Los desplazados

06.12.2025

Por Cristian Rodríguez - psicoanalista y escritor 

¿Tiene la dirigencia política de este país la voluntad de transformar los lazos sociales, deteriorados por diez años consecutivos de crisis políticas y económicas? Solemos dirigirnos contra el partido gobernante, sin considerar que, una vez más, estamos siendo abandonados y olvidados por las clases políticas y sus luchas de palacio. El retroceso de derechos es incesante y se refleja en la calidad de vida, en el compromiso y en la participación social en desbandada, en el empobrecimiento de los actos cooperativos y comunitarios.

La voluntad del voto y su responsabilidad están directamente ligados no solo a la época, su tecnología, los efectos de la pospandemia, etcétera, sino también al efecto de los gobiernos sobre sus poblaciones. Pensar que gobierna solamente el partido gobernante es olvidar que tenemos un sistema representativo en el cual interviene una multiplicidad de fuerzas políticas. No se trata, como en el siglo diecinueve, a lo Emile Zolá, de señalar con el dedo, yo acuso. Sin embargo, es inevitable establecer este lazo que surge de la propia dialéctica. En la construcción de un espacio común de convivencia y de voluntades políticas se interroga una y otra vez sobre la calidad del votante, se señala a los centennials, se habla de la dispersión del voto, del cambio de época y del escaso compromiso de la población. Se ha escuchado también que estas son democracias de baja intensidad, para no ponerle la palabra adecuada, que son democracias que funcionan en una lógica represiva. Creemos que el embate de los autoritarismos en todos los sectores de la política argentina, la política nacional, no tiene un impacto sobre la calidad de los lazos sociales. Olvidamos una vez más la responsabilidad que tienen aquellos que conducen los destinos de lo común sobre el resto de la comunidad.

Esta es una época en la que se sigue sembrando la otra voluntad, la voluntad del perverso, a niveles en los cuales solamente los damnificados son los que no tienen posibilidad de hacerse oír. Y otras veces, ya ni siquiera quieren hacerse oír, tampoco en las urnas. Han sido desoídos durante diez años. Es inevitable que el repliegue patológico sea concomitante de los niveles de violencia que se dirigen a la población. Pensar que esta voluntad perversa, voluntad del perverso, sólo proviene de los poderes encaramados y tecnofascistas es simplificar la cuestión. Cada oportunidad que ha habido de renacimiento ha sido aplastada con una nueva ola represiva. Esa ola represiva viene desde la política, Algunas son sutiles, todas apuntan al desaliento de la participación y de la representación de lo común.

Porque nos olvidamos que el gobierno no es solamente el partido del gobierno. Hay muchos niveles de gobierno. Si no se registra al otro y se naturaliza su precariedad y exclusión, si el lugar es un lugar puramente utilitario, tarde o temprano los desplazados estructurales se retiran aún más, corren la frontera hacia lugares cada vez más sórdidos e insospechados, sea el electorado o quien fuera. Eso es quemar, expulsar y borrar el propio patrimonio de una cultura y un país.

Vemos una vez más cómo se omite representar a los representados. Eso que ahora llaman crisis de representación. No es con diatribas que esto se resuelve. Y esta falta de representación concierne a todos los órdenes: parlamentarios, provinciales, municipales, ciudadanos sin el respaldo del estado de derecho, aunque supuestamente esos derechos están en vigencia, en hacer cumplir las leyes laborales, en los organismos que tendrían que estar defendiendo los intereses de la enorme masa de trabajadores todavía registrados en el último escalón antes del abismo. ¿De verdad pensamos que esta crisis de las subjetividades no guarda relación con el contexto que expulsa? Como en la enfermedad señalada por Freud en Duelo y Melancolía, hacia la introversión, las vidas se "meten para adentro" cuando empiezan a quedar pocos espacios de circulación y dialéctica.

Desde hace diez años entramos en un período que es el del duelo, y que, a diferencia de los duelos posibles, en este caso, todavía no sabemos bien qué es lo que estamos velando, el muerto no aparece o está cambiado por otro, como en la realidad desopilante, mordaz y fatalista de Esperando la Carroza. Tendríamos que hablar también de la voluntad trágica que inocula la política de nuestro país hacia su población y en los imaginarios, quitándole la posibilidad de soñar. Me pregunto si tenemos que interpelar con encuestas y focus group solo a la población y a los ciertos sectores desplazados estructuralmente o empezar a plantearnos qué pasa con la rosca palaciega que nunca termina de estallar o resolverse. No solo las representatividades están en fuga, sino la ética de los elegidos por sus representados, la ética de los representantes.

Una de las definiciones del psicoanálisis para la pulsión es, "representante representativo". Podríamos decir que es un movimiento en el cual nada se da por sentado y producirá actos nuevos, lúcidos y originales. No se habla aquí de la representación, no se habla aquí de la significación, porque vendrá como efecto de ese movimiento representante representativo. ¿Cuánto hace que los representantes representativos de nuestra nación han dejado de promover auténticas acciones de representación? Y se han olvidado que del otro lado hay que representar representados. ¿Quién reduce al lugar de cliente al electorado? ¿De verdad pensamos que un ser humano quiere ser sólo cliente, y que aun cuando se posiciona en ese lugar infecto de demandar como un cliente, no está enajenado por las redes simbólicas que se han construido, no solo en los consensos transversales, sino desde políticas estructurales? ¿Queremos de verdad discutir estas cuestiones? Sería fascinante que pensemos que, en vez de clientes insatisfechos en crisis de subjetividad, tenemos una población de personas secueladas estructuralmente por un daño profundo, que no han sido representados, no disponen de los lugares donde expresarse, desarrollarse, proliferar y dejar sus propias marcas subjetivas.

Veo subjetividades enajenadas y empiezo a sospechar que no están solamente alienadas por la época y las condiciones que ésta impone, sino desde un sistemático bombardeo de acciones políticas que desplazan a la población hacia lugares que quedan por fuera de los registros simbólicos, de la participación y del sentido de la pertenencia común. Si pensamos en la enorme proporción de argentinas y argentinos por debajo de la línea de la pobreza, en la pobreza estructural, tal vez podamos entender que hay grandes sectores de la población desplazados y arrasados, como en las zonas de guerra, hacia condiciones de vida en precariedad y subsistencia, en campamentos, terrenos tomados, asentamientos, casuchas, en la basura, viviendo fuera del Estado de Derecho, vulneradas y permanentemente amenazadas. No son pocos y es una obscenidad naturalizada. Si pensamos en la enorme proporción de argentinas y argentinos por debajo de la línea de la pobreza estructural, tal vez podamos entender que parte del problema es que la población es tratada por la política como una población desplazada y abandonada.

Con la mirada compasiva no alcanza, tampoco con discursos.

Fuente:

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