Últimos atardeceres en la Tierra

El espacio era el símbolo del futuro y se convirtió en una selfie para pasajeros ricos y narcisistas.
Hace unas semanas, un grupo de mujeres hizo un viaje turístico a bordo de un cohete de Blue Origin, la empresa de Jeff Bezos, dueño de Amazon, billonario involucrado en planes espaciales –el otro es Elon Musk con su empresa Space X, que está mucho más avanzada tecnólogicamente--. Las mujeres eran la estrella pop Katy Perry, Lauren Sánchez (la novia de Bezos), la activista Amanda Nguyen, la presentadora de TV Gayle King, la productora Kerianne Flynn y la científica de la NASA Aisha Bowe. Hicieron un vuelo suborbital de once minutos. Fue pura promoción de la empresa con un discurso disfrazado de feminismo pionero, y la respuesta del público fue un bloque de disgusto y enojo. Algo tan problemático, exclusivo y perjudicial para el medio ambiente como el turismo espacial fue difundido como un viaje de amigas divertidas y una conquista de género.
Hay que recordar, además, que el plan final tanto de Space X como Blue Origin es la conquista de Marte, que ocurrirá, afirman, cuando la Tierra sea inhabitable. El problema es que, para iniciar la colonia marciana, el incentivo debe ser privado: hay que pagarse la mudanza. Según los cálculos más optimistas de Musk, se necesitarían unos cien mil viajes para trasladar un millón de personas junto con lo necesario para su supervivencia –no hay oxígeno en Marte, entre otras faltas–: espera tener una primera misión en 2040. Esto no es ciencia ficción: es un plan real y de hecho Musk ya tiene la nave colosal para el traslado. Nunca se pensó en un traslado altruista o solidario: es supervivencia del más apto.
A las objeciones ambientales, políticas y éticas al viaje de las famosas, se le suma la ignorancia. Ignoraron por completo, sin siquiera mencionarlas, a las 104 mujeres que ya fueron al espacio. La primera fue la cosmonauta Valentina Tereshkova en 1963. Hablaron mucho sobre la importancia de mujeres afro en el espacio, pero la verdad es que ya hubo varias, como Jess Watkins, Stephanie Wilson y Mae Jameson. Otras murieron en misiones, como Kalpana Chawla en 2003 o la genial Judith Arlene Resnik, que estaba a bordo del Challenger que explotó en 1986 junto a otra mujer, Christa McAuliffe. La experiencia fue difundida como la primera tripulación enteramente femenina, pero es que no eran una tripulación, no había pilotas ni técnicas, solo pasajeras. Un feminismo que ignora la historia de las mujeres no es feminismo, es discurso vacío.
Quizá lo más enojoso de la debacle haya sido esa falta de sentido en un campo que solía estar recargado de metáfora como es la humanidad en el Espacio. Los cínicos dirán que el que tiene plata hace lo que quiere, y es cierto, como demostraron los millonarios que se metieron en una cápsula submarina para ver los restos del Titanic y murieron en las profundidades. Igual es insoportable la celebración del derroche dañino.

Hace décadas, todos queríamos ser astronautas. Mas allá de la lógica bélica que le imprimió la carrera espacial, la maravilla y el optimismo científico siempre acompañaron esa expansión de la frontera, contradictoria y fascinante. En 2021, la editorial mexicana Gris Tormenta publicó un libro único, Regreso a la Tierra. Literalmente único: es una recopilación de testimonios de viajeros espaciales que cuentan cómo fue volver a nuestro planeta y sus distintas sensaciones: no existe un libro así en ninguna lengua –al menos conocidas por los editores–.
Los testimonios van desde Yuri Gagarin en 1961 hasta Scott Kelly en 2016. Buzz Aldrin, uno de los tres hombres enviados a la Luna, dijo en una entrevista que deberían enviar artistas al Espacio, porque hombres como él, por su formación, no encontraban las palabras para explicar qué se siente al ver la Tierra desde la negrura. Este libro trata de encontrar lo indescriptible en las palabras de los viajeros, que en muchos casos captan la belleza y el desconcierto, esa sensación que no tiene nombre porque la gente que la ha experimentado es muy poca. Gagarin escribió en su biografía: "El cielo completamente negro se veía como un campo arado, sembrado con el grano de las estrellas". El parco Neil Armstrong relata la cuarentena que debieron hacer recién llegados de la Luna, por si traían algún virus espacial. Valentín Lebédev escribió en 1982 un diario sobre su estadía espacial y cuenta: "Quedé consternado al verme en el espejo: mi cara estaba llena de manchas rojas por los nervios y la espalda se me estaba despellejando. Estamos bastante deprimidos".
Mike Mullane, que viajó en 1984 con Judith Resnik, escribe, casi como una premonición: "Extrañaba los olores de la lluvia, el desierto y el mar, y solo había estado fuera de la Tierra por cuatro días. Me preguntaba si los ingenieros serían capaces algún día de envasar olores de nuestro planeta para que los pioneros de Marte recordaran sus orígenes". El estadounidense Scott Kelly pasó un año en el espacio con el ruso Mijaíl Korniénko –hoy ambos países trabajan juntos en viajes, porque tienen la tecnología y la experiencia– y se deleita: "Es imposible describir la sensación de estar inmerso en agua por primera vez después de un año. Nunca volveré a dar por hecho el agua. Misha dice que él siente lo mismo".
Regreso a la Tierra es un libro hermoso porque, con las palabras algo torpes de hombres y mujeres que hicieron este viaje sublime, logra retomar no sólo la pregunta existencial y religiosa de por qué estamos en la Tierra, sino una más urgente: ¿qué estamos haciendo con la Tierra? ¿La vamos a sobrevolar con risitas y cuentas bancarias explotadas como si nada pasara, o vamos a tratar de verla como la primera vez, con ojos bien abiertos, para cuidarla? La exploración del espacio siempre tuvo como objetivo la migración, lo decía Stephen Hawking: "No podremos sobrevivir en este planeta los próximos mil años, a menos que lleguemos a las estrellas". Pero eso no significa quemar alegremente la casa: ahora que esa migración se esboza posible, se sabe que la empresa es muy cara, muy difícil, para poquísimos y posiblemente destinada al fracaso.
Hay algo muy melancólico en ese hecho, una suerte de despedida. Y por eso también fue grotesco ver a Katy Perry cantando "What a Wonderful World" de Louis Armstrong, ese himno desolado, desde el espacio mientras mostraba las fechas de su próxima gira. O que Lauren Sánchez dijese pavadas como "estamos todos conectados", o "vamos a llevar las extensiones de pestañas al espacio". Moira Donegan en The Guardian escribió: "no es misógino decir que estas mujeres no tienen sus prioridades en orden. Es misógino de parte de ellas asociar ser mujer con lo cosmético y no con aspiraciones humanas que les puede ofrecer un viaje espacial, como curiosidad o una reflexión sobre su propia mortalidad".
El espacio era la frontera, el símbolo del futuro, y se convirtió en una selfie para pasajeros ricos y narcisistas. Frente a la extinción y la agonía del planeta, nadie quiere que las últimas imágenes humanas sean un despliegue estúpido y vanidoso.
Fuente:
https://www.pagina12.com.ar/822930-ultimos-atardeceres-en-la-tierra