Presidentes celebrities, jueces con más poder que los presidentes, y poder, por sobre todas las cosas

Moraliza y reinarás. La reciente publicación del libro Los YO narrativos. Relatos del poder en América Latina y el Caribe, por el FES (Friedrich-Ebert-Stiftung) junto a Clacso, parece más oportuna que nunca en un contexto en el que las elecciones se dirimen casi exclusivamente en la arena de "lo correcto" y en los medios de comunicación.
Tanto por izquierda como por derecha, lo que debe ser, lo moralmente pertinente, es protagonista absoluto en la lucha por el poder político: ya sea la distribución de los ingresos versus el mérito, o los derechos LGBT versus la familia.
Uno de los autores de la obra, el doctor en Ciencias Sociales y licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), docente e investigador Rodolfo Gómez, en entrevista con PERFIL, explica la relación entre lo jurídico, lo político y la comunicación en los últimos gobiernos latinoamericanos.
—¿Por qué cree que en las democracias latinoamericanas existe una relación tan estrecha entre poder judicial y poder político? ¿Es esta una particularidad de América Latina o se trata de una característica general?
—En el caso de este libro, hablar de líderes políticos implica hablar de las narrativas de Milei, de Bukele, de Petro, de Arévalo, Sheinbaum o Lacalle Pou, pero también implica hablar de la narrativa de personajes públicos con importante incidencia política, como es el caso del juez brasileño Alexandre de Moraes, que ni más ni menos fue el personaje que promovió el enjuiciamiento a Bolsonaro por su intento de golpe de Estado y que buscó establecer regulaciones al funcionamiento de la red X en su país, forzando el retiro de la red. Estas dos intervenciones del juez nos muestran no solamente el vínculo entre lo judicial y lo político sino, además, la conexión entre lo judicial y lo relativo a los medios de comunicación de masas.
"Pero esta conexión, relativa a una articulación entre dos poderes del Estado, no puede ser pensada por fuera del vínculo con el poder económico, dado que los medios masivos de comunicación –en particular las redes sociales– forman parte de este último poder. Esta articulación entre poder político, poder judicial, poder mediático y poder económico se muestra de un modo particularmente explícito en América Latina, pero se encuentra presente, aunque de modo más solapado, en términos generales en casi todas las democracias occidentales.
—¿Cómo se explica que haya tantos funcionarios latinoamericanos con causas judiciales?
—Creo que esto tiene que ver con esta interrelación que mencionaba antes, entre lo político, lo judicial, lo económico y lo mass-mediático (medios de comunicación masivos); en síntesis, con el impacto de la actualidad del funcionamiento de la sociedad capitalista sobre los subsistemas políticos y jurídicos latinoamericanos. Porque es indisociable la actual articulación entre los poderes estatales y este momento de crisis del relato que sostiene el modo de acumulación neoliberal en América Latina, que no pudo, a su vez, ser reemplazado por otro modo de acumulación distinto o posneoliberal, durante el período de los llamados gobiernos progresistas.
"Dicho esto, lo que vemos, más bien, es que los que tienen, más que nada, problemas judiciales son los políticos progresistas (por ponerle un calificativo genérico) y no tanto los neoconservadores o de extrema derecha. La excepción a esto podría ser el caso de Bolsonaro, pero aquí el motivo por el que se lo juzga –y esto supone una importante diferencia con el juicio que se les hizo a Dilma Rousseff y luego a Lula Da Silva– es claramente político y este es el motivo por el que resultó de interés analizar el discurso del juez Alexandre de Moraes.
"Esto no tiene que ver con que unos sean honestos y otros deshonestos, sino con una problemática general del funcionamiento del poder político y económico en la actualidad.
—¿Qué relación ve entre los poderes políticos y judiciales y el discurso anticorrupción?
—El discurso anticorrupción siempre fue una función de los medios masivos de comunicación. Esto no lo digo yo, ya lo dijo la sociología de la comunicación de masas funcionalista estadounidense de las décadas del cuarenta y cincuenta del siglo XX, a partir del análisis del contenido de los mensajes de los medios masivos. Es una función que estos sociólogos asocian con la de "control social" de los medios y que para esta corriente resulta una precondición del funcionamiento de la democracia.
