“Ya nadie puede ignorarnos”. Judíos y antisionistas en EE. UU.

Sherry Wolf es militante de Jewish Voice for Peace y miembro del colectivo Tempest. Charles Post es redactor de la revista Spectre y miembro del colectivo Tempest. La acusación de antisemitismo contra los partidarios del pueblo palestino, utilizada como herramienta de represión política, tiene como objetivo impedir las críticas al proyecto colonial y racista del sionismo en un momento en que Israel está desacreditado internacionalmente. Esta campaña de terror, que ataca brutalmente a los militantes judíos, pretende hacer olvidar la existencia de un antisionismo judío radical, surgido del movimiento obrero. En esta entrevista, Wolf y Post evocan esta historia y el poderoso renacimiento de esta tradición en Estados Unidos, encarnada especialmente por Jewish Voice for Peace.
La actual represión del movimiento palestino en Estados Unidos, especialmente en los campus universitarios, podría describirse como una especie de nuevo macartismo, en el que la acusación de antisemitismo sirve para silenciar la disidencia. Esta tendencia se ha acelerado bajo la administración Trump, que ha difuminado aún más la frontera entre antisemitismo y antisionismo con el fin de deslegitimar el movimiento a favor de Palestina. Ahora vemos cómo figuras como el senador Marco Rubio suspenden los visados de los estudiantes extranjeros que participan en manifestaciones a favor de Palestina e incluso cómo se despide a profesores judíos por sus opiniones antisionistas. ¿Cómo analizás esta especie de nuevo macartismo?
Sherry Wolf: Para empezar, diría que es aún peor que el macartismo de los años 50, porque es mucho más amplio. La represión afecta a personas que no tienen ninguna relación con las manifestaciones, que incluso se oponían a ellas o que adoptaron una postura bastante neutral, y que sin embargo se ven atacadas por esta persecución. La mayoría de los estudiantes a los que se les ha suspendido el visado ni siquiera habían participado en los campamentos. En su mayoría eran apolíticos, estudiantes de ingeniería, a menudo procedentes de países que hoy son blanco del gobierno.
Pero esta estrategia ha resultado muy eficaz para aterrorizar a la gente. Si no sabes exactamente lo que has escrito, publicado, dicho o simplemente sugerido en un momento dado, eso puede trastornar tu vida. Esto empuja a la gente a callarse, a encerrarse en sí misma, a adoptar una forma de individualismo y a no comprometerse.
Charles Post: En primer lugar, hay que situar esto en el contexto de un movimiento más amplio hacia el autoritarismo que se observa en todas las "democracias capitalistas". Todd Gordon y Jeff Weber, en un artículo publicado hace unos años en Spectre –y próximamente en un ensayo sobre Trump– sostienen que la democracia liberal, esa forma truncada de representación electoral propia de la mayoría de los regímenes capitalistas, siempre ha contenido una fuerte tendencia autoritaria, exacerbada en períodos de crisis económica y conflicto político agudo.
Así pues, incluso antes de la elección de Trump, se observó un impulso autoritario. Es fácil olvidar que en 2011, bajo el mandato de Obama, el FBI coordinó con la policía local la represión de los campamentos de Occupy. La actual ola de represión está justificada, incluso por el ala liberal del espectro político estadounidense, por una creciente asimilación entre antisionismo y antisemitismo, una dinámica presente desde al menos 2010.
Esta tendencia se ha acentuado bajo todas las administraciones, tanto demócratas como republicanas. Cada vez más estados y ciudades han adoptado la definición de antisemitismo propuesta por la IHRA (Asociación Internacional para el Recuerdo del Holocausto), según la cual los judíos antisionistas como nosotros seríamos nosotros mismos antisemitas. Con el auge de la extrema derecha electoral en Estados Unidos y en todo el mundo –las mismas fuerzas que han sido violentamente islamófobas desde la guerra de Irak–, estos grupos se presentan hoy en día como defensores de los judíos, lo que para ellos significa ser defensores del sionismo. Esto se ha cristalizado especialmente desde el 7 de octubre: la asimilación del antisionismo con el antisemitismo, que siempre ha sido la última línea de defensa para legitimar al Estado israelí y sus abusos, se ha convertido hoy en la primera, la última y, a veces, la única línea de defensa política para las élites estadounidenses.
