Fingir demencia, o el regalo de Demócrito
¿Qué significa «fingir demencia»? Lejos de la banalización de la enfermedad mental y la evasión egoísta, es posible una reinterpretación de la expresión en la tradición de la risa de Demócrito de Abdera, en el actual contexto en el que el mundo parece estar, como tantas veces en el pasado, «volviéndose loco».

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Si estuviera en la tierra, Demócrito se reiría
Horacio, Epístolas II, I, 194
Por Andrés Gattinoni
Cuenta un antiguo relato apócrifo que los habitantes de la ciudad griega de Abdera escribieron una carta a Hipócrates para que acudiera a tratar a Demócrito. Según creían, había enfermado a causa de su gran sabiduría y se había vuelto loco, porque se reía de todas las cosas y decía que la vida no tenía valor. Luego de procurarse un barco y las plantas curativas necesarias, el médico partió desde Cos hacia Abdera. Al llegar, se encontró al filósofo en su casa, en la ladera de una colina, pálido, demacrado, sentado bajo un plátano frondoso, rodeado de papeles y cadáveres de animales. Estaba escribiendo un tratado sobre la locura.
Demócrito le contó que diseccionaba los animales en busca de la bilis que causaba demencia. Hipócrates lo felicitó y le dijo que desearía tener tiempo para dedicarse a ese tipo de investigaciones, frente a lo cual el paciente se echó a reír a carcajadas. El médico, perplejo, le preguntó de qué se reía, ¿acaso no distinguía entre el bien y el mal? Demócrito le dio una respuesta, pero antes le advirtió que su risa era el mejor cargamento que el médico podría llevarse de vuelta a casa, como una cura para sus pacientes y su patria. El filósofo, en fin, se reía de toda la humanidad: de su incapacidad para reconocer sus límites, para evitar desperdiciar su vida en cosas sin valor o para ajustar sus deseos a la realidad. No era que Demócrito se hubiera vuelto loco y por eso reía, sino que todo el mundo estaba loco y la risa era la única respuesta razonable.[1] Aunque la historia es ficticia, fue muy influyente y, por siglos, el regalo de Demócrito a Hipócrates derramó su efecto sanador en tiempos de crisis e incertidumbre.
Hoy pareciera que el mundo se volvió loco otra vez. Carencias económicas en nombre de la prosperidad, guerras largas y crueles bajo las banderas de la paz y la civilización, gobiernos autoritarios que hacen cosplay de fascismo en nombre de la libertad, escepticismo científicoen boca de tech bros. Mientras tanto, palabras de odio y acciones odiosas recaen, de nuevo, en chivos expiatorios a quienes se carga con pecados inventados para justificar la austeridad y la restricción de derechos. Y frente a esa realidad alienante y angustiante, para seguir adelante, «fingimos demencia».
Ya tuvimos esta conversación. En 1621, mientras los descubrimientos científicos y geográficos conmovían certezas milenarias y buena parte de Europa se desgarraba en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), Robert Burton, un humanista y clérigo de Oxford, diagnosticaba una epidemia de melancolía. Burton adoptó el pseudónimo de Demócrito Junior para escribir una Anatomía de la melancolía. Allí advertía: «pronto percibirás que todo el mundo está loco, está melancólico, delira». [2] De modo parecido al Demócrito antiguo, decía que el mundo era «domicilium insanorum» [una casa de locos] [3]. Más adelante, describía el siguiente panorama de los tumultos de su tiempo:
Si se me permite, pondré brevemente ante vuestros ojos un océano estupendo, vasto e infinito de locura y estulticia; un mar lleno de monstruos aterradores, formas toscas, olas rugientes, tempestades y calmas engañosas, mares tranquilos, desdichas horribles, comedias y tragedias tales, tan absurdas y ridículas, más para compadecerse o burlarse, o quizás para ser creídas, pero que a diario vemos aún practicadas en nuestros días, ejemplos nuevos, nova novitia, nuevos objetos de desdicha y locura de este tipo aún son representadas ante nosotros, en el exterior, aquí, en medio de nosotros, en nuestro seno. [4]
