Ritmo récord, muerte obrera: el precio oculto del megaproyecto Oleoducto Vaca Muerta Sur

El pasado domingo por la tarde, en una zona rural cercana a la localidad de Allen, de la provincia de Río Negro, un nuevo accidente laboral volvió a desnudar las condiciones en las que se sostiene y se amplía la producción en Vaca Muerta.
Ariel Curbelo - Red de trabajadores precarizados
Lidio Sánchez, de 71 años, capataz de bajada y tapada de la empresa Techint-Sacde, perdió la vida mientras realizaba tareas de tapada de tubería a unos 20 kilómetros del casco urbano de Allen. El accidente, ocurrió en el marco de la construcción del Oleoducto Vaca Muerta Sur (VMOS), una de las obras más ambiciosas del país en términos de infraestructura energética que ampliaría la infraestructura de transporte del crudo extraído de la cuenca vaca muerta, permitiendo las condiciones para aumentar la producción hidrocarburifera.
Techint-Sacde lidera esta etapa del proyecto, que prevé un ducto de 437 kilómetros y una terminal portuaria en la costa atlántica de Río Negro. La obra está impulsada por un poderoso consorcio de ocho empresas —entre ellas YPF, Vista, PAE, Chevron, Shell y Tecpetrol— con el objetivo de evacuar el crudo no convencional desde la Cuenca Neuquina hacia el Atlántico, donde aguardan buques de exportación. Todo en nombre del crecimiento económico, de la soberanía energética y de los récords de producción.
Sin embargo, mientras el gobierno provincial de Neuquén anuncia con bombos y platillos que en junio se alcanzaron las cifras más altas de extracción, con 493.914 barriles diarios de petróleo y 112,3 millones de metros cúbicos de gas por día, los números más crudos de esas cifras no aparecen en los titulares: los obreros que mueren y los cuerpos que se mutilan con maniobras riesgosas. Porque mientras las operadoras establecen mayores márgenes de ganancias, los trabajadores son empujados a jornadas extenuantes, condiciones precarias y ritmos de obra que dejan poco margen para los protocolos de seguridad.
La muerte de Lidio no es un accidente: es el resultado directo de la codicia empresarial que prioriza la velocidad de producción sobre la vida de quienes hacen funcionar la maquinaria extractiva. Un hombre de 71 años, aun cumpliendo tareas físicas en condiciones adversas, es en sí mismo una señal de alerta que interpela. ¿Cuántos más deberán morir para que se frene esta carrera ciega hacia el barril más rápido?
Este crimen social se suma a una larga lista de muertes obreras en Vaca Muerta que las empresas, los gobiernos provinciales, el gobierno nacional y la conducción del sindicato petrolero dejan impunes, como mostró la muerte de Víctor Vázquez. Este "lado B" de Vaca Muerta poco y nada se ve en las noticias, que priorizan las versiones oficiales de las empresas, los gobiernos y el sindicato petrolero. Y lo llamativo de esto, es que de todos los casos en donde hubo de víctimas fatales en accidentes en el petróleo, en ninguno se llegó a un juicio. En general se termina responsabilizando a la persona que ya no está.
Detrás de la postal oficial de crecimiento económico y récords productivos, existe otra cara de Vaca Muerta que rara vez aparece en los discursos triunfalistas del poder político y empresarial. Es la cara de los sismos provocados por el fracking, que sacuden localidades como Sauzal Bonito, poniendo en riesgo a familias enteras. Es la cara de los barrios populares de Neuquén, donde miles de familias viven sin acceso al gas de red mientras se exportan millones de metros cúbicos diarios.
Es también la de los trabajadores petroleros despedidos, víctimas de un ajuste encubierto que busca sostener (o incluso aumentar) los niveles de producción con menos personal y más precarización. Es la cara de las comunidades mapuce reprimidas por reclamar su personería jurídica y el derecho a sus tierras ancestrales, desalojadas o judicializadas para asegurar el avance de ductos y torres, en nombre de la "seguridad jurídica" que las empresas reclaman como condición para invertir.
La muerte de Lidio Sánchez no fue un hecho aislado. Es parte de un andamiaje que, para sostener las ganancias de unos pocos, sacrifica territorios, cuerpos y derechos. Vaca Muerta va dejando a su paso un reguero de vidas invisibilizadas y territorios devastados.
Frente al silencio de los poderosos, toca alzar la voz de quienes ya no están, de los que arriesgan su vida cada día, de las comunidades mapuces que resisten y de los barrios que aún esperan.
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