Perspectivas geopolíticas de Argentina en el siglo XXI

Por Francisco Taiana * Historiador, sinólogo y analista geopolítico
A pesar de los múltiples y conocidos problemas que acechan al país en la actualidad y la abundancia de diagnósticos apocalípticos sobre su futuro, que se encuentran habitualmente en distintos medios, en el siguiente artículo propongo una visión de más largo plazo sobre las perspectivas geopolíticas de Argentina en el siglo XXI. Con ello, buscaré transmitir los motivos por los cuales, sin desmerecer la profundidad de la crisis actual, continúo siendo muy optimista respecto a sus posibilidades de crecimiento y desarrollo.
El primer argumento por el cual soy optimista es que creo que al final de este siglo Argentina va a continuar existiendo. Y el motivo por el cual Argentina va a existir es por el simple hecho de que este país no enfrenta peligros existenciales. Argentina no enfrenta un solo problema en la actualidad que pueda conducir a su desaparición como Estado o nación, una ventaja que no muchos países del mundo poseen y que, en términos geopolíticos, vale oro. En consecuencia, creo que Argentina es un país que sobrevivirá al siglo XXI e ingresará al siglo XXII cuando muchos otros se quedarán en el camino.
Uno de los puntos fundamentales de su durabilidad se halla en su estructura física: Argentina es un país bien anclado geográficamente con claras fronteras naturales tales como la Cordillera de los Andes, las mesetas del Altiplano, los bosques y junglas del norte-noreste y el Océano Atlántico. Estas barreras naturales contienen un territorio verdaderamente inmenso: Argentina, sin contar sus territorios antárticos, posee unos 2.8 millones de kilómetros cuadrados, convirtiéndolo en el octavo país más grande del mundo. Si a estos factores se le agregan la ubicación austral del continente se puede apreciar como Argentina es un territorio prácticamente inexpugnable en términos militares.
El Cono Sur también se encuentra muy alejado de los principales focos de conflicto y es altamente improbable que una guerra pueda llegar hasta sus costas. A esto se le suma una capa adicional de seguridad geopolítica: Argentina no tiene ninguna hipótesis de conflicto plausible con sus países vecinos, ningún compromiso militar extraterritorial y nadie le está apuntando armas nucleares. De hecho, aún ante un escenario de guerra termonuclear, el Cono Sur sería una de las zonas notablemente menos afectadas por este panorama catastrófico.
En la actualidad, Argentina sigue teniendo parte de su territorio soberano bajo la ocupación militar británica: las Islas Malvinas, Georgias, Sandwich del Sur, y espacios marítimos circundantes. En esta cuestión, Argentina también se encuentra en un escenario donde el tiempo le juega a su favor. Casi dos siglos después de la invasión inglesa, el Reino Unido ya no se encuentra ni entre las cinco principales economías del mundo, enfrenta crecientes problemas internos, envejecimiento poblacional, una compleja realidad internacional balanceando los intereses de Europa con los de Estados Unidos y un sostenido proceso de descolonización como lo muestra la reciente perdida de las islas Chagos a favor de Mauricio en 2024.
Esta combinación de factores permite vislumbrar una continuación del declive relativo británico y crecientes dificultades para proyectar poder alrededor del globo y particularmente en el distante Atlántico Sur. En vista de ello, las posibilidades de Londres de retener control efectivo sobre las islas y amenazar la Argentina continental tenderán a reducirse con el paso de las décadas.
A sí mismo, este escenario tiene implicaciones positivas para Argentina en un tema intrínsecamente relacionado: su reclamo de soberanía sobre el Sector Antártico. Este incluye alrededor de 1.000.000 de kilómetros cuadrados de tierra firme, y tiene el potencial de convertir a nuestro país en el séptimo más grande del mundo, representando la mayor aspiración geopolítica de Argentina.
Por otro lado, la Argentina sudamericana está compuesta por un territorio mayoritariamente plano en el cual gran parte de la población, la economía, la producción agropecuaria, los ríos navegables y los puertos marítimos se encuentran en su franja central. Esta realidad territorial y demográfica dificultan de manera sustancial cualquier posibilidad de una balcanización viable de la nación. En un territorio distribuido mayoritariamente de norte a sur, la primacía de la franja central, la porción más firmemente integrada de su territorio, anula la viabilidad de cualquier proyecto separatista.
A su vez, una sólida tradición de paz interestatal posibilitaría la continuación de procesos de integración regional. Esto representa una gran oportunidad estratégica en un mundo multipolar, dentro del cual la consolidación de una economía regional sudamericana más afianzada les permitiría a sus países miembros mayor autonomía y estabilidad frente a vaivenes del sistema económico global.
En resumen, este panorama geográfico muestra un país construido sobre firmes pilares materiales y resguardado de las probables tormentas del siglo XXI.