Este fragmento aparecía en la sección de la Anatomía dedicada a la «melancolía religiosa», una expresión que el autor inventó para tratar de dar sentido a la desmesura y la sinrazón que se había apoderado del continente europeo durante un siglo de violencia confesional. Cuando Burton murió en 1640, Inglaterra estaba a punto de conocer de primera mano la barbarie fratricida de las guerras de religión. Durante las décadas revolucionarias de 1640 y 1650, las querellas entre presbiterianos, congregacionalistas y episcopales alimentarían el enfrentamiento militar entre realistas y parlamentarios ingleses y escoceses, así como la rebelión y la represión de la población católica irlandesa. En esos años en que el mundo parecía trastornado, se multiplicaron los testimonios que describían a Inglaterra como una «casa de locos» y la comparaban con el manicomio inglés por antonomasia, el Hospital St. Mary of Bethlehem de Londres, más conocido como «Bedlam». En 1642, un propagandista realista llamado John Taylor observaba «That all is metamorphosised, chopped and changed / For like as on the poles, the world is whorled / So is this Land the Bedlam of the world» [Que todo está metamorfoseado, cortado y cambiado / Pues como en los polos, el mundo está retorcido / Así es esta tierra el Bedlam del mundo][5]. Una década más tarde, William Erbery, antiguo capellán del ejército parlamentario, decepcionado con la forma que había adoptado la república inglesa, decía que «esta es la Isla del Gran Bedlam».[6]
Burton escribió su Anatomía como un servicio a la humanidad en un tiempo tempestuoso, pero también para evadirse, mantenerse ocupado y así, curar su propia enfermedad. Después de todo, la máxima con la que concluye su obra, con una perspicacia terapéutica aún vigente, era «be not solitary, be not idle». [no estés solo, no estés ocioso][7]
La expresión «fingir demencia» se popularizó, sobre todo en redes sociales, en los últimos años. Hay quienes la entienden como una banalización de trastornos mentales o neurológicos, especialmente cruel en una época en la cual, en países como Argentina, a los efectos psicosociales de la crisis se suma la desarticulación de equipos y políticas públicas de salud mental. Pero creo que en el uso más habitual no se trata, más que en la superficie, de una referencia a la enfermedad mental, sino de una búsqueda de aislarse de una realidad agobiante y hostil, haciendo algo que produzca placer o, simplemente, continuando con la propia vida como si no pasara nada.
En este último sentido, se parece un poco a aquel eslogan que acuñó el gobierno británico a comienzos de la Segunda Guerra Mundial y que en los últimos años se multiplicó y reversionó hasta el hartazgo en camisetas, tazas y carteles: «Keep calm and carry on» [Mantén la calma y sigue adelante]. Sin embargo, hay una distancia entre este adagio, que expresa el ideal del estoicismo británico victoriano, y «fingir demencia». En esta última expresión hay un lugar para el placer en medio del sufrimiento, un placer saludable y regenerador y, quizás, también una renuncia a tener todo bajo control.
A riesgo de sobreinterpretación, propongo, aunque más no sea como otra forma de evasión y de no estar ocioso, leer esta expresión en relación con la herencia de Demócrito, de su risa saludable –ese placer regenerador– y su locura filosófica.
La idea de que la risa es sanadora, y en particular de que es capaz de curar trastornos mentales como la melancolía, tiene una larga historia, estrechamente vinculada al relato de Hipócrates y Demócrito. Por ejemplo, en 1579, Laurent Joubert, un médico francés, publicó un Tratado de la risa, donde describía las bondades terapéuticas de la hilaridad y dedicaba un capítulo al hecho de que «algunos melancólicos ríen y otros lloran». [8] El libro incluía como apéndice una traducción directa del griego de la Epístola Damageto, aquella que narraba el encuentro entre Hipócrates y Demócrito, a cargo de Jean Guichard, cuñado de Joubert que, al igual que él, era el médico del futuro rey Enrique iv. Según el crítico ruso Mijaíl Bajtín, la Epístola circulaba desde algún tiempo antes en la Facultad de Medicina de Montpellier, donde Joubert y Guichard eran profesores. Allí la habría conocido también François Rabelais, el autor de la serie de novelas satíricas sobre los gigantes Gargantúa y Pantagruel publicadas entre 1532 y 1564, quien seguramente habría reparado en la imagen grotesca de Demócrito rodeado de animales destripados y en las virtudes terapéuticas de la risa. Bajtín veía ese efecto sanador como parte de la capacidad regeneradora característica del tipo de risa que predominaba en la cultura carnavalesca europea de la Baja Edad Media y el Renacimiento.[9]
Pero la creencia en la acción curativa de la hilaridad se prolongó mucho más en el tiempo. El tema aparecía también, desde luego, en la Anatomía de la melancolía, que hablaba sobre el carácter sanador de la risa y la alegría, pero que además estaba enmarcada por un maravilloso prefacio satírico titulado «Demócrito Junior al lector».