"No es casual entonces que, en la Argentina, aunque también en Brasil, esta función mass-mediática comience a cobrar importancia a partir del retorno de la democracia desde mediados de la década del ochenta. Además, esta importancia fue exacerbada, en un primer momento, con el triunfo de los gobiernos neoliberales desde finales de la década del ochenta y principios de la de los noventa del siglo pasado en América Latina, y en un segundo momento con el auge de los gobiernos progresistas en el siglo XXI. ¿Por qué? Porque los gobiernos neoliberales en la región –Menem, Fujimori (Perú), Salinas de Gortari (México), Gutiérrez (Ecuador), Sánchez de Lozada (Bolivia)– recomponen la ganancia empresaria, pero son disfuncionales a la hora de garantizar la paz social; en tanto que los gobiernos progresistas promueven la paz social, pero son disfuncionales a la hora de garantizar la ganancia capitalista.
"Como los medios masivos de comunicación se encuentran mediados por el poder político (entre otras cuestiones porque el Estado nacional es el 'dueño' del espectro radioeléctrico) y por el poder económico (dado que los medios masivos son básicamente empresas, y esto incluye a las propias empresas públicas mass-mediáticas), esto explica la función social general que cumple el 'discurso anticorrupción', que es un discurso –por cierto, 'judicializable'– en lo que refiere al funcionamiento del régimen político.
—En su artículo del libro (escrito con la coautora Manoela Roland), sostiene, a propósito del juez brasileño Alexandre de Moraes, que el mismo construye un relato de la "objetividad", en un sentido casi científico, para poder impartir justicia. ¿Este relato está también presente en el conjunto de los sistemas judiciales y en todos los ámbitos de la Justicia?
—Claro, y es muy interesante observar que este discurso de la "objetividad" es también el discurso de los medios masivos de comunicación. La idea de la "objetividad" jurídica a la hora de impartir justicia es paralela a la idea de la "objetividad" periodística a la hora de difundir noticias, y esto sería extensible a la idea de la "objetividad" en el campo científico.
"De Moraes puede construir esta idea en este momento histórico de Brasil, porque no es de izquierda y porque también es un 'antifascista' y coincide con el centrão político brasileño, representado en el actual gobierno por el vicepresidente Alckmin: esta es una construcción discursiva 'ideal', que tiene que ver con un determinado momento histórico de relaciones de fuerza políticas, económicas, sociales y culturales.
"En la Argentina esto no es posible porque estamos en el país con el equivalente al gobierno de Bolsonaro y porque, tanto el discurso político como el discurso mass-mediático en general (sobre todo el de las grandes corporaciones multimediales, que ya no son más empresas solamente periodísticas, sino grupos empresarios extendidos en diferentes ramas de capital), están más preocupados por llevar adelante un retorno hacia un modo de acumulación de características neoliberales (incluso Milei se dejó las patillas, en la búsqueda por equiparar su imagen a la de Menem), así que el sistema judicial actúa en consecuencia con este tipo de discursividad.
"Posiblemente en Uruguay, donde tanto la izquierda como la derecha son aún moderadas, pueda hacerse presente un discurso judicial de características parecidas al de De Moraes.
—Uno de los subtítulos del libro es "Moraliza y reinarás". ¿Por qué?
—La frase denota una crisis general del relato político (prácticamente en todo el mundo) y una tensión en la cultura contemporánea. Porque la "moralidad" se asocia a lo constituido y establecido, lo que se debe conservar frente a lo que se "corrompe" y se oxida. Pero ese relato, esa moralidad, que se debe conservar, está también en crisis. Ya no puede ser el relato moralizante de las últimas dictaduras militares presentes en la región a finales del siglo pasado, y ya no puede ser el relato neoconservador-neoliberal de los gobiernos del Consenso de Washington de los noventa, que entró en crisis en América Latina con el auge de las protestas sociales críticas hacia esos gobiernos, que desembocaron en la llegada de los gobiernos progresistas.
"Este retorno de lo 'moralizante', que se encuentra sobre todo en las narraciones políticas de las ultraderechas neofascistas contemporáneas (no solamente en América Latina, también en la –cada vez más– vieja Europa y en los Estados Unidos), pero también en ciertos relatos progresistas, se constituye paradójicamente buscando un efecto "sentimental" más que racional. Y, por lo tanto, dentro de un contexto 'poshegemónico', ya que tiene la particularidad de no buscar ningún consenso o acuerdo (en el sentido gramsciano del término), al asumir una forma antipolítica y, en gran medida, no democrática.
"Por cierto, esta cuestión discursiva no puede desligarse de dos cuestiones importantes no discursivas. Por un lado, no puede desligarse de los intentos por reconstituir un modo de acumulación luego de la entrada en crisis del modo de acumulación neoliberal a nivel global; por el otro, tampoco puede desligarse de la crisis de la unipolaridad estadounidense y de la emergencia de un mundo que parece virar a la multipolaridad.
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