A esto se le suma una importante ventaja demográfica. Este país sudamericano es uno de los países miembros del G20 con mejor estructura demográfica. Argentina no solo tiene gente, sino que tiene gente joven. Si bien es cierto que hemos sido testigos de una caída pronunciada de la natalidad en Argentina en los últimos años, este país sudamericano aún posee un "bono demográfico"; es decir, Argentina cuenta aún con una población lo suficientemente joven para mantener una economía funcional y en crecimiento hasta mediados de siglo. A su vez, el crecimiento poblacional previsto que resultaría en alrededor de entre 50 y 60 millones de personas para el año 2050, presenta algunas ventajas particulares.
Por un lado, el aumento poblacional va a asegurar un cierto nivel de crecimiento económico intrínseco y sostenido. Por otro lado, una fuerza laboral relativamente joven va a generar oportunidades económicas, en un ambiente internacional donde la mano de obra va a convertirse en un bien escaso y codiciado. Finalmente, este crecimiento demográfico moderado también garantiza que, aún en el caso de que el país atraviese décadas ininterrumpidas de desempeño económico adverso, Argentina se convertiría en una sociedad sustancialmente más próspera en términos de PBI per cápita.
Según la estimación del FMI para el año 2024, la económica nacional cerró el año con un producto bruto interno de aproximadamente 600. 000. 000. 000 de dólares, lo cual la coloca en el puesto número 25 del ranking global. Si el país fuese a enfrentar un crecimiento promedio del 2 por ciento anual los siguientes 35 años (un resultado paupérrimo para una economía en desarrollo), duplicaría su tamaño y concluiría la década del 2050 con una economía de 1.200.000.000.000 de dólares. Si esto se combina con un crecimiento poblacional de alrededor del 30 por ciento, esto representaría un PBI per cápita superior a los 20.000 de dólares. En un escenario de un crecimiento promedio más optimista del 4 por ciento durante el mismo período, Argentina duplicaría el tamaño de su economía para 2042. A su vez, cerraría la década del 2050 con un PBI nominal de 2.400.000.000.000 y, ante el mismo escenario de crecimiento poblacional, con un PBI per cápita superior a los 40.000 dólares. En otras palabras, estaríamos ante una economía en términos reales y per cápita comparables a los que hoy tiene Italia; actualmente la octava economía más grande del mundo.
Ante tales proyecciones surge naturalmente la pregunta: ¿A qué se debería tal crecimiento?
Argentina es depositaria de considerables recursos naturales y críticos cuya demanda se mantendrá elevada en décadas venideras. Su sector agrícola es de los más eficientes del mundo, y esta producción es menos dependiente de fertilizantes que otras regiones del Planeta Tierra. Cuenta con una amplia red de sistemas fluviales y ostenta una ubicación y diversidad geográficas adaptables al cambio climático. A su vez, mucha de la producción de fertilizantes de fosfato y potasa está concentrados en Eurasia; donde se concentran la mayoría de las hipótesis de conflictos en décadas venideras. Una interrupción de esas líneas de suministro no solo no sería catastrófica para Argentina, sino que hasta podría representar una gran oportunidad para la expansión de su producción local de fertilizantes; un sector de la economía subexplotada y que podría dar grandes saltos gracias a la expansión del sector energético.
En cuanto refiere a la energía, Argentina también está dotada de vastos recursos cuya demanda seguirá creciendo: es un país que tiene petróleo, petróleo no convencional, gas, gas no convencional, energía hidroeléctrica, energía nuclear y es uno de los pocos países del mundo que podría explotar a gran escala energía eólica y solar.
A su vez, posee amplios recursos minerales estratégicos en un escenario global donde la demanda de ciertos metales tales como el litio y el cobre se mantendrá elevada por décadas.[3] Finalmente, Argentina mantiene índices de desarrollo humano relativamente altos (el segundo más alto de América Latina, después de Chile) y una población altamente urbanizada (el casi 93%, lo cual lo coloca entre uno de los 15 países más urbanizados del mundo; aun contando las ciudades-estado de Singapur, Vaticano, San Marino y Mónaco). Estas condiciones le permitiría, sin enormes dificultades, ampliar su base manufacturera, consolidar su tejido técnico-científico y desarrollar aún más su sector de servicios.
A su vez, Argentina tuvo en el transcurso de dos siglos un hito extraordinario que muchas veces es pasado por alto en debates en la esfera pública y que es muy prometedor de cara a futuro. Se ha vuelto un lugar común describir a Argentina como un país de inmigrantes y en las escuelas se enseña cómo el país cuadruplicó su población en los 30 años que van de 1880 a 1910 a través de una de las oleadas migratorias más significativas de la humanidad. La normalización de este proceso histórico en el cual millones de personas de distintos países, culturas y credos han sucesivamente llegado a nuestras tierras en búsqueda de un futuro mejor y se han integrado a la nación sin grandes inconvenientes, oculta lo extraordinario que es este logro.
A su vez, esto fue posible porque Argentina desde sus albores desarrolló un nacionalismo cívico y universalista, basado en valores y lealtades comunes, y no un nacionalismo étnico y particularista, basado en lazos de sangre. Gracias a ello, la República Argentina tuvo una temprana y rotundamente exitosa experiencia como una sociedad multicultural y globalizada. Esto representa un feroz contraste con muchas de las experiencias de inmigración masiva en otras partes del mundo en años recientes y que se han visto progresivamente marcadas por la emergencia de tendencias xenofóbicas y crecientes tensiones sociales. Esta identidad nacional inclusiva y adaptable es un recurso muy preciado en un siglo que inevitablemente verá mayores desplazamientos de personas, por motivos económicos, bélicos y climáticos.