Había distintas maneras en que se creía que la risa podía curar la melancolía. Los médicos y otros estudiosos que seguían la teoría de los cuatro humores [10] a menudo ofrecían explicaciones acerca del efecto purgante (real o metafórico) que tenían las carcajadas para expulsar los humores nocivos y restablecer el equilibrio natural. Por ejemplo, en el siglo xvi, el humanista valenciano Juan Luis Vives decía que «la alegría moderada, o hilaridad, y el gozo con su calor purga la sangre, fortalece la salud, induce un colorido brillante, hermoso, agradable».[11] Casi 200 años más tarde, cuando las explicaciones humorales de la melancolía ya no tenían credibilidad entre los médicos profesionales, el doctor William Stukeley afirmó que, a menudo, un ataque de risa podía curar el spleen (un tipo de melancolía), debido a que la convulsión de las ramas diafragmáticas y frénicas favorecía la purificación de la sangre en el bazo.[12]
Otra manera en que la risa era sanadora, que resulta más familiar y se conecta más directamente con la expresión «fingir demencia», se relaciona con la diversión. La diversión es entretenimiento, es placer, pero también es «recreación». En la Edad Media, según enseña Glending Olson, el verbo latino recreare remitía a restituir la salud física y mental necesaria para volver a actividades más trascendentes. Por entonces ya circulaba la idea de que la literatura podía tener ese efecto recreativo.[13]
La diversión también es desviar la atención de aquello que nos duele o nos molesta. En 1725, el médico y poeta inglés Richard Blackmore decía que lo característico de la melancolía era producir un flujo continuo de pensamientos sobre un objeto triste y la incapacidad de transferir la atención a otra cosa. [14] De hecho, ya la medicina antigua había señalado que el entretenimiento era una forma de rectificar las perturbaciones del alma que, según una clasificación que la tradición atribuyó a Claudio Galeno Nicon de Pérgamo, más conocido como Galeno, eran una de las seis cosas no naturales (res non naturales) que determinaban la salud del cuerpo (junto con el aire, la dieta, el ejercicio, el sueño y la ingestión y excreción).
Esta concepción terapéutica de la risa tuvo (y continúa teniendo) una larga vigencia en la cultura occidental. Entre los siglos xvi y xviii, en Inglaterra se editaron numerosas colecciones de baladas, poemas y cuentos cómicos que se vendían como «antídotos para la melancolía» o «píldoras para purgar la melancolía». No porque fueran pensadas como recursos terapéuticos genuinos, sino porque se sustentaban en la creencia común de que la diversión y la alegría contribuían al bienestar mental. El poema introductorio de una de las más famosas de estas colecciones, An Antidote Against Melancholy (1661), comenzaba diciendo con ecos carnavalescos: «There's no Purge 'gainst Melancholy; / But with Bacchus to be Jolly» [No hay mejor purga contra la melancolía / que con Baco[15] estar contento.][16]
Los rastros del valor terapéutico de la diversión y la risa también aparecen en Don Quijote de la Mancha (1605), de Miguel de Cervantes. Como es bien conocido, el protagonista enloquece por leer demasiadas novelas de caballería. Pues bien, cerca del final de la primera parte, el Caballero de la Triste Figura le recomienda al canónigo precisamente ese tipo de literatura: «lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si a caso la tiene mala».[17] La lectura de este pasaje, como de tantos otros en la sátira cervantina, probablemente tuviera el efecto que el autor recomendaba en el prólogo: «Procurad que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla».[18]
El tema en común entre ambas citas es, nuevamente, el efecto recreativo de la literatura y la capacidad de la lectura para curar la melancolía. Esta sería una preocupación también de Burton en su Anatomía, publicada unos pocos años después que el Quijote. De hecho, diversos autores han señalado que el humanista de Oxford escribió su obra con un estilo muy particular destinado a curar no solo su propia melancolía sino también la de sus lectores.[19] Del mismo modo, hay autores contemporáneos que destacan las virtudes terapéuticas de la novela de Cervantes.[20] Interesa aquí especialmente la interpretación del antropólogo mexicano Roger Bartra, quien propuso que hay que entender la melancolía de Don Quijote como uno más de los tantos ejercicios de mimesis y simulación que caracterizan la obra. Es decir que el Caballero de la Triste Figura haría una imitación de la melancolía que permitiría incluso sanar la enfermedad real.[21] En otras palabras: fingir melancolía para curarla.