La creciente instrumentalización del antisemitismo es esencialmente una respuesta al desmoronamiento del apoyo a Israel en Estados Unidos, hoy más débil que en cualquier otro momento desde 1948, especialmente entre los judíos menores de 40 años, muchos de los cuales rechazan explícitamente el sionismo o critican duramente el apoyo estadounidense al régimen israelí.
La relación entre este nuevo macartismo sionista y el giro autoritario más amplio de los Estados capitalistas del Norte global es, en efecto, fundamental. Como ustedes mencionaban, este giro comenzó en Estados Unidos con Obama y en Francia con el presidente socialista François Hollande. ¿Cómo analizan esta instrumentalización del antisemitismo en cuanto a su impacto en el auge del antisemitismo real?
Sherry Wolf: Esta confusión alimenta en realidad el verdadero antisemitismo y los ataques antisemitas contra los judíos, no solo contra aquellos que apoyan el genocidio. El hecho de que el genocidio haya sido justificado y legitimado por el bando sionista ha provocado una creciente identificación de los judíos, como tales, con los actos asesinos del gobierno israelí. Y para un número cada vez mayor de judíos, independientemente de su orientación política, la vida se ha vuelto más difícil y peligrosa en este país. Nunca más diré que soy judía sin precisar que soy una judía antisionista o una antifascista judía. Porque hoy en día, el simple hecho de decir que se es judío equivale inmediatamente a plantear la pregunta: "¿apoyas el genocidio?". Y me niego a que me asocien con eso.
Charles Post: Hay que ser claros. Aunque ha habido, especialmente entre los jóvenes musulmanes poco politizados u organizados, un aumento muy limitado del antisemitismo, sigue siendo marginal. En el movimiento estructurado a favor del boicot, la desinversión y las sanciones (BDS), o incluso a favor de un embargo de armas y un alto el fuego –movimientos que se han desarrollado en los últimos dos años–, existe un grupo suficiente de militantes politizados que rechazan claramente la asimilación entre judaísmo y sionismo. La existencia de Jewish Voice for Peace, de la que hablaremos más adelante, ha sido un contrapeso poderoso.
Pero creo que la instrumentalización del antisemitismo ha reforzado, en realidad, las corrientes históricamente antisemitas pero pro sionistas en Estados Unidos. Cuando oigo a alguien decir que el antisionismo es antisemita, respondo que el mayor grupo militante prosionista de Estados Unidos es una organización antisemita. Se llama Christians United for Israel, cuenta con 11 millones de miembros, muchos más que la población judía actual en Estados Unidos.
Los sionistas cristianos son abiertamente antisemitas. Ilan Pappé, en su libro Los 10 mitos sobre Israel, explica que los primeros sionistas modernos eran en realidad sionistas cristianos en Gran Bretaña [1]. Para ellos, traer de vuelta a los judíos a Palestina tenía varias ventajas: se podía contar con un aliado proeuropeo estable en el corazón del mundo árabe y se encontraba un lugar al que enviar a todos esos judíos "molestos" que no se quería tener en casa. Incluso hoy en día, en Estados Unidos, estos grupos apoyan a Israel no para proteger a los judíos, sino porque ven una forma de hacer realidad su visión apocalíptica del mundo: los judíos deben regresar a Palestina para desempeñar un papel en una guerra final en la que judíos y árabes se aniquilarán mutuamente, allanando el camino para el regreso de Cristo. Así que sí, es entre los más fervientes partidarios de Israel donde se encuentra hoy en día el sector más fuerte del antisemitismo, al menos en Estados Unidos.
Ha habido algunos ejemplos preocupantes de activistas antisionistas que han adoptado estereotipos antisemitas, pero siguen siendo casos aislados y marginales, sobre todo si tenemos en cuenta la intensa presión del discurso dominante, liberal y conservador, que trata de equiparar el antisionismo con el antisemitismo.
Antes has mencionado la historia del sionismo y el hecho de que, desde el principio, contó con el apoyo de una serie de antisemitas que deseaban expulsar a los judíos de Europa. ¿Podrías profundizar en esta larga y conflictiva historia de la relación entre los judíos y el sionismo, especialmente en Europa? Muchos judíos estadounidenses o franceses piensan hoy en día que el apoyo judío al sionismo siempre ha sido masivo, pero históricamente no es así en absoluto. ¿Podrías describir los debates que han atravesado las diferentes tradiciones políticas judías en Europa y las tensiones que han surgido a raíz de ellos?