Finalmente, el surgimiento de un mundo multipolar multiplica las opciones diplomáticas de Buenos Aires, permitiéndole un mucho mayor margen de maniobra en el escenario internacional. A medida que los mercados emergentes de nuevas potencias se expandan y se consoliden, Argentina se encontrará ante nuevas posibilidades en materia de intercambio comercial, técnico-científico y militar. A su vez, su locación geográficamente remota en relación con las principales masas continentales y poblacionales le permitiría evitar caer presa de esferas de influencia en competencia y la mantendrían a una distancia segura de las más probables hipótesis de conflicto.
En relación con este último punto, es posible observar cómo una serie de problemas internos y externos están afectando simultáneamente a muchos de los países más importantes del mundo y como esta convergencia de problemas probablemente conduzca a un nivel de mayor inestabilidad dentro del orden internacional y el sistema económico global.
En primer lugar, nos encontramos con un EE. UU. que, luego de haber sido el garante del orden mundial durante décadas, está adoptando posturas cada vez más erráticas e imprevisibles en el tablero internacional, al tiempo que su sistema político atraviesa una sostenida degradación y su acumulación incesante de deuda pone en duda la viabilidad del dólar como la moneda global de intercambio en el largo plazo. Si Washington continúa su trayectoria actual de creciente aislacionismo y eventualmente abandonase su patrullaje de los océanos del mundo, veríamos una transformación acelerada del ordenamiento geopolítico. Esta reconfiguración conllevaría cambios dramáticos en el tablero internacional, de los cuales Argentina permanecería relativamente aislada.
En segundo lugar, la consolidación de un sistema multipolar probablemente conduzca a crecientes tensiones entre las distintas grandes potencias que competirán entre sí por establecer sus propias esferas de influencia, lo cual puede conducir tanto a conflictos directos como indirectos. Varios de estos conflictos hipotéticos implicarían consecuencias colosales para gran parte de la comunidad internacional. Y si bien serían muy diversos entre sí, todos comparten una cualidad en común: sus epicentros se encontrarían a miles de kilómetros de Argentina y sus consecuencias serían sustancialmente menos nocivas para nuestro país que para muchas naciones alrededor del mundo.
En tercer lugar, el cambio climático tiene el potencial de desestabilizar muchas de las regiones más delicadas del mundo tales como Medio Oriente y el África Subsahariana, lo cual podría conllevar ramificaciones para grandes porciones de Eurasia. Argentina, con su diversidad climática y masivas extensiones territoriales distribuidas en un eje norte-sur, no solo se encuentra bastante bien preparada para adaptarse al cambio climático, sino que su ubicación geográfica la resguardaría de los principales conflictos político-sociales desencadenados a partir de desplazamientos masivos de refugiados ambientales.
Por último, muchas de las principales economías del mundo enfrentarán en los próximos años un problema que no tiene ningún antecedente en la historia humana y cuyas consecuencias son potencialmente catastróficas: colapso poblacional por caída de la natalidad y envejecimiento de la población. Este es un fenómeno propio del actual estadio de la Modernidad Industrial, que tiene el potencial de representar un peligro existencial para los países que la atraviesen ya que no está clara la viabilidad de una sociedad y una economía en las que la población empiece a caer de manera sostenida en y durante décadas.
Dicho de otra manera, esta clase de derrumbe demográfico tiene el potencial de conducir a la ruina a muchas de las principales economías avanzadas del mundo a lo largo de Eurasia y América del Norte, desencadenando una reconfiguración del sistema económico y político global tal y como lo conocemos. A su vez, el hecho de que todas las crisis anteriormente mencionadas tengan una cierta convergencia temporal y que sus efectos tienen el potencial de retroalimentarse, nos deja una perspectiva de un siglo XXI más inestable y peligroso que lo que fue el siglo XX.
Ante este escenario, la República Argentina tiene la posibilidad de emerger como una alejada isla de relativa paz en un mundo que va a atravesar numerosas y sostenidas tormentas en décadas venideras y ser nuevamente un refugio para migrantes capacitados que dejen atrás las tormentas geopolíticas de Eurasia y busquen construir un mejor futuro en nuestras tierras. Para ello, Argentina, a través de su democracia consolidada, debe encontrar la manera de emplear los elementos que tiene a su disposición para construir un modelo suficientemente competitivo desde lo económico y suficientemente integrador desde lo social para lograr una estabilidad y previsibilidad de mediano plazo.
De lograrlo, Argentina tiene el potencial de convertirse en una nación con mucho más futuro que pasado e ingresar airosa y confiada al siglo XXII. El mandato histórico de las generaciones actuales es generar las condiciones que nos permitan llegar a ese destino.
Fuente:
https://recursoshumanostdf.ar/contenido/44822/perspectivas-geopoliticas-de-argentina-en-el-siglo-xxi