Algo así se puede encontrar en otra novela más tardía, escrita a la luz del Quijote y la Anatomía. En The Life and Opinions of Tristram Shandy [Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy] (1759), Laurence Sterne inventó la noción de «shandeísmo», una suerte de necedad benigna y saludable, que luego diría que le salvó la vida.[22] En una carta de junio de 1761, dijo que si Dios no le hubiera infundido ese espíritu «que no me permite pensar dos instantes sobre ningún problema serio, de otro modo me moriría –me moriría– aquí mismo».[23]
Sterne era un experto en fingir demencia. Lo mismo se podría decir de Jonathan Swift, una generación antes. En la «Digresión acerca del origen, uso y mejoramiento de la locura en una república», en A Tale of a Tub [Cuento de una barrica] (1701), Swift elogió «el punto sublime y refinado de felicidad llamado la posesión de estar bien-engañado, el estado tranquilo y sereno de ser un loco entre canallas».[24] Sin embargo, el escritor irlandés no abrazaba la estulticia para evadirse del mundo. Su sátira tenía compromisos políticos en una época de faccionalismo acentuado y también un imperativo ético. Como le dijo a su amigo, el médico y poeta John Arbuthnot en 1714: «nunca podría ver a la gente volverse loca sin decirle y advertirle suficientemente».[25]
Los personajes de Swift a menudo desempeñaban el papel de locos que, mediante su extravagancia, dejaban en evidencia la depravación radical de la sociedad de su época. Tal es el caso de Lemuel Gulliver, el protagonista de Los viajes de Gulliver, que con la máscara de la ingenuidad (gullible significa «ingenuo» en inglés) y el asombro ante las costumbres extraordinarias de los reinos que visitaba, desnudaba las miserias y vanidades de su Inglaterra natal. Otro ejemplo, más extremo, es el del supuesto autor de Una modesta proposición para evitar que los niños pobres sean una carga para sus padres o el país (1729), quien con toda seriedad ofrecía como solución a los problemas de Irlanda que los indigentes vendieran a sus hijos como alimento para los ricos.
Aquí es donde fingir demencia se conecta con la locura de Demócrito, que no era verdaderamente una enfermedad, sino una locura filosófica. Se trata de una contemplación, solitaria y misantrópica, de la sinrazón humana; una forma de extrañamiento, que observa críticamente nuestras flaquezas. En ese sentido, «fingir demencia» se puede comparar con la expresión inglesa «to play the fool» (hacerse el tonto o el loco), una práctica que remite al papel de los bufones en las cortes europeas y que tuvo también una vigencia notable en la literatura. En la comedia Twelfth Night [Noche de Reyes] (1602), William Shakespeare explicaba la complejidad de esta tarea:
Este muchacho es tan sabio como para hacerse el tonto y hacerlo bien exige cierto ingenio; debe observar el ánimo de quienes burla, la calidad de las personas y el tiempo, no, como el halcón, fijarse en cada pluma que cruza su ojo. Es una práctica tan laboriosa como el arte de un sabio: pues la locura que él muestra sabiamente es precisa; pero los sabios, enloqueciendo, mancillan mucho su ingenio. [26]
Quizás el ejemplo más sofisticado y erudito de este juego sea el Elogio de la locura, escrito por el humanista Erasmo de Rotterdam en 1509. La obra tenía un título en griego, Morias enkomion, que anticipaba que estaba dedicada a su buen amigo Tomás Moro. Era un juego de palabras entre el apellido del inglés y el sustantivo griego moria (μωρια): locura o estulticia. De modo que, a lo largo del libro, la Locura cantaba su propio encomio que era, a su vez, un elogio de Moro, a quien Erasmo comparaba con Demócrito.[27] Pero las referencias al filósofo de Abdera aparecían en otros dos pasajes, inspirados en la cita de Horacio que está en el epígrafe de este ensayo y que dan una idea de la percepción de una sinrazón exacerbada en los nuevos tiempos. Al describir las necedades de los políticos, la propia Moria dice: «Loquísimas son estas cosas, [tanto] que no alcanza un solo Demócrito para reírse de [todas] ellas». Y, un poco más adelante, hablando sobre la vida del vulgo: «por todas partes abunda en tantas formas de Locura y tantas nuevas inventa cada día, que ni mil Demócritos serían suficientes para tanta risa; dado que a estos mismos Demócritos siempre les sería necesario otro Demócrito».