Charles Post: El sionismo siempre ha sido marginal entre los judíos europeos, ya se trate de los judíos de habla yiddish de Europa del Este o de las poblaciones judías más asimiladas de Alemania, Francia o Inglaterra antes de la Primera Guerra Mundial. Para la mayoría de ellos, el sionismo se consideraba un obstáculo para la asimilación, algo que ponía de relieve su identidad judía en lugar de permitirles ser plenamente alemanes, franceses o ingleses.
El rechazo más consecuente y radical del sionismo provino de la izquierda judía de Europa del Este, de habla yiddish. El Bund –la Unión General de Trabajadores Judíos–, que fue la mayor organización marxista del Imperio ruso antes de 1905, siempre fue explícitamente antisionista [2]. Lo que defendían era una idea que los sionistas aún hoy se niegan a reconocer: el sionismo es, en realidad, una capitulación ante el antisemitismo.
Herzl, en El Estado Judío, primer gran texto del sionismo político moderno, es muy claro al respecto [3]. Dice que el caso Dreyfus le abrió los ojos: comprendió que el antisemitismo es una realidad ineludible y que los antisemitas tenían razón: los judíos y los no judíos no pueden convivir en igualdad. Su solución era la separación: en lugar de luchar contra el antisemitismo, había que crear un Estado judío, con el apoyo de las grandes potencias imperialistas. El Bund y la izquierda obrera judía en su conjunto rechazaron categóricamente esta lógica de huida. Para ellos, la lucha contra el antisemitismo debía librarse aquí, en Europa, y pasaba por el derrocamiento del capitalismo y las fuerzas reaccionarias. Ese era su proyecto político.
También hay que entender que todas las variantes del sionismo acabaron integrando figuras antisemitas. Herzl, por ejemplo, decía que el proyecto sionista debía abolir al "Yid", es decir, al judío pobre, yiddishófono, de Europa del Este, al que describía como degenerado, para sustituirlo por el "nuevo hebreo": un colono viril, constructor, civilizador del Oriente árabe.
Los sionistas de derecha retoman esta misma retórica despreciando a los judíos de Europa del Este, a los que consideran afeminados, débiles y sin valor. Incluso los sionistas de izquierda –miembros del famoso Poale Sion– retoman estas ideas, pero en un lenguaje semimarxista [4]. Decían que los obreros judíos no eran "verdaderos" proletarios, ya que trabajaban en pequeños talleres, sin máquinas, en sectores de la industria ligera. Por lo tanto, necesitaban su propio Estado y su propia burguesía para formar un proletariado "íntegro".
En Estados Unidos, antes de la Segunda Guerra Mundial, ninguna facción significativa del movimiento obrero judío era sionista. Los primeros exmarxistas que se acercaron al sionismo aparecieron en la década de 1930: se trataba de líderes sindicales socialdemócratas de derecha de la industria textil –David Dubinsky, que dirigía el Sindicato Internacional Ladies Garment Workers Union, y Sidney Hillman, para la ropa masculina–. Pero incluso ellos se encontraron con una fuerte oposición en su propia base militante, a menudo procedente del Bund o del socialismo pre-sionista.
Esta evolución llevó a estos líderes a aliarse con las corrientes sionistas denominadas "laboristas", es decir, la corriente dominante que se convertiría en el Partido Laborista de Ben Gurión, o del Mapam, surgido del ala izquierda del Poale Sion y del Hashomer Hatzair, que adoptaban posiciones proestalinistas.
Pero fue sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto cuando se produjo un cambio casi total de los socialdemócratas judíos hacia el apoyo al proyecto sionista, que se convirtió en un Estado colonial exclusivamente judío, excluyendo toda mano de obra árabe. Veían a sus antiguos compañeros al frente del nuevo Estado, por lo que decidieron apoyarlo. Al mismo tiempo, los partidos comunistas, que antes de la guerra habían sido firmemente antisionistas, comenzaron a apoyar a Israel debido a la evolución de la política exterior soviética. El peor ejemplo es el del Partido Comunista Americano, que publicaba folletos como La conspiración de Wall Street contra Israel. Esto duró hasta mediados de la década de 1950, cuando la URSS rompió con los laboristas sionistas para acercarse al nacionalismo árabe. Este cambio desorientó por completo a toda una generación de comunistas judíos.
¿Podrías explicarlo con más detalle? ¿De qué manera el ascenso social de los judíos inmigrantes en Estados Unidos reforzó su apego al Estado sionista?
