mete un gol, inmediatamente desean que el equipo contrario haga lo mismo y empate, cual si la derrota no fuera soportable. Es decir, no piensan el fútbol como un juego y una competencia, sino sólo como humillación. Al mismo tiempo, cuestionan el festejo de los hinchas cuando su equipo sale campeón, bajo el argumento de "los que ganaron fueron ellos, no vos".

Hay todo un campo de investigación sobre la función de los afectos en la política, y así como puede ser eficaz el contagio del entusiasmo, la solidaridad y la ternura, también hay un contagio del odio. El gobierno de Milei, de hecho, se caracteriza por explotar los afectos displacenteros, entre ellos, el sadismo y la humillación. Probablemente, no hayamos comprendido cómo juega la autodenigración en parte de la sociedad. Por ejemplo, hemos cuestionado la posición de sometimiento humillado de Milei ante Trump, y creímos que eso afectaría su imagen. Del mismo modo, en el balotaje con Massa, Milei tuvo un desempeño pésimo, no lograba articular frases, pensamos que estaba derrotado, y aun así finalmente ganó las elecciones.

¿Por qué no pensar, entonces, como aquel espectador desapasionado del fútbol, que los votantes de Milei se movilizan ante la humillación, es decir, que buscan que gane el que se va exhibiendo derrotado? Si el mismo gobierno, durante las semanas previas a las elecciones, mostró lo opuesto al triunfalismo, ¿no será porque advirtieron que exponiéndose perdedores ganarían?

Y además: cuando sus votantes, pese a que padecen día a día la crisis económica, afirman "yo quiero que a Milei le vaya bien", ¿no son, también como dice aquel crítico del fútbol, que los hinchas festejan cuando en realidad solo gana el equipo?

No debemos omitir, entonces, la energía que muchos sujetos parecen extraer del sentimiento propio de humillación, y quizá así se entienda por qué tantos votantes describen una situación económica personal penosa, pero aun así, no solo sostienen su voto a Milei, sino que ven como natural tener que estar peor para algún día estar mejor.

El clivaje, las disociaciones, los quiebres en la racionalidad, las escisiones, hoy tienen una eficacia inédita, y lo cierto es que los hechos no suceden como suponíamos; lo que imaginábamos una causa de un conjunto de consecuencias, resulta que conduce a otros desenlaces. Mientras pensamos que la vergüenza haría de límite, lo que observamos es que aumenta la pérdida del pudor.

Otro argumento reiterado es que no importa lo que pasa, pues solo interesa que "no vuelvan los kukas". Esto no es una novedad, pues el antiperonismo es histórico, es casi preexistente al peronismo. Tengamos en cuenta, entonces, que en su momento el país debió soportar casi dos décadas de proscripción del peronismo para que la sociedad argentina aceptara volver a votarlo.

Finalmente, en mi nota de la semana pasada señalé que, frecuentemente, cuando pensamos en el fascismo tomamos diversos gobiernos históricos, y pocas veces consideramos a la sociedad que los apoya. Dicho de otro modo, para comprender el presente será necesario también entender el fascismo social en el que vivimos, entendido como una gran porción de votantes que aplauden a un gobierno que triunfa con el fracaso mortífero de las mayorías.

Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.

Fuente:

https://www.pagina12.com.ar/869926-los-ideales-y-el-sufrimiento