[28] Burton, que era un gran lector de Erasmo y de Moro, diría que «nunca [hubo] tantos motivos de risa como ahora, nunca tantos tontos y locos.[29] Y, luego de describir extensamente la locura religiosa de católicos y puritanos, la irracionalidad de la guerra y la generalización inusitada de los vicios y pecados, exclamaría: «En una palabra, ¡el mundo está trastornado! ¡O viveret Democritus![¡Si Demócrito viviera de nuevo!].» [30]
Otro personaje que destacaba el poder crítico de la locura fingida era Jaques el melancólico, de la comedia As You Like It [Como gustéis] (1599) de Shakespeare. En la primera escena de la obra, Jaques era presentado de modo similar a Demócrito, bajo un árbol, lamentándose junto a un ciervo herido. Luego, en otra escena donde diría, famosamente, que «todo el mundo es un escenario / y los hombres y mujeres meros actores»,[31] Jaques se encontraba con un bufón y elogiaba su locura. «¡Ah, quién fuera bufón!».[32] Un poco más adelante, explicaba:Vestidme de color. Dadme licencia para decir lo que pienso, que yo purgaré nuestro mundo infectado hasta el final si tiene la paciencia de tomar mi medicina. [33]
En estos tiempos de bait y crueldad teatralizada, es difícil saber si el mundo se volvió loco o si es solo un escenario tomado por bufones que nos muestran la faz más siniestra del egoísmo y la codicia. En cualquier caso, es un espectáculo difícil de contemplar sin salir afectado, como con Medusa, que convertía en piedra a quien la mirara de frente. Ante esa realidad, surge a menudo el impulso de aislarse, desconectarse del mundo, hundir la cabeza y replegarse sobre uno mismo. Las exigencias del trabajo y ese aparato que tenemos en la mano, en el bolsillo o en la cartera nos ofrecen suficientes oportunidades para hacerlo. Keep calm and carry on. Pero corremos el riesgo de perder el hilo cada vez más delgado que nos conecta con los demás.
Fingir demencia puede ser un bálsamo, una evasión de los malos pensamientos, una forma de mantenernos ocupados: be not idle,como recomendaba Burton. Pero quizás también, al ofrecernos una perspectiva crítica, pueda ser como el escudo espejado de Perseo para derrotar a la Gorgona. Puede ser un desvío para ver la realidad con otros ojos, mejor preparados para reconocer los disfraces y las tramoyas. Acaso de esa manera podamos superar la necesidad de aislamiento: be not solitary. Y quizás así podamos comenzar la otra tarea, la más difícil, la de volver a imaginar un mundo más libre y más justo para todos. Un mundo donde seguir riendo, pero sin tener que apartar la mirada.
Andrés Gattinoni
Es profesor y doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Su tema de investigación es la melancolía en Europa durante la temprana modernidad, desde una perspectiva que combina la historia cultural, conceptual y de las emociones.
1.
Hipócrates: Pseudepigraphic Writings, ed. Wesley D. Smith, Brill, Leiden, 1990, cartas 10 a 21.
- 2.
R. Burton: The Anatomy of Melancholy [1621], New York Review of Books, Nueva York, 2001, p. 39. Todas las traducciones son mías. [Hay edición en español: Anatomía de la melancolía, Alianza, Madrid, 2015].
- 3.
Ibíd., p. 64.
- 4.
Ibíd., 3.4.I., p. 313.
- 5.
J. Taylor: Mad Fashions, Od Fashions, All Out Fashions, or, The Emblems of these Distracted Times, Thomas Banks, Londres, 1642, s/n.
- 6.
W. Erbery: The Mad Mans Plea: or, A Sober Defence of Captaine Chillintons Church. Shewing the Destruction and Derision Ready to Fall on All the Baptized Churches, not Baptized with Fire, Whose Forms of Religion Shall Be Made Ridiculous Among Men, When the Power of Righteousness and Glorious Appearance of God in his People Shall Come to the Nation, Londres, 1653, p. 8.
- 7.
R. Burton: ob. cit., 3.4. II.VI, p. 432.
- 8.
L. Joubert: Traité du ris contenant son essance, ses causes et mervelheus effais, curieusemant recherchés, raisonés & observés, Nicolas Chesneau, París, 1579, p. 273.
- 9.