Charles Post: Porque vino acompañado de un cambio en su categorización racial en Estados Unidos. Uno de los mejores libros que ha escrito David Roediger es From Ellis Island to the Suburbs. En él muestra que, hasta la Segunda Guerra Mundial, los inmigrantes del sur y el este de Europa –incluidos los judíos– no eran considerados "blancos" en Estados Unidos. Quizás estaban un peldaño por encima de los afroamericanos, pero ciertamente no estaban integrados en la categoría dominante [5].
Pero justo después de la guerra, los judíos se vuelven "blancos". Se instalan en los suburbios, hay más matrimonios mixtos, etc. Al mismo tiempo, sus vínculos organizativos con el movimiento obrero judío –que defendía ideas universalistas, antirracistas y antisionistas– se debilitan progresivamente.
No fue hasta después de 1967, con la Guerra de los Seis Días y el auge de una nueva extrema izquierda en Estados Unidos –maoísta o trotskista–, cuando se produjo un resurgimiento del antisionismo judío. El Partido Socialista de los Trabajadores, del que yo mismo fui miembro (aunque era una organización problemática), desempeñó un papel importante en esa época. Produjo mucho material educativo sobre la historia del sionismo, Palestina y el antisionismo judío.
¿Cómo analiza la relación entre los judíos y la izquierda radical o el marxismo en Estados Unidos?
Charles Post: Los judíos estadounidenses de clase trabajadora llegaron a Estados Unidos con tradiciones políticas muy fuertes, procedentes de Europa del Este. Por lo tanto, desempeñaron un papel desproporcionado en la izquierda estadounidense desde principios del siglo XX hasta los años 1970-1980. Crecer en un entorno obrero marcado por estas tradiciones creaba una especie de reflejo natural hacia la izquierda. Esto también era cierto en la Nueva Izquierda: muchos jóvenes judíos, radicalizados por el movimiento de los derechos civiles, se convirtieron en figuras centrales en las luchas contra la guerra de Vietnam y en casi todas las organizaciones de esta nueva izquierda.
El punto álgido de esta implicación –antes de la reciente aparición de Jewish Voice for Peace como organización explícitamente antisionista– se sitúa sin duda a finales de los años 1960 y principios de los 1970. Pero luego se produjo un giro significativo hacia la derecha en los años 1970 y 1980. Al mismo tiempo, todos los grupos surgidos de la Nueva Izquierda se desmoronaron. El maoísmo, que se había convertido en dominante en la extrema izquierda a finales de los años sesenta, desapareció casi por completo en los años ochenta: sus miembros se orientaron hacia una socialdemocracia tibia (apoyando a algunos sindicatos, por ejemplo), hacia la vida privada o incluso hacia el conservadurismo. Como resultado, a partir de mediados de la década de 1980, la composición étnica de la izquierda radical cambia y los judíos ya no ocupan el lugar central que tenían anteriormente.
Jewish Voice for Peace (JVP) se ha convertido en una de las principales organizaciones judías antisionistas de Estados Unidos. ¿Cómo ha evolucionado su posicionamiento, desde un compromiso con los derechos humanos y una solución de dos Estados hacia una oposición explícita al sionismo? ¿En qué medida esta evolución forma parte de cambios más amplios –ideológicos, generacionales, políticos– dentro de la comunidad judía estadounidense, en particular el desencanto con el sionismo liberal?
Sherry Wolf: Jewish Voice for Peace nació en la encrucijada de varias corrientes militantes, en particular los anarquistas y los socialistas queer de San Francisco. Luego, el movimiento se extendió a nivel nacional a principios de la década de 2000. En 2005, con el lanzamiento de la campaña BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones), JVP ya existía en Chicago, Nueva York, San Francisco y Austin, las grandes ciudades donde se concentraban los judíos de izquierda. Yo misma empecé a involucrarme en él por su compromiso con el BDS, mucho antes de que la organización votara oficialmente, en 2018, su postura antisionista. Antes de eso, JVP no se definía oficialmente como antisionista. Sin embargo, la mayoría de sus dirigentes lo eran de hecho. Pero su funcionamiento –como ONG, y no como un movimiento con una dirección elegida colectivamente– aún no reflejaba esta posición.
A lo largo de los años, la dirección entabló un largo debate: debates, formaciones políticas, deliberaciones, todo ello mientras continuaba su actividad militante en torno al BDS. Y poco a poco, logró convencer a círculos cada vez más amplios de que se pasaran a una oposición frontal al sionismo, en lugar de limitarse a declararse "críticos" con el sionismo o "no sionistas".
Su transformación no solo en los últimos veinte meses, sino en los últimos cinco o seis años, ha sido increíblemente importante. Ha permitido atraer a un gran número de jóvenes activistas queer, entre ellos muchos judíos racializados procedentes de diferentes orígenes –mizrahim, sefardíes, judíos del mundo árabe– que se reconocen como judíos y que se han integrado progresivamente en la organización, incluidos sus órganos de dirección. Así, se ha convertido en una organización más multirracial, lo cual es poco habitual en un grupo judío de Estados Unidos, dado que la mayoría de los judíos estadounidenses son ashkenazíes blancos de origen europeo. JVP se ha radicalizado y se ha acercado cada vez más a la izquierda palestina y a la izquierda estadounidense en los últimos años.
El grupo ha experimentado un crecimiento considerable. Hoy en día cuenta con al menos 40.000 miembros, lo que lo convierte en la mayor organización de extrema izquierda de Estados Unidos en términos de participación activa, a veces incluso por delante de los Socialistas Democráticos de América (DSA). Solo en Nueva York hay miles de miembros activos que organizan acciones regularmente. Se trata de una evolución muy reciente, que se ha acelerado desde el inicio del genocidio en octubre de 2023.
Antes, cuando convocaban una manifestación, reunían a unos cientos de personas. Pero hoy, como hemos visto recientemente, una asamblea nacional ha reunido a más de 2.000 personas. Las convocatorias a la acción pueden movilizar a miles de personas en varias ciudades simultáneamente, para organizar, por ejemplo, Séders en la calle. Hemos llevado a cabo acciones audaces en los últimos dos años. La ocupación de Grand Central Station fue la primera de las grandes acciones espectaculares que tuvieron eco en todo el mundo gracias al poder de las imágenes. Fue un momento emocionante de organizar, del que estoy muy orgullosa.
El bloqueo de puentes, las sentadas masivas en la calle... Todo ello permitió mostrar, incluso a los ojos de personas poco politizadas, la existencia de una disidencia judía. Incluso en los medios de comunicación dominantes, ya no pueden ignorarnos.
Después de décadas en las que JVP y el antisionismo judío eran invisibles, incluso medios de comunicación como el New York Times, la CNN o la MSNBC se han visto obligados a reconocer esta realidad. Se ven obligados a admitir que existe un debate entre los judíos, que la cuestión no está zanjada. Y eso es algo totalmente nuevo.
Antes, los únicos judíos antisionistas en este país eran los marxistas judíos. Y no había muchos. ¡Los conocía a todos! Lo que me encanta hoy en día es ir a una manifestación y no reconocer a casi nadie. Quizás una o dos personas, no más. La idea de que ser judío = ser sionista ya no es una evidencia para cualquiera que tenga un mínimo de información sobre estos temas.
Charles Post: Estoy de acuerdo. El único momento de mi vida política en el que destaqué mi identidad judía fue cuando militaba contra el sionismo, en el marco de la solidaridad con Palestina. Y hoy más que nunca, con la instrumentalización del antisemitismo, la existencia de una organización de entre 50.000 y 60.000 judíos explícitamente antisionistas es un avance absolutamente crucial. Esto crea un espacio en el que los jóvenes judíos pueden organizarse y actuar de forma concreta.
Cuando hablo con jóvenes compañeros –e incluso con mis propios hijos– que son claramente antisionistas, les cuento que en 1973 yo era estudiante de segundo año de universidad y organizábamos movilizaciones contra la guerra de Yom Kippur. En aquella época, militar contra el sionismo era arriesgar la vida en cualquier campus estadounidense. Uno podía ser agredido por la Liga de Defensa Judía (JDL), una organización judía fascista. Otros, sin ser miembros de la JDL, venían a romper las reuniones.
Entre 1973 y 1982-83 (durante la invasión del Líbano), cada vez que organizábamos una reunión antisionista, la cuestión de la seguridad era fundamental: ¿cómo evitar que la reunión fuera objeto de un ataque físico?
Hoy en día, es menos peligroso, físicamente, ser un judío antisionista en Estados Unidos que en aquella época. Es cierto que todavía hay grupos proto-fascistas, incluso en los campus universitarios, que pueden atacar a manifestantes antisionistas, sean judíos o no. Pero el mayor peligro ya no proviene de grupos sionistas organizados. Proviene del propio Estado capitalista.
¿Qué ha hecho posible esta transformación de Jewish Voice for Peace? En su opinión, ¿cuáles son las condiciones económicas, políticas y sociológicas de este alejamiento del sionismo? ¿O se debe simplemente a la brutalidad genocida actual del Estado israelí?
Sherry Wolf: El genocidio ha puesto fin al "sionismo por defecto". Con esto quiero decir que, durante generaciones –y yo era una de ellas–, nos educaron en la idea de que Israel era un país globalmente democrático, globalmente progresista. Pero hoy en día, no creo que ningún joven menor de 40 años –que consume la mayor parte de su información en TikTok o Instagram, y no en CNN o MSNBC– siga adhiriéndose a esa visión.
Lo que estamos observando es el colapso del apoyo a Israel, y esto está ocurriendo en Estados Unidos, un país clave para la financiación, el apoyo militar y, sobre todo, la cobertura ideológica del Estado israelí. Sin embargo, este apoyo se está desmoronando. Y esto podría provocar la caída del propio Israel. Se trata de una crisis existencial para ellos, y su única herramienta sigue siendo vincular nuestras protestas y nuestra disidencia con lo que más repugna a la mayoría: el antisemitismo y el Holocausto. No les queda otra carta que jugar. Es una estrategia desesperada. Y se manifiesta con una monstruosidad que nunca había visto en mi vida.
Charles Post: Para mí, el factor principal es el cambio en la naturaleza del liderazgo sionista. Mi padre y sus hermanos eran socialdemócratas judíos de clase trabajadora. Apoyaban a los sindicatos, eran antirracistas y se oponían a la guerra de Vietnam. Para ellos, Israel era una utopía socialdemócrata, una especie de "Suecia en el Mediterráneo", como decía un amigo.
Así que, cuando era adolescente, crecí con la idea de que Israel no era solo un país a la defensiva, sino la única democracia de Oriente Medio, un Estado progresista. Se podía justificar el sionismo, presentarlo como la culminación de una liberación nacional judía, señalando la historia del pueblo judío, los kibutzim, la propiedad estatal, etc. Los jóvenes judíos de izquierda, liberales o radicales moderados, podían así conciliar su compromiso progresista en Estados Unidos con su apoyo a Israel.
Pero con la crisis económica mundial, el auge del neoliberalismo, el giro a la derecha del Partido Laborista israelí y su posterior colapso, Israel está ahora gobernado por personas cuyos antepasados políticos desfilaban por Tel Aviv gritando: "Alemania para Hitler, Italia para Mussolini, Palestina para nosotros". Estos dirigentes están aliados con partidos religiosos abiertamente reaccionarios, homofóbicos y racistas. Por lo tanto, resulta muy difícil reivindicar el progresismo y apoyar al mismo tiempo un régimen así. Si te opones a Trump, ¿cómo puedes apoyar a Israel?
A esto hay que añadir que esta generación se enfrenta a unas perspectivas de movilidad social muy reducidas. Desde la crisis de 2008, se ha producido un estancamiento de los salarios y un aumento de las desigualdades. E incluso algunos jóvenes judíos se ven afectados. Sus perspectivas de ascenso social son mucho menores que las de sus padres.
Última pregunta, sobre estrategia política. ¿Qué papel deberían desempeñar los judíos y los socialistas judíos para luchar contra esta instrumentalización del antisemitismo por parte de la derecha y la extrema derecha a nivel internacional?
Charles Post: Creo que el papel principal de los judíos de izquierda, en la diáspora –donde somos más numerosos– es organizarnos abiertamente, como judíos, contra el sionismo. Es uno de los pocos casos en los que creo que hay que militar específicamente como judíos. Debido a esta instrumentalización del antisemitismo en Occidente, es crucial que existan grupos de judíos que se identifiquen públicamente y digan: "No. Estas personas no hablan en nuestro nombre. Nos oponemos a ello. Estamos del lado de los palestinos".
Ahí radica el papel clave de los socialistas judíos: no ceder en nuestro antisionismo inquebrantable, pero también militar por organizaciones abiertas, democráticas, de libre adhesión, donde la gente pueda formarse políticamente, debatir cuestiones estratégicas y construir estructuras capaces de superar los altibajos de la lucha. Y, por supuesto, hay que tejer lazos de solidaridad con otras luchas políticas, aquí y en otros lugares.
Fuente:
https://www.laizquierdadiario.com/Ya-nadie-puede-ignorarnos-Judios-y-antisionistas-en-EE-UU