M. Bajtín: Rabelais and His World [1965], Indiana UP, Bloomington, 1984, pp. 67-68 y 360- 361. [Hay edición en español: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, Barral, Barcelona, 1974].
- 10.
La teoría o sistema de los cuatro humores fue una noción derivada de las ideas de Hipócrates que resultó muy influyente y, mucho tiempo más tarde, se convirtió en el corazón de la ortodoxia médica de Europa y el mundo árabe hasta fines del siglo XVII. Según esa teoría, el cuerpo humano está constituido por cuatro humores o sustancias fundamentales: la sangre, la flema, la bilis amarilla o cólera, y la bilis negra. Cada una implicaba una combinación de cualidades (frío/cálido y seco/húmedo) y se correspondía con una edad del hombre, una estación del año y uno de los cuatro elementos. En la medida en que esos humores se mantuvieran en una mezcla equilibrada (crasis), el cuerpo estaba sano, pero por algún motivo, cuando alguno de ellos aumentaba en cantidad, producía una enfermedad.
- 11.
J.L. Vives: De anima & vita libri tres. Eiusdem argumenti Viti Amerbachii de anima libri 4. Ex vltima autorum eorundem recognitione, Antonium Vicentium, Lyon, 1555, lib. III, p. 200.
- 12.
W. Stukeley: Of the Spleen. Its Description and History, Uses and Diseases, Particularly the Vapors, with their Remedy. Being a Lecture read at the Royal College of Physicians, London, 1722. To which is Added Some Anatomical Observations in the Dissection of an Elephant, impreso para el autor, Londres, 1723, p. 72.
- 13.
G. Olson: Literature as Recreation in the Later Middle Ages [1982], Cornell UP, Ithaca-Londres, 2019.
- 14.
R. Blackmore: A Treatise of the Spleen and Vapours: Or, Hypochondriacal and Hysterical Affections. With Three Discourses on the Nature and Cure of the Cholick, Melancholy, and Palsies, J. Pemberton, Londres, 1725, pp. 155-156.
- 15.
Dios del vino, la vid y la fertilidad.
- 16.
«To the Reader» en Anónimo: An Antidote Against Melancholy: Made Up in Pills. Compounded of Witty Ballads, Jovial Songs, and Merry Catches, Mer. Melancholicus [John Playford], Londres-Westminster, 1661.
- 17.
M. de Cervantes: Don Quijote de la Mancha [1605-1615], Real Academia Española / Penguin Random House, Barcelona, 2015, p. 511.
- 18.
Ibíd., p. 14.
- 19.
Martin Heusser: The Gilded Pill: A Study of the Reader-Writer Relationship in Robert Burton's Anatomy of Melancholy, Stauffenburg, Tubinga, 1987; Mary Ann Lund: Melancholy, Medicine and Religion in Early Modern England: Reading The Anatomy of Melancholy, Cambridge UP, Nueva York, 2010.
- 20.
Françoise Davoine: Don Quijote, para combatir la melancolía, FCE, Buenos Aires, 2012.
- 21.
R. Bartra: Melancolía y cultura: las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro [2001], 2a ed., Anagrama, Barcelona, 2021.
- 22.
Michael V. DePorte: Nightmares and Hobbyhorses: Swift, Sterne, and Augustan Ideas of Madness, The Huntington Library, San Marino, 1974, caps. 3 y 4.
- 23.
L. Sterne: Letters of Laurence Sterne, Clarendon Press, Oxford, 1935, p. 139.
- 24.
J. Swift: «A Tale of a Tub» en Major Works, eds. Angus Ross y David Woolley, Oxford UP, Oxford, 2008, p. 145.
- 25.
J. Swift: The Correspondence of Jonathan Swift, D. D. II, ed. Francis Elrington Ball, G. Bell and Sons, Londres, 1911, pp. 190-191.
- 26.
W. Shakespeare: Twelfth Night, Cambridge UP, Cambridge, 2003, pp. 109-110.
- 27.
Erasmo de Rotterdam: Elogio de la locura, Colihue, Buenos Aires, 2013, p. 4.
- 28.
Ibíd., pp. 47 y 87.
- 29.
R. Burton: ob. cit., p. 52.
- 30.
Ibíd., p. 68.
- 31.
W. Shakespeare: As You Like It, eds. Louis B. Wright y Virginia A. Lamar, Washington Square Press, Nueva York, 1964, pp. 149-150.
- 32.
Ibíd., p. 43.
- 33.
Ibíd., pp. 60-63.
Fuente: